SOCIEDAD › OPINIóN
› Por Marcelo Vensentini *
Cuando hacemos referencia a problemáticas ambientales estamos hablando de intereses que responden a una mirada ideológica. Hoy observamos cómo la priorización de las agendas de los actores ambientales tanto gubernamentales como no gubernamentales parece colisionar producto de un claro posicionamiento del gobierno nacional que lejos de esconder sus prioridades las materializa en acciones y hechos.
El profundo cambio cultural, acompañado del histórico crecimiento económico que ha tenido nuestro país a partir de 2003, nos permite discutir las políticas ambientales ya no sobre la teorización sino desde un piso de oportunidades que este gobierno –y no otro– generó.
No estoy hablando solamente de Néstor Kirchner en Gualeguaychú elevando el tema ambiental como política de Estado, y sosteniendo nuestros derechos en el río Uruguay cuando tanta opinión “sensata” no hacía otra cosa que clamar en silencio por abandonar esa empresa. Hoy hay monitoreo conjunto. Esto no es ambientalismo abstracto.
¿Alguien imaginaba el esfuerzo realizado en materia de provisión de agua segura, cloacas y saneamiento llevado adelante por el gobierno nacional sólo diez años atrás? En el mejor escenario, ¿los gobiernos provinciales pensaban la posibilidad poco tiempo atrás de estar discutiendo participativamente en el Consejo Federal del Ambiente los sustantivos fondos que legítimamente le llegan a las provincias por la Ley de Bosques? La Ley de Glaciares era bandera apocalíptica para algunos y hoy tenemos Ley de Glaciares y está reglamentada. Y no menciono los esfuerzos en diversificar nuestra matriz energética o los recursos volcados sobre la Cuenca Matanza-Riachuelo.
Estos ejemplos demuestran que las políticas ambientales, lejos de ser gritos en el cielo, deben ser actos en la tierra y que requieren de una decisión política primero y luego, acciones de gobierno concretas.
Siempre es positiva la existencia dentro de la sociedad de actores que cumplan el rol de catalizar y acelerar la toma de conciencia en materia ambiental. Sin embargo, observo con preocupación la tergiversación de lo que para algunos implica la representación en una sociedad democrática.
No se pueden transformar temas importantes, complejos, en simplismos de blanco o negro. Cuando uno gobierna resuelve problemas todos los días y a cada minuto, determina las contradicciones principales y secundarias y toma una decisión. El camino del discurso simplista congela la realidad, la hace inabordable, genera ruido y no resuelve nada.
Es fantástico observar los miles de modos de participación a los que la tecnología abrió las puertas. Pero esto no significa desnaturalizar la esencia de la democracia y pensar que la participación a través de un mail que viene preformateado para enviar a cualquier funcionario y así pretender incidir sobre una posición e imponer de este modo su agenda, tenga la misma legitimidad que la representación política democráticamente constituida.
En toda la región lo que nos impulsa a generar crecimiento económico, inclusión social, equidad y a preservar nuestro ambiente son nuestras necesidades como naciones, acreedoras ambientalmente de un mundo desarrollado en crisis que, además, pretende darnos consejos: ya sea a través de algún banquero u ONG.
Es en el marco de un modelo de Nación donde discutiremos formas de crecimiento, garantías de sustentabilidad, inclusión social, elevación de la calidad de vida. No hay mayor riesgo para una política ambiental moderna y transformadora en serio que ser recluida al nicho del ecologismo.
Me parece honesto expresar desde donde uno se posiciona frente y como parte de la sociedad y, desde allí, debatir claramente cuáles son los intereses que cada quien defiende. En mi caso particular defiendo un modelo de desarrollo sustentable para Argentina que no sólo se preocupe por la solidaridad intergeneracional sino también por la intrageneracional, esto implica reproducir riqueza para sacar de la pobreza a muchos conciudadanos que todavía no han podido acceder a los beneficios y a la distribución de esa riqueza. ¿O acaso la pobreza no es un torpe aprovechamiento de los recursos ambientales y el capital humano de un país? ¿O la Asignación Universal por Hijo que sacó a miles de niños y niñas de los basurales no es una medida revolucionaria desde una perspectiva ambiental amplia?
Por esto es necesario crecer, con innovación tecnológica y con un cuidado a rajatabla de nuestros recursos naturales. También implica no escondernos en acciones pseudo progresistas y discutir maduramente cuál es el rol que jugarán las actividades económicas relevantes en nuestro país priorizando el cuidado del agua, el aire y el suelo, recursos vitales y finitos para nuestra vida.
Aunque resulte políticamente incorrecto para algunos creo que en nuestro país muchos de los problemas ambientales terminan siendo más sociales que ecológicos, en tal sentido invito a reflexionar a aquellos jóvenes y no tan jóvenes que buscan la victimización en una tapa de diario intentando convertirse en mártires ambientales y pasar por reprimidos por un gobierno que todo el mundo sabe que no reprime, o aquellos que por coyunturas electorales o pura vanidad crean partidos verdes defendiendo supuestamente causas ambientales que este gobierno, según éstos olvida.
El tema es el desarrollo y ese como tantos otros es objeto de la política, y esto no se resuelve con posiciones maniqueístas y menos aún separadas de una estrategia de Nación.
Un proyecto nacional como el que está en marcha es el único que puede encuadrar, orientar y resolver este debate. Sin duda resta mucho, pero la ausencia del reconocimiento a lo actuado por este modelo que comenzó en el 2003 en cuanto a lo ambiental por parte de algunos actores, les quita sustancia y autoridad y los transforma penosamente en una farándula ambiental.
* Presidente de Fundación Ambiente y Sociedad, ex diputado, ex ministro de Medio Ambiente, C.A.B.A.
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