SOCIEDAD › CóMO ES LA SIMULACIóN DEL GRAN COLISIONADOR EN TECNóPOLIS
Decenas de adolescentes reclaman música cumbiera y hacen chistes, pero cuando empieza la función son una tumba. La simulación del Gran Colisionador de Hadrones es uno de los mayores atractivos de la feria de ciencia y tecnología.
› Por Soledad Vallejos
“Bienvenidos al Gran Colisionador de Hadrones, un proyecto único en la historia de la Humanidad. Aguarden unos segundos mientras descendemos 100 metros bajo tierra”, dice una voz en off. La locución refiere algo que pasa en Suiza, pero suena en un rincón de Villa Martelli: Tecnópolis. En el domo, de paredes opacas, es de noche porque los lasers de colores, como de discoteca, se apagan repentinamente. Hasta hace un segundo, un centenar de adolescentes alborotados gritaban “¡poné cumbia!” y se tomaban una foto tras otra sobre las plataformas giratorias. Basta que irrumpa la oscuridad para que se llamen a silencio. Durante los minutos que siguen, el video que explica “la máquina de Dios” alcanza para hipnotizarlos con detalles sobre el experimento del que participan científicas y científicos de 35 países.
La física platense María Teresa Dova se alegra de que así sea, “porque hay que informar sobre ciencia”. Involucrada en el día a día del Gran Colisionador, investigadora del Conicet y docente de la Universidad Nacional de La Plata, Dova todavía recuerda que, antes de la puesta en funcionamiento del Proyecto Atlas, “se decían cosas como que podía desaparecer la Tierra por el experimento porque podía generarse un agujero negro”. Nada mejor para prevenir ese tipo de rumores, continúa, que contar: por eso, ella, de tanto en tanto, roba tiempo a los laboratorios y se dedica a dar charlas de divulgación, responder inquietudes de estudiantes (no necesariamente alumnos suyos, no necesariamente universitarios) que llegan a su correo y despejar leyendas urbanas sobre la física de altas energías, su especialidad.
“Construimos catedrales de la tecnología como el Gran Colisionador para hacer ciencia, pero también para informar. Si uno lo hace, no hay lugar a malinterpretaciones, miedos, inventos, cosas que se dicen”, insiste. Si la Tierra no feneció víctima de un inmenso e inesperado agujero negro generado en el Centro Europeo para la Investigación Nuclear (CERN, por sus siglas en francés) bajo la frontera franco-suiza cuando el GCH comenzó a funcionar, no hay milagro que agradecer. Al contrario: “No pasó nada porque, como me gusta explicar, en realidad en el laboratorio no hicimos más que replicar lo que hace la naturaleza”.
“Lo que hicimos fue reproducir lo que, desde hace miles de millones de años, la naturaleza hace en la atmósfera cuando llegan los rayos cósmicos y se encuentran con ciertas partículas. Lo que se produce en el laboratorio es eso mismo: trabajamos con las mismas energías. Si ocurriera algo, también estaría ocurriendo en la atmósfera; la catástrofe tendría que haber ocurrido hace rato, y no ocurrió. Pero como ahí, en la atmósfera, no podemos poner un detector de siete mil toneladas, como es el Atlas, para ver qué pasa, lo hacemos en un laboratorio bajo tierra”.
Estas son, también, las cosas que Dova contó hace unos días en Tecnópolis, durante una charla referida, precisamente, al Proyecto Atlas, del que forma parte, a la distancia, la mayor parte del año y de modo presencial otras veces. “Es que también está bueno hacer divulgación para desmitificar la idea del científico como persona diferente. En serio. Cuando estás ahí y te ven y hablan con vos, se dan cuenta de que no es así.” Dentro del mundo de la física, Dova es especialista en física de altas energías, que “se llama así porque lo que se produce en laboratorios son altísimas energías. Eso tiene que ver, también, con la cosmología, porque al producirse esas altísimas energías en laboratorio estamos reproduciendo las condiciones que estuvieron presentes en nuestro universo primitivo. Esa cercanía es lo que liga las dos ciencias”.
Habitualmente, en esos encuentros entre científicos que se hacen escapadas del laboratorio y públicos no necesariamente familiarizados con temas, conceptos, universos de investigación en ciencias exactas y naturales, hay una cierta timidez. La barrera, dice Dova, a veces se rompe recién al final, cuando acercarse a quien animó la velada no implica exponerse ante toda la concurrencia. Otras veces, una sola pregunta alcanza para romper el hielo. “Y entonces empieza el resto. Pasa mucho que empiezan las preguntas diciendo: ‘Seguro que es súper simple lo que voy a decir...’. Pero no, les digo, es como les digo a mis alumnos: no hay pregunta tonta, todas son importantes. Y se trata de hacerlas. Supongo que incluso el objetivo de Tecnópolis es también que, de alguna manera, los científicos y quienes hacen alta tecnología puedan transmitir lo que hacen a gente que no está relacionada con eso. Es bueno el hincapié en los jóvenes: cuando nosotros éramos jóvenes, no tuvimos la posibilidad de una feria así o de tener contacto con científicos fácilmente.”
A miles de kilómetros del simulador de GCH de Tecnópolis, a miles de kilómetros de estos adolescentes que pedían cumbia mientras la música electrónica los ponía en clima con el simulado descenso bajo tierra, y que ahora sólo atinan a grabar con sus celulares, está transcurriendo un experimento capaz de reformular la física. Bajo la frontera entre Francia y Suiza, contó Dova a un grupo de jóvenes, adultos y hasta niños, que pasaron por Tecnópolis hace unos días, se investiga con energía. Explicó que “si bien se trabaja con energías que son enormes, están concentradas en un punto pequeño, microscópico. Es la energía del aplauso cuando termina una charla”.
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