SOCIEDAD
Absolvieron al chico que mató a otro, cansado de ser “Pantriste”
Los jueces consideraron que cuando Javier Romero disparó a sus compañeros no estaba en uso de razón. Ayer lo absolvieron y ordenaron internarlo preventivamente en un psiquiátrico.
› Por Horacio Cecchi
Fue tan difícil la resolución del caso que en su último párrafo la extensa fundamentacióm del Tribunal Oral 6 de Lomas de Zamora se apartó de los tecnicismos para sostener: “Estamos en presencia de una enorme y profunda tragedia. La decisión que aquí se adopte no podrá reparar el dolor”. Se referían al caso de Javier Romero, hoy de 22 años. El 4 de agosto de 2000, Romero, cansado de que sus compañeros de la 2ª división del 1º año de la Escuela Polimodal de Rafael Calzada se burlaran de él llamándolo “Pantriste”, extrajo un revólver calibre 22 y disparó sobre dos de sus compañeros. Uno de ellos, Mauricio Salvador, de 16, murió dos días después como consecuencia de un balazo en la cabeza. Ayer, los jueces Daniel Obligado, Gustavo Warner y Claudio Fernández decidieron absolver a Romero, por considerar que en el momento del disparo no estaba en uso de razón, e internarlo preventivamente en el psiquiátrico de Melchor Romero hasta tanto los estudios médicos determinen su cura. Entonces, quedará libre.
El fallo tuvo una extensa fundamentación en la que los jueces fueron analizando, detalladamente, cada una de las cuestiones que se trataban en el juicio iniciado el 27 de marzo pasado. La primera pregunta, sobre si estuvo acreditado el crimen, no entró en discusión por la multitud de testimonios y datos que corroboraban que el 4 de agosto de 2000, a las 13.05, a la salida del Polimodal de Rafael Calzada, Javier Romero extrajo el revólver Bagual 22 corto, de Luisa Gómez, su madre, y disparó en tres ocasiones. El primer balazo se perdió en el aire. El segundo rozó la cabeza de Gabriel Ferrari. El tercero se incrustó en el cráneo de Salvador.
Para responder a la segunda pregunta, sobre la responsabilidad del hecho, los jueces avanzaron sobre una larga cadena de fallos jurisprudenciales y tratados psicológicos. Es que en esa segunda pregunta se jugaba el fallo: ¿había sido Romero responsable de sus actos? ¿Se lo debía considerar inimputable o penalmente responsable? Como antecedentes, el 7 de agosto de 2000, tres días después del crimen, Romero fue sometido a una pericia psiquiátrica. En ella, la especialista Adriana Fourgeaux, de la Asesoría Pericial, determinó que el detenido registraba una personalidad del tipo esquizoparanoide y recomendó realizar una pericia con mayor profundidad. En esa segunda pericia, las especialistas Santamaría y Secondi confirmaron que sufría un trastorno de personalidad esquizoide y que en ese momento era peligroso para sí y para terceros. Pero especialmente determinaron que en el momento del hecho había sufrido un “episodio psicótico breve que le impidió medir la dimensión del acto”.
Las dos pericias fueron tomadas por la parte acusadora como una evidencia de que Romero no era inimputable (según la primera pericia) y que era peligroso (de acuerdo con la segunda). Por ello solicitó la pena de 15 años de prisión. El fiscal Osvaldo Carrea, en cambio, entendió que resultaba inimputable y solicitó su internación. Por su lado, la defensora Graciela Caldini sostuvo que Romero era inimputable pero debía ser absuelto porque ya no registraba problemas psíquicos.
Pero el tribunal entendió que no existía contradicción entre los dos estudios. Consideró que Romero sufrió un muy breve brote psicótico producto de su endeble estructura, de su historia personal (aún no había cerrado el duelo por la muerte de su padre) y por el estrés provocado por las permanentes burlas de sus compañeros. Los jueces consideraron que la “ausencia de razón para conocer la profundidad de sus actos” sólo tuvo lugar durante el hecho, y la duda benefició al acusado: no fue considerado inimputable sino absuelto.
Como contrapartida, y ante las evidencias de su peligrosidad, ordenaron su internación en la Unidad Psiquiátrica del Melchor Romero, en La Plata, por motivos de “seguridad preventiva y no como medida punitiva”, se encargaron de aclarar los jueces, hasta tanto los especialistas determinen su cura o la ausencia de vestigios psicóticos. Al terminar el juicio, en la sala, ocupada por 32 periodistas, Luisa Gómez –madre de Romero– en un extremo, y Marta y Rubén Salvador –padres de Mauricio– en el otro, se escuchó el grito de Marta: “¡Está todo arreglado, no hay justicia!”, gritaba la mujer desesperada.