SOCIEDAD › OPINIóN
› Por Cristina Fernández *
No se puede hacer un análisis profundo y exhaustivo de la violencia de género si no se toma en cuenta cómo afecta a niños, niñas y adolescentes, al mismo tiempo que a las mujeres adultas.
Primer caso: tenía 17 años y un padre violento. Vivía en una provincia conservadora del interior.
La familia pertenecía a una comunidad en la que la violencia de todo tipo era moneda corriente y aceptada.
Cinco meses antes de cumplir los 18 se fue de la casa. Jueces todavía llamados “de menores”, un anacronismo desde la vigencia de la Ley 26.061 de Protección Integral de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes, la devolvieron a su casa. Los jueces actuaron con fuerzas policiales provinciales para las que la “fuga de hogar” es casi un delito penal.
La adolescente esperó pacientemente, entre golpes, los cinco meses que le restaban para la mayoría de edad y, cuando cumplió los 18, nadie supo nunca más de ella.
El segundo caso empieza con una trompada.
–Sos una puta –le dijo el marido a la mujer–. Y la trompada le arrancó el diente.
Harta, humillada, lejos de su país, tomó a su bebé de un año y se fue.
Con la excusa de buscar a su hijo para dar con ella, el golpeador argumentó ante la Justicia impedimento de contacto. Pero nunca la encontró. Y ella, ya más fuerte y más segura porque estaba lejos de él, pidió ayuda al Estado y salvó su vida.
Tercer caso: no pudo interpretar las innumerables alertas que se le abrieron. Tal vez porque nunca pensó que el padre de su hijo menor podía ser capaz de semejante crueldad cuando prometía golpearla, y golpearla fuerte.
Su hijo mayor, nacido de una pareja anterior, apareció muerto en un descampado. Había podido darle el golpe más certero.
En lo que militantes del colectivo feminista dan en llamar “femicidio vinculado”, la agresión masculina alcanza su punto máximo de violencia contra las mujeres sin llegar a su eliminación física. Pero como el asesinato se comete sobre el hijo o la hija para producir un daño explícito a la mujer, en el femicidio vinculado la relación niñez-género se hace más nítida. Es un grito que a todas luces debe ser escuchado sin los prejuicios que vienen del patronato y del patriarcado.
Patronato es la institución que establece que las personas menores de edad sean consideradas “objetos de protección” y no “sujetos de derechos”. Patriarcado es la institución según la cual las mujeres deben ser consideradas “objetos de protección” y no “sujetos de derechos”. En la fundamentación de ambas, como doctrinas y como prácticas sociales, reside la supuesta protección de “seres inferiores”, incapaces por sí mismos de ejercer plenamente sus derechos.
Si patriarcado y patronato van de la mano, si el origen es el “pater”, si el patronato priva a los niños, niñas y adolescentes de derechos y el patriarcado priva a las mujeres de derechos; si las sociedades patriarcales son aquellas que consideran al patronato como la forma de “proteger” a los “menores” y al sometimiento como la forma de “silenciar” a las mujeres, entonces las respuestas institucionales a la violencia de género deben deslizarse por los caminos de la niñez. De ninguna manera pueden mantenerse aisladas.
Las adolescentes que abandonan voluntariamente sus hogares lo hacen siempre inducidas por la arbitrariedad patriarcal, que llega a los extremos de la violencia física. A veces la violencia no es sólo física pero no por ello es menos violenta.
Las mujeres que logran huir llevándose a sus hijos o hijas escapan de la violencia patriarcal, que se manifiesta de varias formas distintas: simbólica, sexual, física o económica. “¿Para qué me iba a quedar si me sacaba toda la plata?”, decía ella en estado de pánico. “No quería que mi hijo pasara por lo mismo.” En la respuesta a esta violencia que no se ve, muchas mujeres comienzan a divisar la posibilidad de supervivencia propia y la de sus hijos.
El “caso Tomás” fue un ejemplo de femicidio vinculado que llegó a los medios. Pero no es el único. El afán de destrucción total de una mujer corporizado en asesinarle a un hijo, da prueba cabal de que niñez y género deben ser abordados en forma integral. No se puede trabajar con problemáticas de niñez perdiendo de vista la perspectiva de género. Y no se puede construir el camino de la conciencia de género si no se atiende al hecho de que hay otras víctimas, además de las mujeres. El perfil de la violencia en el ámbito de lo privado siempre roza a niños, niñas y adolescentes.
La maternidad es una construcción social. La infancia y el género también lo son. La resistencia a la violencia doméstica debe ser construcción de un colectivo único, feminista y no feminista, cuya única bandera sea la protección de derechos.
* Coordinadora del Registro Nacional de Información de Personas Menores Extraviadas de la Secretaría de Derechos Humanos.
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