Jue 28.04.2011

SOCIEDAD  › VECINOS DE UN ASENTAMIENTO DE CARTONEROS DENUNCIAN QUE SE LES INFILTRARON NARCOS

Una villa en la que se instaló el miedo

La Carbonilla, en La Paternal, fue creada por un grupo de cartoneros y era un lugar de trabajo. Ahora, mujeres del barrio cuentan cómo cambió todo desde que un grupo narco se adueñó del lugar. Hay violencia y tiros. El testimonio de un sacerdote.

› Por Soledad Vallejos

Desde que comenzaron a entrar “autos caros, vieras qué autos”, desde que empezó “la música a cualquier hora y la vida social a la vista de todos”, y con ello “los tiros” y “esa gente que nos amenaza”, quienes llevan alrededor de diez años viviendo en el asentamiento La Carbonilla, cerca de la estación de La Paternal, tienen miedo. Lo cuentan cinco mujeres en voz baja, un mediodía, en una casa del lugar que se inició como comunidad cartonera hacia 2001. Se conocían entre todos. Hace unos meses, “de repente apareció un alto nivel de droga. Y esa gente nos dice ‘ahora vamos a hacer villa’. Aterrados estamos. Nuestros hijos, también”, dice María, una de las vecinas del lugar que pidió resguardo de su nombre verdadero porque, explica, hace unos días fue amenazada por alguna de esas personas que, además de “vender la droga” está construyendo casas de material, y en alto, en zonas comunes del asentamiento, como pudo verificar esta cronista en una recorrida del lugar. Lo que era “más que un barrio, un pueblo” es ahora un espacio de lazos quebrados y desconfianza, describe el sacerdote Juan Carlos Greco, que trabaja con esa comunidad desde hace años.

La denuncia de los vecinos acerca de que en La Carbonilla comenzó a afincarse un grupo dedicado al narcotráfico coincide, sin saberlo, con otra denuncia, pero radicada formalmente en los tribunales de Comodoro Py. La responsable es Norma González, una vecina de La Paternal que, luego de haber rescatado tres veces a Lucas, hijo que padece problemas de adicción a las drogas, de una de esas casillas “del fondo del asentamiento” y lograr la intervención judicial, inició una causa. Desde hace dos meses, la Secretaría Nº 18 del Juzgado Federal Nº 9 tramita el expediente 2080/2011, por “Infracción a la ley 23.737”, referida a “tenencia y tráfico de estupefacientes”. De momento no hay novedades. Por teléfono, a González le han sugerido que se acerque a los tribunales en persona, pero “estoy amenazada, no puedo salir de mi casa. Desde que logré sacar a Lucas de ahí que no puedo salir”.

La Carbonilla nació como barrio cartonero hacia fines de 2001. Llegó a albergar a unas 40 familias que sobrevivían gracias a esa actividad, lo que se traducía, dice el sacerdote Greco, en que fuera “un lugar con códigos cartoneros”. “Había lazos solidarios, se prestaban el carro, capaz que hasta se lo alquilaban, se cuidaban entre ellos, por ahí uno solo tenía heladera y la podían usar los demás. En el centro (del asentamiento) no tenían luz, entonces cargaban en una casa. En otra sabían que podían guardar cosas que quisieran cuidar especialmente. Había intercambio de favores, que era gratuito y creaba ese clima de pueblo, como del campo.”

Ahora, en cambio, reunidas en una casa y hablando en voz baja, pidiendo a esta cronista que haga lo propio, algunas mujeres de La Carbonilla dan cuenta de lo que registran como fractura preocupante en su vida cotidiana. Los disparos al aire, o a personas, pueden escucharse a cualquier hora, dicen. “Apareció gente que todos los días trae una escena de lucha a cualquier hora. Hay kiosquitos, son esas casillas que en la puerta tienen gente y música fuerte a toda hora. Se pelean a botellazos también”, describe Teresa, cuyo nombre real es otro. Ella, María y otras vecinas aseguran que esas personas llegaron “de la Villa Fraga y la Villa 31”, que lo saben porque “otros vecinos los conocen de haber vivido ahí”.

Al tiempo que comenzaron a llegar, en coincidencia con los subsidios entregados a otro grupo de personas que hasta entonces vivía en lo que conocían como “La Lechería”, esas personas “marcaron terrenos” y comenzaron a venderlos. Un espacio de 3 por 8 metros, hace unos meses, se vendía a 45 mil pesos. “Si no, te echan. Se aprovechan de la necesidad de la gente”, explican las mujeres. Al mismo tiempo ingresaron masivamente materiales para la construcción; seguían llegando al asentamiento, inclusive, el día en que esta cronista recorrió el lugar. “‘Vamos a hacer una villa acá’, nos dijeron cuando protestamos el otro día porque construían en la canchita”, un espacio comunal en el que “el pueblo” proyectaba construir áreas deportivas para niños.

Al mismo tiempo, por las calles de barro de las que, de tanto en tanto, sube humo de pequeñas quemas, comenzaron a proliferar “autos caros día y noche, a toda hora”. Las vecinas quieren que el patrullero vuelva a hacer las tres “vueltitas” diarias, como hasta fines del año pasado. María dice que la última vez que vio el auto de la comisaría 41ª fue “antes de Navidad”. “Tres veces pasaba. Una hasta de madrugada.” El padre Juan Carlos, en cambio, sostiene que el conflicto es de jurisdicciones: “El asentamiento está sobre terrenos del Ferrocarril San Martín, por eso le corresponde a la Policía Ferroviaria”. Sin embargo, ni una ni otra fuerza ingresan al lugar. El único agente que esta cronista notó en la recorrida estaba en la esquina de Añasco y Trelles, la calle que oficia de frontera urbana entre el barrio con casas de material y el asentamiento nacido al lado de las vías. “La seguridad de nosotros nos preocupa”, insiste María. “Tenemos hijos, vivimos acá. A nadie le importan los niños.”

Antes, recuerda el sacerdote Greco, sólo se veía “el pica pica”, los momentos de distensión luego del cartoneo. “Es, por ejemplo, llegar a las tres, cuatro de la mañana, con frío, y tomar un poco de vino y compartir un cigarrillo de marihuana. Pero después comenzó a llegar otro tipo de consumo, con la gente que venía de afuera. Empezaron a aparecer los puntos de venta. Ahora hay gente de buen pasar que va a comprar al asentamiento. Ahí está el problema.”

Hace poco más de un año, en febrero de 2010, un grupo de narcos invadió una casilla de La Carbonilla. Tenían armas y chalecos antibalas; durante dos días mantuvieron secuestradas a nueve personas a quienes amenazaban para obligarlas a vender cocaína. Por un descuido, una de esas personas escapó y logró alertar a la policía, que allanó el lugar.

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