SOCIEDAD › OPINION
› Por Flavia Luz Bellomi y
Javier Auyero *
En una nota publicada en este diario el 19 de marzo de este año, contábamos que para conmemorar el Día Internacional de la Mujer, Flavia Bellomi, maestra de una escuela del primer cordón del conurbano bonaerense, había propuesto un ejercicio colectivo a sus alumnos y alumnas de sexto grado. Armarían un “árbol de los deseos”. La consigna, describíamos en esa nota, había sido muy simple: “Escriban en un papel lo que quieren para las mujeres en su día”. Además de los típicos clichés (“paz”, “amor”), José, uno de los alumnos más incisivos y curiosos, escribió: “No a las violaciones ni a los orales”. José, en una frase, encapsulaba una preocupación colectiva sobre la violencia sexual en la zona. En la nota hicimos también referencia a la complicidad del Estado en la perpetuación de esta amenaza bajo la forma de lo que los vecinos llaman “policía petera” –agentes policiales que demandan actos sexuales (felatios, o “petes”) de las adolescentes pobres.
Durante los dos años y medio en los que observamos a tres grupos de alumnos de dos escuelas primarias, no hubo una sola semana en la que éstos no reportaran uno o más incidentes de violencia en el barrio –violaciones, muertes, heridos de bala, peleas físicas en el hogar–. Sólo en los últimos tres meses, cuatro personas fueron asesinadas en la zona aledaña a la escuela donde trabaja Flavia.
Hace pocas semanas, Flavia les propuso otro ejercicio colectivo a sus alumnos. Luego de leer historias sobre algunas leyendas urbanas –“la llorona”, “el pomberito”–, Flavia les preguntó: ¿A qué le tienen temor ustedes? Los alumnos y alumnas aprovecharon la oportunidad para conversar sobre lo que realmente les importa. El anzuelo fue: “A ustedes, ¿qué sonidos les dan miedo?” De los siete sonidos, cinco de los que quedaron anotados en el pizarrón son los sonidos de la violencia circundante: “Pasos en el techo, ratas, tiros, gritos cuando le roban, gatillo-cargador, tormenta, cuando roban y queman los autos y explotan”.
Las distintas violencias en los barrios más relegados del conurbano bonaerense tienen un impacto que va más allá del aquí y el ahora –los demógrafos hablan del “largo brazo de la infancia” haciendo referencia a las consecuencias de largo plazo que tienen las condiciones en las que los individuos crecen y se desarrollan desde temprano en sus vidas–. Las ciencias sociales y la psicología han estudiado los efectos que producen la exposición crónica a distintos tipos de violencia (truncamiento del desarrollo cognitivo y moral, adaptación patológica a la agresión física, etc.). Altos niveles de ansiedad, depresión y temor suelen afectar no sólo a quienes experimentan actos de violencia de manera directa, sino también a quienes son testigos de ellos; más aún cuando distintas formas de violencia ocurren de manera simultánea como estamos documentando en nuestra investigación.
Las discusiones sobre “inclusión social” –discusiones que suelen quedar restringidas a cuestiones de ingresos o de infraestructura– deberían preocuparse por las causas y los efectos de esos sonidos de la violencia que tanto preocupan a los alumnos y alumnas de las zonas más pobres del conurbano. Esos sonidos definen no sólo su vida cotidiana sino buena parte de su futuro.
* Maestra primaria en el conurbano bonaerense y profesor de Sociología en la Universidad de Texas en Austin, respectivamente.
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