SOCIEDAD › EN VILLA GESELL, LA OCUPACIóN EN LA SEGUNDA QUINCENA SUPERA A LA PRIMERA
Antes que en los números, la mayor cantidad de turistas puede verse en la calle y en las playas, donde éstos se acomodan entre heladeritas, castillos de arena, música en vivo y sombrillas que no resisten el viento.
› Por Soledad Vallejos
La ruta, ajetreada por peregrinaciones de salida y llegada propias de mediados de enero, remeda postales urbanas que llegan a replicarse también en la terminal de ómnibus, entre bolsos, valijas y petates de las formas más variadas. Las escenas, claro, se condicen con los datos de hoteleros, gastronómicos y afines: en los últimos quince días de enero, Villa Gesell supera los números del comienzo de año, que ya rozaban la plena ocupación. Por eso en el segundo envión de la temporada esta arena es un universo de playas con dos, tres, cuatro líneas de sombrillas por delante de los balnearios con carpas y reposeras coquetas, olas que un día quedan lejos de la costa y al siguiente no dejan franja de arena seca, decenas de percheros rodantes que se vuelven islas de bambulas de colores, paradores que acompañan la caída de la tarde con música, clases de gimnasia, concursos varios, animadores para que el espíritu vacacionista no decaiga. Mientras sigue empezando 2012, por aquí se puede perdonar todo menos el aburrimiento.
El asfalto de la Avenida 3 promete arder en breve; apenas pasan autos, eventualmente alguien entra en alguna tienda; hacia el este avanzan chicas y chicos que se relojean de vereda a vereda, familias numerosas aumentadas por heladeritas y sillitas plegables y sombrillas, algunos rezagados que se resisten a dejar la cerveza, como quien disimula que la noche ha terminado. La amenaza de hervidero humano es consecuente con la ocupación casi total, y aún mayor que la de los primeros días del mes, de las plazas hoteleras de la Villa. Lo advierten las cifras de la Asociación de Hoteles, Restaurantes, Confiterías y Afines: si la primera quincena, en lugar de cumplir con el 85 por ciento de reservas prometidas, terminó con un 90 por ciento de ocupación real, del 95 por ciento de reservas estimadas para estas dos semanas puede esperarse cualquier cosa. Y el período recién empieza.
Médanos adentro, todas las reglas son del viento, que propone y dispone momentos caprichosos: es primera hora de la mañana y, entre footing y mantitas recién plantadas sobre la arena, una audaz sombrilla voladora surca un balneario del centro. Con desventaja de unos cuantos metros, un guardavidas pica desde su mangrullo para atajarla antes de que, el azar existe, en una de las volteretas terminara clavada en lugares ajenos inadecuados. Salta a un señor, una esterilla, un perro pequeñísimo desprevenido ante tanta acción, y la alcanza; unos cuantos metros después aparece, colorada no se sabe si del sol o de la vergüenza, la dueña. Basta que el guardavidas entregue la sombrilla rebelde para que, un poco más allá, otra más salga dando piruetas.
Las risas se extinguen con la distancia y los primeros castillos del día, todos debidamente protegidos por muralloncitos de arena para evitar que las olas, que esta mañana son de largo alcance, derrumben la proeza. “Ojo ahí, Federico, mirá que va a entrar agua”, señala, desde una reposera convertida en trono de ocasión, un setentón a un nenito de tres años, a sabiendas de que la misión recién impuesta sólo puede traerle beneficios: la murallita protege a esa misma reposera de la invasión marítima.
“¡Tan sólo diez pesitos!”, grita una nena mientras corre entre un puesto ambulante de choclos con manteca y la sombrilla donde su padre refunfuña escondido detrás de un diario. Lejano todavía el mediodía, los caprichos del día podrían trepar con el correr de las horas: entre 20 y 30 pesos un licuado realizado, como por arte de magia, sobre un puesto ambulante munido de un pequeño equipo electrógeno; 10 pesos los panchos con papas pay; 2 pesos los cubanitos rellenos, la magia de un rellenador sobre ruedas, a la vista; a voluntad “las paletas” que un Gato con Botas (y capa, y sombrero, y espada de peluche) y acento colombiano anda ofreciendo un poco más allá.
La proliferación de heladeritas no discrimina: tanto se inmiscuye en los grupitos de adolescentes como en las familias, numerosas y no, o en esos grupos de adultos mayores que matan el tiempo entre desa-fíos de burako (ellos) y feroces campeonatos de rummy (ellas), que en ambos casos discurren prolija y civilizadamente sobre mesitas vestidas con mantel verde.
Un inverosímil tratado de reglas de la arena no podría ignorar el furor de 2012: la animación. Las tradicionales clases de gimnasia bajo el sol cuando se han superado los 30 grados quedaron en el pasado. O, al menos, ya no alcanzan. En cualquier hora de la tarde, cuando el vermut pre cena aún está lejos, los parlantes de un balneario atacan con música en vivo de alguna banda de rock, o convocan a que niñas y niños menores de 12 años demuestren sus habilidades bailarinas al culisuelta o wachiturro style, respectivamente. No importan los casos, las ofertas: el público siempre responde. Alta en el cielo, sobre la línea del agua, una avioneta surca el bullicio de la playa con anuncios de teatro. La noche, aún lejos, se acerca.
Otra vez el aire se enrarece: de un segundo al otro, nubes de burbujas surcan el mundo. Barren los topes de las sombrillas, anclan brevemente en el gorrito de un señor concentrado en la lejanía, en las olas, golpean a un perro que pasa y siguen camino. Eventualmente se desvanecen. Detrás, a la distancia, el señor con cintura de burbujeros artesanales a 20 pesos, vuelve a la carga. Las burbujas revolotean.
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