SOCIEDAD › GRAN EXPECTATIVA, PERO TAMBIEN MUCHO ESCEPTICISMO POR LA BODA REAL EN GRAN BRETAÑA
El enlace –hoy, a partir de las 7 de la Argentina– se televisará a casi todo el mundo. Más de un millón de personas saldrán a la calle para seguir la ceremonia. Sin embargo, al 35 por ciento de los británicos, el evento no le importa en absoluto.
› Por Marcelo Justo
Desde Londres
En medio de una fuerte crisis económica, con más de cinco mil policías en las calles y festejos en todo el Reino Unido, la boda del príncipe Guillermo –segundo en la sucesión del trono– y Kate Middleton, en la Abadía de Westminster, que se llevará a cabo hoy a partir de las 7 (hora argentina), busca proyectar una nueva imagen de la monarquía británica, sacudida por los escándalos de los ’90, la muerte de Lady Diana y diversos papelones públicos de los últimos meses. Las encuestas sonríen a la pareja. Las últimas indican que la mayoría de los británicos preferiría que, a la muerte de la reina Isabel II, el príncipe Carlos dé un paso al costado y permita a su hijo acceder al trono con la princesa Kate convertida en reina. Esta popularidad está borrando el tímido resurgir republicano de los ’90: hoy, una aplastante mayoría cree que la monarquía constitucional y democrática es lo mejor para el Reino Unido.
La pompa escenificará todo este poder monárquico. Entre los 1900 invitados a la Abadía de Westminster habrá jefes de Estado, realeza de todo el mundo, el gobierno británico en pleno, embajadores, aristócratas, celebridades varias (David Beckham y Elton John, entre otros) y hasta algunos lugarcetes reservados para unos contados commoners, palabra que atrapa en toda su dimensión la muy clasista sociedad británica. La presencia mediática internacional será otra muestra de la misteriosa proyección global de ese poder. Se calcula que 1200 millones de personas en todo el planeta seguirán de una manera u otra el evento.
La oficina de turismo británica Visit Britain estima que unos 600 mil británicos confluirán en el centro de la ciudad, a los que se sumarán medio millón de turistas extranjeros. Muchos seguirán el carruaje nupcial entre el Palacio de Buckingham y la Abadía de Westminster o querrán tener una imagen de la pareja cuando, poco después del mediodía, salga a saludar a la multitud desde los balcones del palacio. En Hyde Park habrá tres pantallas gigantescas. En la plaza de Trafalgar, otra. Los municipios han recibido más de 5500 solicitudes para celebrar fiestas barriales con cierre de calles. El sur del país parece más compenetrado con el evento que el norte. Los dos municipios con más pedidos se encuentran en dos zonas de clase media alta del sur: Hertfordshire, que va a celebrar 298 fiestas callejeras, y Surrey, que tendrá más de 200. En el golpeado norte del Reino, las cifras caen drásticamente. En Newcastle hay 32 pedidos y en Sunderland, apenas cuatro.
La fiebre se percibe y se estimula televisivamente. Esta semana ha habido todo tipo de programas sobre la boda –históricos, románticos, cómicos– que culminarán hoy viernes con un día entero de cobertura: en total serán más de 300 horas de televisión dedicadas al evento. Pero no todos celebran. Muchos eligieron el fin de semana largo –viernes feriado por la boda y lunes por el Día de los Trabajadores– para escapar del circo real. Una encuesta de YouGov citada por la BBC pone toda esta celebración callejera en perspectiva. Un 35 por ciento de los británicos seguirá la boda por televisión, pero un porcentaje similar ignorará el evento por completo. A pesar de que el 70 por ciento está a favor del actual statu quo constitucional y sólo una quinta parte se define como republicano, el respaldo de un significativo porcentaje de la población se debe a una mezcla de pragmatismo, abulia y conformismo: “Mejor malo conocido que bueno por conocer”.
La boda toma lugar en un clima de creciente deterioro económico. Los datos son contundentes. El ingreso económico promedio de los británicos ha descendido por primera vez en 30 años y ha experimentado en los dos últimos años la peor caída desde 1919-1921, años de posguerra. En 2009, la economía cayó un 4,7 por ciento. En el último trimestre de 2010, luego de un rebote posrecesivo, volvió a un registro negativo: -0,5 por ciento. Y aún no se ha sentido el impacto de los aumentos impositivos, cortes presupuestarios y despidos masivos: la coalición conservadora planea una reducción del gasto fiscal de 130 mil millones de dólares en cuatro años. Según analistas de la city, la boda no ayudará a la economía. Si bien los británicos parecen haberse decidido a gastar en todo tipo de souvenirs –se calcula que desembolsarán unos 1500 millones de dólares en copas, tazas, etc.–, los analistas calculan que la pérdida de productividad asociada al feriado podría superar los 30 mil millones de dólares.
Más allá de estos datos, tanto para los que celebran como para los que huyen de la boda será el respiro de una época sombría. La historia no se repite, pero a veces se parece. En la boda del príncipe Carlos y Lady Diana, en 1981, se vivió un situación similar. Eran principios del thatcherismo, había un draconiano programa de ajuste en marcha, más de dos millones y medio de empleados, y la gente celebraba en las calles el casamiento del príncipe heredero. A dos años del fin de la guerra, en 1947, el casamiento de la entonces princesa Isabel despertó la misma adhesión multitudinaria en medio de los rigores de la posguerra. Como en el pasado, éste será un respiro pasajero que reforzará hasta nuevo aviso ese tótem británico que es la monarquía, pero que pasará como un sueño o un cuento de hadas cuando la austeridad vuelva a hacer sentir su rigor.
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