Mar 19.06.2012

SOCIEDAD  › OPINIóN

Emoción violenta

› Por Eva Giberti *

La novedad apareció a fines del año 2009. El llamado provenía del centro de la ciudad de Buenos Aires y era tan desesperado como la mayoría de los pedidos de auxilio que recibimos en la línea gratuita 137, durante las 24 horas de los 365 días del año. Pero esta vez –y así continuamos hasta la actualidad–, la muchachita decía: “¡Me amenaza con quemarme! Ya una vez tenía una botella de alcohol en la mano y me escapé... Ahora me encerré en casa de mi tía pero tengo miedo de salir...”.

No teníamos una víctima habitual, una mujer golpeada, pero sí era alguien que padecía amedrentamiento y además estaba en peligro concreto. Riesgo existiría si ella asumiera el peligro de la situación y se quedara en su casa. Pero ella solicitaba auxilio.

En aquella oportunidad, inmediatamente se desplazó un equipo que se presentó en la casa donde la muchacha, de 19 años, estaba refugiada. El compañero, que compartía el perfil de compadrito de estos violentos, se paseaba por el barrio demostrando que nuestra presencia no le importaba. Los policías que forman parte del equipo llamaron al patrullero para que lo detuviera y entonces sí la botella de alcohol desapareció de su manos y el encendedor quedó tirado en un cordón de la vereda.

El barrio se preguntaba por qué se llevaban a un chico “tan bueno”, que lo único que hizo fue pelearse con la novia... Si se pretende hablar de prevención –y estos días esa palabra resonó permanentemente en los medios de comunicación–, empecemos por entender que no se logra solamente mediante cursos informativos, sino alertando al barrio, a los vecinos, a los que viven junto con los que amenazan con quemar, porque es probable que lo hagan. El barrio no es sólo testigo, es sustancia presente y actuante. Después pretenden linchar al violento o al violador, pero cuando lo tienen delante sostienen el “no te metás”.

La aplicación de la prevención es una técnica, larga para ser expuesta en un artículo, pero el “por las dudas” es muy eficaz. En cambio, no es acertado hablar de “contagio”. “Las queman porque es una moda y existe un contagio.” Quien habla de contagio se remite a la idea de contagio psicológico, que no es aplicable a estos fenómenos homicidas. Porque puede “contagiarse” un estado de ánimo, pero no la decisión de matar, y si es quemando a la víctima, con alevosía.

Esta forma de delinquir contra las mujeres parecer ser nueva, si se remite a la botella con sustancias inflamables, y se dan por no existentes las historias de la quema de “brujas” (mujeres sanadoras) durante el Medioevo, Juana de Arco, las 129 mujeres quemadas en la fábrica Cotton Textil Factory por los propios dueños en el año 1857. Santa Agape de Macedonia, quemada por orden de Diocleciano, la Beata Lucía de Freitas, que ardió en un brasero, y todas aquellas cuyas cenizas hoy en día retornan para sumarse en el horizonte cotidiano que nos olvidamos de mirar cuando protestamos por las mujeres quemadas de cada día.

Surcando los siglos, los varones quemaron mujeres. Pero cada época respondía a su ethos, a sus costumbres y olvidos, porque estos cuerpos en llaga pesan demasiado en las mentes, que deben ocuparse de otras cotidianidades.

Por ejemplo, los homicidas de las “brujas” y de las obreras de la Cotton no tuvieron como atenuante la “emoción violenta”. Porque el Derecho Penal todavía no había propuesto que algo violento fuera un atenuante; en realidad, para algunas de las víctimas el Derecho era el Canónico y para otras sería el Napoleónico. La palabra violencia –de reciente aparición histórica– asociada a emoción nos enseña cuánto le debemos a Darwin cuando produjo el libro máximo acerca de las emociones de los seres humanos y de los animales. Y los especialistas en neurobiología investigan las funciones del hipotálamo y del cerebro interno para explicar cómo funcionan esas emociones que los psicólogos incluimos dentro de los sentimientos. Los penalistas, en cambio, lograron transformar la violencia en adjetivo calificativo para comprender mejor las situaciones complejas que les toca estudiar y unificar en una figura el sustantivo emoción con su calificativo violento para lograr una figura rotunda e inapelable: cuando alguien recurre a algo tan carismático y humano como una emoción... se tiende a retroceder porque se está convocando a la figura de un ser humano que se emociona. Darwin también describió brillantemente la emoción de los animales.

Y si después le adjuntamos la violencia, pero no como sustantivo sino convertida en calificativo, la caracterización adquiere otro sentido. Se trata de un humano apresado por algo que él produce, la emoción ligada con la violencia: hay que entenderlo. Se trata de alguien que ha quedado sujetado en su Yo por su condición de humano, calificado como una víctima de lo que le sucede a su emoción, se puso violenta. No quiere decir que se trate de un sujeto violento (¿?) sino que su emoción adquirió características de violencia. De este modo, la emoción queda separada del sujeto, que solo la transporta y es ella la que se adjetiva como violenta. El sujeto, que tiene un Yo capaz de discernir, de decidir, queda aislado de su emoción, porque el Código consagra la emoción violenta como unidad inseparable en sí misma.

Sabemos que los jueces estudiaron mucho tiempo el caso y en su horizonte, que quizás no tiene las cenizas de las mujeres quemadas, se recortará la figura del Código que sirve para comprender, tomar distancia de los hechos, sentenciar y tratar de ponerse en el lugar de aquel que se va a juzgar. Lo que tarda mucho tiempo en aprenderse es que nadie puede ponerse en el lugar de la víctima, aunque lo pretenda.

Solamente los homicidas pueden acercarse al horroroso terror que sentirá su víctima, por eso proceden. No por contagio (del latín tangere, “tocar”), sino por inspiración, que quiere decir infundir ideas.

Eso sí es lo que promueven algunos medios de comunicación: inspiran ideas a quien ya cuenta con la imaginación, el deseo, la tentación y la voluntad homicida. Que en un primer momento tal vez no padecerá una emoción violenta porque tiene que ocuparse de comprar aquello que va a utilizar para el hecho: alcohol, fósforos o encendedor cargado, buscar preferentemente escenas sin testigos y, luego, quizás le “agarre” la emoción violenta después de matar o durante el hecho, si se asusta de lo que está haciendo. Porque el fuego mete miedo. Es lo que nos dicen en cada llamado, reiterado, al call center del 137. Será prudente que los barrios estén atentos; porque estos sujetos están en sus calles. Las posibles víctimas también. Y siempre aparecerá el recurso de la emoción violenta para ser justos con el homicida, de acuerdo con la Constitución. Y el horizonte de cenizas aumenta, pero no puede apelar.

* Coordinadora del Programa Las Víctimas contra las Violencias. Ministerio de

Justicia y Derechos Humanos de la Nación.

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