SOCIEDAD › OPINION
› Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
Llueve, y llueve con furia. En varias partes de Minas Gerais, en distintas regiones del sureste brasileño y en las montañas vecinas a Río se vive cada día como una amenaza a ser superada con la ayuda de los dioses, porque de los gobernantes no hay que esperar.
Hace un año exacto, los temporales de verano arrasaron a dos ciudades de la región serrana vecina –Teresópolis y Nova Friburgo– y causaron pesados estragos en una tercera, la más bella e importante, Petrópolis. El saldo de la destrucción ha sido de 918 muertos y 215 desaparecidos, que seguramente estarán muertos también. Fue el mayor desastre provocado por alteraciones del clima jamás registrado en Brasil.
En aquella ocasión, autoridades municipales, estaduales y federales hicieron rigurosamente lo mismo que ahora: se presentaron al público ostentando miradas compungidas, goteando palabras de ánimo y anunciando el divino milagro de la reconstrucción. Nadie pidió perdón por el abandono. Con estruendo prometieron medidas que jamás fueron adoptadas pese a tantos anuncios anteriores.
Dilma Rousseff había asumido la presidencia menos de dos semanas antes. Visiblemente impactada, prometió liberar recursos y crear grupos de trabajo, reuniendo a varios ministerios para actuar junto a alcaldes y al gobernador. Pidió soluciones urgentes para mitigar el sufrimiento de miles de gentes que perdieron sus casas y, con ellas, todo lo que tenían en este mundo de abandono.
Es exactamente lo que repite ahora.
Pasado un año, y con la tozudez de siempre, las lluvias volvieron. En las hermosas y solemnes montañas vecinas a Río, más que los peligros previsibles de la naturaleza lo que realmente amenaza a la vida de la gente es la inepcia, la irresponsabilidad y el cinismo de los responsables: alcaldes, ministros nacionales, el siempre risueño y parlanchín gobernador Sergio Cabral. Y otra vez empieza el juego de buscar al culpable. Lo practican precisamente los culpables, que tratan de empujar responsabilidades unos a otros. Insisten en mentir que la naturaleza es imprevisible. Pero la naturaleza no estimula una favelización que se incrementa a cada día, la naturaleza no roba recursos, no miente.
Hay explicación para todo, mientras nada se explica. Por ejemplo: en los temporales de hace un año, en la región serrana de Río fueron destrozados 75 puentes. Solamente uno fue reconstruido. ¿Cómo explicar ese absurdo? Han sido prometidos, a golpes de bombo y sones de clarín, miles de casas populares. Ninguna empezó a ser erguida. ¿Quién explica esa falacia? Hasta hoy, más de siete mil familias reciben del gobierno estadual el llamado “alquiler social”, unos 270 dólares, mientras las tan anunciadas viviendas populares no salen del papel. Por esa cantidad, lo que se consigue son casuchas en favelas que se expanden en velocidad alucinante. Es decir, el gobierno estadual utiliza dinero federal para fomentar el crecimiento de las favelas existentes y promover el surgimiento de otras. Todas ellas en terrenos de riesgo. Todas ellas excelentes candidatas a la próxima tragedia.
Además de esa clase de estupidez pública, además de la ofensa de la ineptitud administrativa, hay otra cara: la corrupción. Por inepcia de una burocracia imbécil y criminal, la mayor parte de los recursos prometidos por Dilma no fue liberada. Y por indecente impunidad, de lo que fue liberado, la mayor parte nunca llegó a destino. Está probado que por lo menos cien millones de reales (unos cuarenta millones de pesos) se esfumaron en el aire. Hay alcaldes cuyos mandatos fueron extinguidos por la Justicia, pero ninguno de ellos devolvió el dinero y ninguno está en la cárcel.
Las lluvias llegaron otra vez, con sus aguas de amenaza. Desde octubre, al menos, tres millones de personas fueron afectadas en Minas Gerais, San Pablo y Río. Los muertos todavía se cuentan por docenas. Si la furia de los cielos se acentúa, muy pronto se contarán por centenares. La naturaleza agredida devuelve las ofensas y recibe el respaldo decisivo de la criminal irresponsabilidad del gobernador de Río, de los ministros de Dilma, de los alcaldes filibusteros que se hacen con el dinero enviado por el gobierno federal para reconstruir sueños y rescatar vidas.
La lluvia no lava esa vergüenza.
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