SOCIEDAD
A los caballos ya no los dejan trabajar, pero sí ser adoptados
Los caballos utilizados para acarreo ahora son secuestrados y llevados a un predio junto al Parque de la Ciudad. Allí los curan y, si sus dueños no los rescatan, los ofrecen en adopción.
› Por Alejandra Dandan
“Yo no uso mi caballo ni para las carreras ni para jugar al polo: al caballito lo uso para ganarme el mango. ¿vio?” Días atrás, Francisco Pérez se cruzó con un patrullero mientras hacía su recorrido por la ciudad: “¿Me entendés, negro? –le dijo el policía–. Andate de acá porque la tracción a sangre no va más”. Justamente porque “no va más”, el gobierno de la ciudad de Buenos Aires decidió pasarlos a mejor vida. Creó un Centro de Tratamiento para caballos de tiro en el predio del Parque de la Ciudad. El lugar está a cargo de las mujeres de Asociación de Defensa de los Derechos de los Animales (ADDA) y de la Fundación Argentina para el Bienestar Animal (FABA), manejada en primera persona por la esposa del vicecanciller Martín Redrado. En ese sitio relativamente insólito no sólo jubilan caballos; además existe un registro muy serio para la adopción de los más desgastados.
Este centro de jubilados equinos comenzó a funcionar en forma sigilosa en los terreros linderos al Parque de la Ciudad, cerca del Bajo Flores. El lugar cuenta con un centro veterinario y algunas hectáreas de parque cerradas por alambre de corral. Los cartoneros llegan habitualmente todos los días siguiendo los rastros de su caballo.
Hasta hace unos meses, cuenta ahora Jimmy, uno de los botelleros de Villa Fiorito, cuando los detenían en la calle por la contravención que pena la tracción a sangre, nadie les pedía el caballo. La policía, a lo sumo, incautaba el carro con las mercaderías y mandaba a los cartoneros con el caballo de vuelta a la provincia. Ahora las cosas son distintas.
“Nos están llevando todos los caballos –dice Jimmy– y te mandan a pagar una multa donde se pagan las multas de los coches.” Donde pagan las multas son los tribunales de faltas. De acuerdo con el caso, los cartoneros pagan entre 120 y 180 pesos por infracción.
Hasta hace unos meses, este tipo de metodología no existía. Las personas que trabajan con los carros tirados por caballos sabían que estaban violando una de las normas del Código de Contravenciones. En la Ciudad de Buenos Aires está vedado el trabajo a tracción a sangre, sobre todo cuando la tracción no la hacen los hombres sino los caballos. Pero hasta ahora, cuando la policía encontraba los caballos, secuestraba los carros, aunque no el caballo. El animal regresaba a casa con su dueño.
Desde hace treinta días esto cambió. La apertura del Centro de Tratamiento para caballos de tiro modificó las cosas. El Centro cuenta con un trailer especial para el traslado de animales que se desplaza por la ciudad como lo haría una ambulancia. El trailer sale del Parque de la Ciudad cada vez que lo reclama alguna de las comisarías que ya conocen el sistema. En los primeros 25 días de actividad, por el Centro de Tratamientos pasaron algo más de 50 caballos.
Martha Gutiérrez es una de las autoras de este emprendimiento. Presentó el proyecto varias veces en distintas áreas del gobierno de la ciudad. Durante años, nadie le dio espacio a esa idea. Recién a fines del año pasado, cuando el tema de la crisis puso en rojo los carriles de la economía informal y disparó el tráfico de cartoneros por la ciudad, aquel proyecto terminó encontrando eco entre algunos funcionarios. Hace un mes, ella firmó un convenio con los responsables del área de Medio Ambiente metropolitano para abrir el centro, pero en ese momento se enteró de que no estaría sola. El microemprendimiento funcionaría con una organización asociada, en este caso la Fundación para el Bienestar Animal donde trabaja en primera línea y dentro del predio Ivana Pajés de Redrado, la mujer del vicecanciller.
Por el convenio con Medio Ambiente, las mujeres están obligadas a seguir una serie de compromisos. Tienen que atender gratuitamente a los cartoneros que piden asesoramiento, pero sobre todo son las encargadas de examinar a cada uno de los caballos secuestrados apenas pisan el Parque. “A cada uno le hacen un meticuloso estudio de anemia infecciosa”, dice Martha. Después de ese examen, las mujeres tienen el diagnóstico. Labranuna sentencia como lo haría un tribunal para habilitarles o no la salida. Si el animal tiene problemas, llagas, alguna enfermedad, no los devuelven. El cartonero podrá llorar, rogar, patalear, pero lo primero es el animal: “Porque no nos tenemos que olvidar –aclara Martha– de que, de alguna manera, el caballito hizo nuestra Patria”. Y explica: “Una terrible escara no se sana así nomás”.
Como no se sana así nomás, los caballos se quedan en el Parque para comenzar un tratamiento de terapia intensiva. Si se curan, los devuelven con una condición: el dueño deberá hacerlo trabajar sólo y únicamente en la provincia. En tanto, si los caballos no se curan, empiezan los problemas: “Igual que los seres humanos –dice Martha–, los entregamos en adopción”.
Las adopciones no son de lo más comunes. Como se trata de caballos, tirados, enfermos y relativamente viejos, las mujeres apelan aquí a una adopción de tipo filantrópico. Para canalizarla, el Centro abrió un Registro para los interesados en caballos a punto de jubilarse. Por convenio, las fundaciones pueden disponer del futuro del animal después de 40 días. “Mientras tanto –dice Martha– los tenemos acá, si para entonces nadie los reclama, podemos disponer del caballito. Y pregunta: “¿Si ya hicimos adopciones? No, todavía no”. En el campo recién empieza el trabajo de jubilación.