Lun 18.04.2011

SOCIEDAD  › OPINIóN

La lucha campesina

› Por Norma Giarracca *

Hasta hace unas décadas, la lucha por la tierra sucedía “en otro lado”, en lejanos lugares como la India o China, o en países de la región “más atrasados que el nuestro”; no era un tema que preocupara a quienes pensaban los procesos agrarios de la Argentina. No obstante, muchos hombres/mujeres de la tierra, que la habían recibido por colonización o asentamientos, se habían organizado para una larga lucha de supervivencia porque visualizaban –con mayor claridad que sus estudiosos– que la tierra estaba en peligro de dejar de representar su principal herramienta de trabajo. En los comienzos de los ’70 aparecieron organizaciones al margen de la Federación Agraria que incluían el tema de la tierra: las Ligas Agrarias. Después de la larga noche de la dictadura, en los ’90 y más precisamente con la expansión de la frontera agraria sojera, muchos pequeños agricultores comenzaron a definirse como campesinos, a tomar contacto con sus pares de América latina y con los de la importante organización internacional Vía Campesina. Se sienten parte de la historia de la lucha por la tierra de sus hermanos latinoamericanos.

¿Quiénes desaparecieron, quiénes permanecieron en esta gran transformación conservadora del neoliberalsmo agrario? ¿Qué organización económica interna tenían unos u otros? Fueron preguntas relevantes mientras el proceso sucedía; nosotros mismos nos habíamos ocupado de medir “los elementos capitalistas” de la unidad campesina; generamos sofisticadas “tasas”, índices, para poder caracterizarlas en relación con el proceso que se visualizaba con el comienzo del “menemismo”. Pero nada de eso pudo anticipar los miles de pequeños productores que perdieron su condición de tales (la gran mayoría del 25 por ciento de unidades desaparecidas entre el censo de 1988 y el de 2002), que además no se convirtieron en pequeños capitalistas ni en mano de obra, como indicaba la teoría. Mayoritariamente fueron a parar a las filas de la gran masa de desocupados que bregaba por un plan social por todo el noroeste (recordemos las escalofriantes imágenes de Tucumán o Rosario a comienzos de este siglo).

Pero hubo “otros” que permanecieron y permanecen; son los que decidieron no abandonar la tierra, organizarse y luchar en todos los niveles contra los nuevos y prepotentes inversores sojeros, el agronegocio en general, los negocios inmobiliarios y ahora los que saquean la tierra y el agua para la actividad minera. Volvieron a la producción de alimentos y se prepararon para producciones de mercado agregando etapas de pequeñas industrializaciones o comercialización.

Las organizaciones campesinas e indígenas aumentan, se articulan y forman “movimientos” y “federaciones”. Buscan preservar sus territorios, decidir sobre sus propias producciones y para ello están acompañadas por jóvenes técnicos que generan en conjunto con los actores, conocimientos para llevar a cabo programas que los acerque al concepto de “soberanía alimentaria”. A veces lo logran, otras no, a veces tienen que dejar la tierra para lidiar con los juicios, cuidar activamente su tierra. Pero lo más importante es que se sienten campesinos y recuerdan el 17 de abril, fecha que rememora el Día Internacional de la Lucha Campesina porque en la localidad de Dorado Das Carajás en Brasil, en 1996 los campesinos por reclamar sus tierras fueron masacrados en una situación aún sin resolver en términos judiciales.

Para honrarlos a todos en su día, es importante recordar que donde ellos predominan se preservan los recursos naturales (80 por ciento de la superficie en el mundo con recursos pertenecen a territorios indígenas y campesinos); son los únicos que pueden “enfriar el planeta” (como recordó Vía Campesina en la cumbre de Copenhague) y pueden garantizar la soberanía alimentaria de este país y del mundo. La economía campesina, incluyendo la de los “chacareros” que no entraron en el “agronegocio” (y que representa una particularidad argentina), no es “atraso”, es “futuro”; con técnicas que preservan los recursos (que son bienes comunes) y organizaciones adecuadas para las etapas agroindustriales y de comercialización, representan una opción responsable para el futuro.

* Profesora titular de Sociología Rural, coordinadora del Grupo de Estudios Rurales (Instituto Gino Germani-UBA).

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