SOCIEDAD
La antinomia Rosas vs. Sarmiento, intacta un siglo y medio después
El debate despertó más pasiones que la campaña electoral. En una audiencia por el cambio de nombre de un tramo de Sarmiento por Rosas, unos y otros se enfrentaron allí hasta a los gritos.
A más de 150 años de la batalla de Caseros, la vieja disputa entre unitarios y federales despierta más pasiones entre algunos porteños que la actual campaña electoral. Al menos eso es lo que se vio ayer por la tarde en la audiencia pública convocada por la Legislatura de la ciudad para debatir si se cambia o no el nombre a tres cuadras (sí, sólo trescientos metros) de la avenida Sarmiento por el de Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas. Allí, las barras de ambos candidatos, perdón, de ambos próceres, se insultaron y desafiaron en el recoleto Salón San Martín por espacio de ocho horas con un fervor que desde hace años es raro encontrar en las tribuna política. “Exiliate”, le gritó un rosista desaforado, con la insignia punzó en su pecho, a uno de los expositores cuando éste comparó al Restaurador de las Leyes con Videla. “Mentiroso”, rugió un sarmientino acalorado, cuando se le adjudicó al gran sanjuanino la intención de vender la Patagonia, mientras el público abucheaba su interrupción. “Esto no es Argentina, es Macondo”, bramó finalmente desde el fondo una de las participantes, antes de abandonar la sala con rumbo desconocido. ¿Habrá ido a proponer que cambien el nombre de la avenida Belgrano por el de Aureliano Buendía? Quizá, nadie lo sabe. Anímese a ingresar en este debate de la Argentina del siglo XXI, ¿o del XIX?
“Como vecino de la capital de la Confederación Argentina, vengo a adherir al proyecto del diputado O’Donnell”, dijo inmutable. Con estas palabras, el primero de los 104 expositores anotados para hacer uso de la palabra en la audiencia pública convocada por la Legislatura porteña, abrió la polémica que luego se extendió por transcurso de varias horas.
El hombre, con corbata y pañuelo bordó, no ahorró elogios para aquel a quien consideró baluarte de la Argentina católica e hispana. “La dictadura intelectual post Caseros ha intentado hacer desaparecer la herencia de un prohombre, de un luchador por la unidad nacional”, dijo exultante mientras los aplausos bajaban desde un sector de la platea, donde –entre muchos otros– resaltaba la figura de José María Soaje Pinto, autoproclamado integrante de la comisión de repatriación de los restos del Restaurador y abogado defensor del joven Mazzini Uriburu, quien fuera juzgado hace pocos días por discriminación a una mujer negra y su pequeño nieto, donde el abogado acuñó su famosa frase “No hay negros en la Argentina”.
También estaban allí, pero del otro bando, varios de los descendientes del propio Sarmiento, quienes empezaron a entrar en calor desde temprano al ver cómo uno tras otros se sucedían los discursos en favor de Rosas. Por ello no pararon de aplaudir cuando el legislador por la UCeDé Crespo Campos anticipó su voto negativo al proyecto y trato de “dictador” y “tirano” al caudillo bonaerense, mientras resaltaba la figura del sanjuanino como educador y civilizador. “Rosas se merece una calle, pero no encima de Sarmiento”, remarcó, e hizo poner de pie a un sector del auditorio.
Sin embargo, ésta no fue la posición oficial de los seguidores del gran educador. Como siempre ocurre en estos casos, hubo alguien que redobló la apuesta y fue por más. “Rosas no se merece ninguna calle porque fue un tirano”, dijo Isidoro Ruiz Moreno antes de recordar que el gobernador de Buenos Aires incluso había osado reformar la bandera nacional. “Le hizo inscribir la frase: Vivan los unitarios, mueran los salvajes federales”, se quejó indignado sin advertir el fallido en la cita. Su corazón lo había traicionado.
Pero lo que para él fue un error involuntario, para los rosistas fue una terrible ofensa –sobre todo por lo de “mueran los salvajes federales”– lo que provocó que el calor de la sala siguiera en aumento, a pesar de los esfuerzos que realizaba el presidente de la audiencia, Eduardo Finvarb, para mantener el orden en un recinto colmado por más de doscientas personas. No eran exactamente barrabravas y el promedio de edad no bajaba de los setenta años, pero las pasiones estaban desatadas.
Así, cuando el siguiente orador sugirió que Rosas había dejado pasar la invasión inglesa a las Malvinas a cambio de que le fuera condonada partede la deuda externa a la Argentina, un sinnúmero de gritos colmó la sala. “Mentiroso”, “falaz”, “ignorante” fueron algunos de los epítetos que se pudieron oír en la Legislatura.
Tal clima de tensión pronto se cobró su primera víctima. Un joven, uno de los pocos que se acercó hasta el lugar a dar su opinión, presa de los nervios que le generaba hablar frente a semejante auditorio, prácticamente se desvaneció en los brazos del legislador Jorge Enríquez, quien, presto, lo ayudó a retirarse de la sala. Afortunadamente, el tema no paso de allí y fue el propio legislador quien se hizo cargo de la lectura del documento que había acercado el muchacho, donde criticaba duramente a Rosas, mientras los hombres de la insignia punzó recordaban a cada momento que Sarmiento tampoco era una ninguna “carmelita descalza” y que había mandado a matar a cientos de indios y gauchos en nombre del progreso y la civilización.
En el final, pocas cosas quedaron claras a excepción del hecho de que evidentemente las luchas entre los unitarios y federales, entre los revisionistas y los oficialistas, siguen abiertas. Ahora, en los próximos días se verá si los legisladores toman en cuenta los conceptos volcados en el debate para denominar esas tres cuadras de la avenida Sarmiento como Rosas o lo dejan como hasta ahora.
Producción: Damián Paikin.