SOCIEDAD
› POR LA CRISIS Y LA POCA GENTE, PUERTO MADERO INTENTA CAMBIAR SU PERFIL
El peso de aquel viejo brillo
Hay pizarras que proclaman ofertas como en el mejor bodegón de barrio. Hay menúes por siete pesos, de almuerzo o de cena. Y hay posibilidad de pedir una gaseosa de litro para abaratar costos. Así y todo, lo que no hay es gente. Puerto Madero atraviesa la crisis bajando precios hasta un 30 por ciento, pero muchos aún creen que el esplendor de antaño sigue costando caro.
› Por Alejandra Dandan
La primera imagen son ellos tres: un grupo de jóvenes estudiantes de clase media que discute el precio de una cerveza con ímpetu cacerolero. La segunda es un cartel: “Viva en la zona más exclusiva de Puerto Madero”. Todo pasa en el mismo lugar y al mismo tiempo en medio de esta ciudad paralela construida sobre el borde sur de la Capital. Puerto Madero atraviesa una de sus encrucijadas más críticas: no sabe cómo frenar la crisis que hizo caer casi un 30 por ciento el tránsito de visitantes y de consumo. La idea es salir a flote a costa de la imagen: hay menúes ejecutivos que pasaron de 12 a 7 pesos. Y hay una caída completa en los precios de hasta un 30 por ciento. El esfuerzo es tal que en los paseos hasta se ponen pizarras de ofertas destinadas a la gran masa del pueblo que todavía no llega. Las mesas siguen vacías y esta vez no sólo es culpa de la crisis, sino de un búmeran: ante su historia de brillos, el pueblo se espanta.
“La gente ni siquiera te pregunta si aceptamos patacones; vienen, comen y te los dan”, rumorea Gabriel, atrás de un mostrador donde los vinos más baratos se consiguen a veinte pesos. Esos son algunos de los signos de la crisis que así, de a poco, ha entrado incluso hasta en Il Gran Caruso, uno de los bares que forman parte de esta ciudad faraónica que parece parte de un mundo crecido fuera de Buenos Aires. Quizá por eso, Gabriel está sorprendido con tantos patacones en las mesas y tanto pago con tarjeta que, dice, eso sí aumentó: “Diría un 80 por ciento, pero no las de débito, las de crédito.”
De las propinas ni siquiera habla. Y menos de los platos compartidos, esos raros modales nuevos que han adquirido por aquí parte de sus comensales: comer dos personas con un solo menú. El ajuste en Il Caruso ha llegado hasta ahí: sorprendentemente, los vinos se siguen pagando tan caros como de costumbre.
En el Café del Sur, sin embargo, la realidad es otra: “La gente entró en la onda light –bromean en el bar–: nada de alcohol, pura agua y, a lo sumo, te toman una gaseosa”. Para este otro encargado, que atiende la barra del café, la diferencia del consumo a lo largo de estos dos meses es notable: “¿Qué piden? –pregunta–. Pizza, si es lo más barato”.
Fuera del local están los precios escritos en una pizarra de esas que han convertido el paseo en una subasta de ofertas. Ahí alguien ha puesto que un plato de salmón con panaché de verdura cuesta 7 pesos, y que unas milanesas de pollo servidas con una guarnición y una cosa rarísima que se llama in corazza sale 6,80.
–Y te digo –dice ahora un estudiante–: a la noche en vez de venderte una botella chica de gaseosa, te dan las de litro.
Pero Pablo Fariñola, ese estudiante, no habla del bar sino de Viva la Vaca, uno de los restaurantes de este pueblo gastronómico que también bajó los precios. Pablo tiene un porrón de cerveza en la mano, un libro en la mesa y un amigo del otro lado. Matías Dozzini, su amigo, estudia a un dique de aquí, es decir, en el edificio de la Universidad Católica que está en la otra cuadra. Los dos están de descanso mirando esa línea de edificios que van tapando el cielo al otro lado de canal. Matías no puede creerlo: el año pasado, cuando caminaba por ahí, las torres crecían como hongos. “Todos los días tenías algo nuevo con miles de tipos trabajando como moscas. Mirá ahora: están peladas.”
