Lun 16.07.2012

SOCIEDAD  › DESPUéS DE BUSCAR INCANSABLEMENTE A QUIEN MATó A SU HIJO, ROSA GARCíA ESPERA EL JUICIO

Llegó la hora de la justicia para Maxi

En enero de 1999, Maxi González apareció muerto en un galpón en Caseros. Su madre, Rosa, buscó durante trece años al homicida. Encontró a un sospechoso que irá a juicio oral en octubre.

› Por Horacio Cecchi

Trece años, nueve meses y veintidós días después de haber sido asesinado, Maxi González tendrá la oportunidad de que su muerte llegue a juicio oral. El próximo 30 de octubre, el Tribunal Oral 2 de San Martín iniciará las audiencias en las que está imputado Diego Fernando Ignotto, agente de la Comisaría 48ª de la Federal, actualmente en disponibilidad. Tres meses antes de que la causa prescribiera, Ignotto fue citado a indagatoria, lo que interrumpió la prescripción. Lo había localizado Rosa García, madre de Maxi y verdadero motor de la investigación.

El 9 de enero de 1999, Rosa encontró a Maxi, muerto a golpes el día anterior, en un galpón de los ex talleres Alianza, cerca de una canchita de fútbol que usaban los pibes del barrio, y en un sector que contaba con vigilancia privada. “Desde el primer momento aprendí a ir en contra de todas las pavadas que decían, empezando por los vigiladores, siguiendo por la policía de Santos Lugares, que decía que Maxi se había drogado y tirado desde los techos, y terminando por la primera fiscal del caso, Carreiras, que aseguraba que Maxi se había suicidado y que no me hiciera la película”, dice ahora Rosa, en su casa, trece años después de habernos encontrado para realizarle la primera nota publicada sobre la muerte de su hijo (30 de mayo del ’99).

Detrás suyo, un estante largo, es el soporte de una serie de fotos alineadas. Maxi sonriente, Maxi de niño, Rosa y su familia, las imágenes se suceden y dan cuenta de los años y del pasado. A partir del 9 de enero, su vida pasó a ser presente absoluto y necesidad de futuro, todo abroquelado en fotos del pasado.

El recorrido de la causa 3223 iniciada el 9 de enero del ’99 da la pauta de los aprendizajes que hicieron Rosa y su familia. “No más decir que, el primer día, los policías pusieron una mesita, al lado del cuerpo de mi hijo, una sillita de cada lado, una máquina de escribir y escribían supongo que la causa, mientras uno le preguntaba al otro si había juntado la gente para el partido de solteros contra casados. Pero nadie cercó el lugar y estaba lleno de pisadas que andá a saber de quién eran.”

Intentó por todos los medios –hasta que lo logró– remover de la investigación a la fiscal Carreiras. “Me miraba con cara de hastío, me decía que estaba viendo muchas películas, que mi hijo se había suicidado y que me tranquilizara y fuera a cuidar a mis otros dos hijos que me necesitaban.” Cuando fue removida la fiscal, asumió el actual fiscal, Marcelo Segarra, y la carátula del caso pasó de muerte dudosa a homicidio.

Un año atrás, un dato que llegó a Rosa después de mucho desanudar abrió una perspectiva nueva en la causa. Aunque no del todo nueva. Un muchacho que en 1999 tenía la edad de Maxi estaba siendo apuntado como autor del crimen. “Yo no lo conocía, en realidad lo vi al principio, al mes de que lo mataron a Maxi”. explica Rosa. Para entonces, una vecina le avisó que se estaba incendiando una casilla de ramas, próxima al galpón, en la que Maxi guardaba algunas de sus pertenencias. La casilla no había sido encontrada por la Bonaerense sino por la misma Rosa, y a las pocas horas alguien le prendió fuego.

El vecindario apuntó sobre un muchacho: “Era Diego Ignotto. Busqué dónde vivía, lo encontré y le dije que por qué había hecho eso, que estaba quemando pruebas –recuerda Rosa–. Me dijo que era amigo de Maxi y que le había hecho mal lo que le hicieron y que de bronca le prendió fuego. El no era amigo de Maxi, si no yo lo hubiera visto antes y nunca lo vi. Le dije que iba a pedir a la fiscalía que lo citara para que él explicara por qué había quemado el lugar”.

De hecho, Ignotto fue citado por Carreiras y en su testimonio dio la misma explicación. Recién el año pasado, Rosa empezó a reunir datos que dejaban al mismo hombre en la pista de la investigación. “Supe que lo acusaban a él y que dos meses después del asesinato se metió en la policía.” La reunión de evidencias se hizo contrarreloj: la causa prescribía a los 12 años, y faltando tres meses para que se cumpliera el plazo, Segarra finalmente lo citó a indagatoria.

Hace pocos días, sonó el teléfono. Era Rosa. Llamaba para avisar que, por fin, la investigación por el crimen de Maxi tenía fecha de juicio oral. Cuando llegué a su casa, desplegada sobre la mesa, estaba la nota del 30 de mayo del ’99 titulada “Alguien tiene que haber visto”.

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