Sáb 21.07.2012

SOCIEDAD  › OPINION

El sistema no se reserva el derecho de admisión a segundo grado

› Por Marta Zamero*

Cuando una práctica social, un modo de actuar está difundido y resulta común para todos, tendemos a considerarlo natural. Una de las prácticas educativas habituales más amplia y profundamente naturalizadas es que los niños repitan. Y que repitan el primer grado por encima de cualquier otro grado de la escuela primaria. Detrás de esa práctica naturalizada, el problema real se torna invisible.

En nuestro país, la repitencia del primer grado es la más alta de toda la escolaridad primaria. En algunas instituciones se le suma la recomendación de “permanencia” en la sala de cinco, lo cual no es más que repitencia encubierta en el Nivel Inicial. Como producto de ello, la sobreedad de uno, dos y más años convierte a los alumnos en un grupo de riesgo pedagógico, ya que la repitencia es el primer escalón del abandono y, por consecuencia directa, del analfabetismo adulto.

En Latinoamérica existe una preocupación por este fenómeno, que acompaña el proceso de crecimiento de la matrícula escolar desde la década del ’80. Si bien existen grandes diferencias dentro de cada región y país, en líneas generales la mayor cantidad de repitentes de primer grado se concentra en la población rural, las poblaciones indígenas en contextos bilingües o multilingües, y los sectores pobres.

Los rostros del problema son comunes en los distintos países, y esta correlación se presta a interpretaciones similares también naturalizadas dentro y fuera del sistema educativo como, por ejemplo, que la baja aptitud para aprender o el inadecuado o escaso desempeño escolar están determinados por las condiciones sociales que no han favorecido suficientemente el desarrollo físico y/o mental de los niños. Un variado repertorio de patologías enunciadas para explicar las diferencias en los ritmos de aprendizaje entre los alumnos (comparados unos con otros o bien con estándares arbitrarios fijados previamente) impregnan el discurso educativo y clasifican a los alumnos en sospechosos de uno u otro “problema de aprendizaje”.

Existen criterios tan diversos como arbitrarios para decidir la promoción o hacer repetir a un alumno, pero la mayoría de ellos no cuentan con respaldo teórico alguno; por ejemplo, la creencia de que todos en un año y con cualquier enseñanza pueden aprender a leer (falso desde toda perspectiva), que repetir el estímulo produce aprendizaje (premisa conductista discutida), que favorece la madurez escolar (los chicos no maduran sino que aprenden) y que mejora la asistencia irregular y la indisciplina (la repitencia las agrava). Los padres de sectores con bajo nivel educativo no acostumbran a cuestionar la recomendación de repitencia y suelen solicitarla a los docentes como si fuera posible que este tipo de decisiones pedagógicas quedara en sus manos. Sin embargo, en más de un caso se ha hecho repetir a los chicos apoyados en el pedido de los padres como único argumento.

En este marco interpretativo, no nos sorprende haber naturalizado como explicación más frecuente de repitencia que al alumno “no le da la cabeza” y, puesto que se van quedando, los chicos que necesitan más ayuda o que para aprender requieren el ciclo completo y no sólo un año (derecho que tienen, ya que el currículum está organizado por ciclos), hemos ido gradualmente aceptando, tan natural como erróneamente, que la escuela es sólo para los talentosos, consintiendo de este modo una selección encubierta.

Pero la educación primaria es obligatoria para todos: lentos, sobreprotegidos, rápidos, caprichosos, medianos, abandonados, con o sin patologías, malhumorados, sucios, impecables, pacifistas y peleadores, creativos, aburridos, desprolijos y ordenados, hijos de padres responsables o no, colaboradores, obstaculizadores, tristes y felices. La educación primaria es obligatoria para todos.

Si pensamos en educar (no en seleccionar), debemos sobreponernos a las concepciones elitistas que piensan la educación sólo para quienes aprenden rápido, tienen familias bien organizadas, horarios estipulados, apoyos extraescolares, padres alfabetizados y colaboradores y –preferentemente– han nacido con biblioteca y llegado a la escuela listos para seguir aprendiendo a leer y escribir a partir de cualquier propuesta.

En la Argentina, la repitencia no es un fenómeno homogéneamente distribuido y no está ligada de modo directo a la calidad educativa. Bajos niveles de repitencia (“En esta escuela se repite porque somos muy exigentes”, “Los que repiten se tienen que ir”) no están asociados a un alto rendimiento académico. Por su parte, hay escuelas que atienden población en situación de pobreza que no tienen repitencia y obtienen buenos niveles de logros con todos sus alumnos. También hay escuelas que reciben a los repitentes expulsados de otras instituciones, logran devolverles su autoestima y encaminarlos nuevamente. Una lectura atenta de los datos desalienta los fantasmas sobre el facilismo y la pérdida de la calidad, cuestiona generalizaciones e interpretaciones reduccionistas a las que somos tan afectos y nos obliga a practicar análisis más responsables.

* Investigadora y formadora de docentes. Profesora titular de Didáctica de la lengua y la literatura III (Facultad de Humanidades, Uader). Especialista en alfabetización.

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