En el Puerto se construyen diez obras destinadas a viviendas, pero desde diciembre están frenadas. La Corporación Puerto Madero asegura que ninguna se detuvo del todo, pero admite que ahora se hacen con la misma velocidad de una película en cámara lenta. El único lugar que se terminó es una parte del proyecto de Torres del Faro, un edificio donde el metro cuadrado cuesta 3000 pesos. Pero también este éxito es relativo: las Torres del Faro formaban parte de un complejo integrado por las Twin Parks, dos columnas de cemento que iban a replicar en Buenos Aires a las extintastorres gemelas. Ese proyecto quedó detenido, y no fue frustrado por fundamentalismos islámicos.
–¡Ayyy! –dice una mujer–: para mí es hermoso todo esto.
–Para mí no –se queja su hija–: no veo nada lindo. ¡Si parece una selva de cemento! ¡Bóvedas! Eso parecen esas torres.
Las dos están contra la línea de edificios. Alicia Ventura es la menor, y Amalia, su mamá, que no volvía a Puerto Madero desde hace un año. En ese momento, los tiempos en el Puerto eran distintos. Los primeros síntomas de la crisis comenzaron a notarse recién hace seis meses, cuando algunas empresas abandonaron los edificios por cuestión de costos. Esa es una de las causas por las que se frenó ahora parte de las inversiones destinadas a la construcción de torres para oficinas. En este momento, según la Corporación, la sobreoferta en ese rubro desalienta cualquier tipo de nuevo emprendimiento.
Pero los ejecutivos fueron sólo una parte de los emigrados. El resto, algunos comensales y turistas, se fueron a poblar las mesas de Las Cañitas primero y más tarde a Palermo Viejo, cuando todavía eran tiempos de bonanza en esas tierras.
En ese momento, los que quedaron en el Puerto se pusieron en guardia. Comenzaron a modificar los precios y a ofrecer con las cenas combos de fiestas, promociones y shows como parte de una artillería pensada para una guerra. Así Madero Este, una de las playas de estacionamiento que rodean el Hilton, inventó un plan para empleados buscando retener a sus clientes. Sus precios mensuales bajaron de 200 a 150 pesos. La tarifa se mantuvo así hasta que llegó la versión 2002 de la crisis: ahora Ramiro paga 60 pesos por el techo mensual de su auto.
Con ese ritmo, bajaron buena parte de los precios por aquí en los últimos sesenta días. El promedio del valor de un menú de mediodía pasó de 12 a 7 pesos, con reformulaciones que en algunos casos incluyen una bebida como la que se tomó hace unos días Alicia Ventura, ese día que su marido la sacó de paseo. Eso sí, no hubo excesos y cada uno controló bien los gastos. Por una cerveza pagaron 2,50 y reemplazaron los tostados con una pizza cuando vieron los precios.
–Pero ¿te digo la verdad? Cuando vi que los tostados costaban 3,50, decidí que me comía los que había dejado en casa.
A dos diques de ahí, las impresiones no cambian.
–Tienen que bajarlos, a la fuerza, si no no van a entrar ni los turistas.
Ella es Norma Fernández Tejeira, dueña de una cuenta de siete pesos por comerse dos panchos, dos gaseosas y dos sandwiches de miga en un café al paso, de ésos donde todavía “se puede pagar con unas monedas”. Dice ahora María del Carmen Pérez, su compañera de mesa, que después de 72 años aprendió algunas cosas del Puerto, y de la vida: “Porque, mirá –empieza-, siempre hay un grupo que tiene plata, y ellos se llevan todo, pero ellos tampoco van a ir a pagar esos precios”.
Por eso, ellas prefieren los lugares más populares, esos que aunque tienen los mismos precios, están más lejos del Puerto.
–¿Conocés La Boca? –dice una– Ay, tenés que ir, está hermosa.
Muy cerca de la mesa de las mujeres, sigue la discusión de los estudiantes por la cerveza. Los cuatro están en un intervalo, hacen uno de esos break fuera del edificio de la UCA. Ni Diego Sartori ni su amigo Martín se ponen de acuerdo: en el bar donde están parados les piden 2,50 pesos por el litro de cerveza; más allá el precio es distinto: tienen medio litro, por 2 pesos.
–Este lugar es una especie de submundo –dice Diego con aire reflexivo-: si acá no llegó el ajuste, a nuestras casas sí.
Y lo hizo fuerte.