SOCIEDAD › ENTREVISTA A JUSTIN ARENSTEIN, PERIODISTA Y HACKER SUDAFRICANO
Militante de la cultura digital libre, pero con impronta periodística, fundó una agencia de noticias cooperativa cuyas investigaciones han enviado a prisión a políticos y desenmascarado operaciones gubernamentales en países del Africa.
› Por Esteban Magnani
En tiempos en que la información fluye interminable por las venas digitales del planeta, quien sepa usar las nuevas tecnologías podrá averiguarlo casi todo. Justin Arenstein, un buen representante de los nuevos caminos del periodismo sudafricano y global, se encuentra en Buenos Aires para contar sus experiencias durante el encuentro de Hack/Hackers que se lleva adelante hasta mañana en Ciudad Cultural Konex. Arenstein tiene el fenotipo de los hackers al estilo Richard Stallman. Pero no sólo son los rasgos capilares lo que este sudafricano barbudo y de pelo largo comparte con el militante más activo del open source: es también un activista por una cultura digital libre, pero con impronta periodística.
Alcanzó un reconocimiento importante en su país luego de que sus investigaciones para la African Eye News (AENS), una agencia de noticias, enviara a prisión a varios políticos, entre ellos un senador (acusado de pedofilia) y a miembros del gabinete provincial de Mpumalanga por corrupción. De hecho, la AENS es una cooperativa de periodistas que él mismo ayudó a formar hace 20 años junto a quienes ya no querían trabajar para las corporaciones de medios, en parte por los obstáculos que habían encontrado para publicar sus investigaciones de los asesinatos de activistas negros que se oponían al apartheid. Actualmente, Arenstein es uno de los periodistas más activos de Africa en cuanto a la incorporación de nuevas tecnologías al campo periodístico y ha recibido varios premios por su trabajo.
–¿Qué está haciendo en Argentina en este momento?
–Hay algo muy interesante que está pasando: hay un movimiento de tecnología de medios que está creciendo y teniendo más peso a nivel global. Periodistas y programadores de toda América latina se están encontrando en Buenos Aires, lo que genera una excelente oportunidad para que gente de otros continentes arme redes con ellos. Porque muchos de los problemas que tenemos nosotros en Africa también existen en América latina y podemos intercambiar ideas para ver cómo trabajar estos temas. Y de esta manera estamos construyendo relaciones entre pares en lugar de hacerlo, como ocurre normalmente, a través del norte. Muchos de los proyectos que vienen de Estados Unidos y Europa son más teóricos y eso parece ser porque allá la gente puede darse el lujo de experimentar, mientras que para nosotros se trata más de resolver problemas reales.
–¿Qué tipos de proyectos le parecen más interesantes para trasladar a Sudáfrica?
–Bueno, hay muchos, pero, por ejemplo, durante el apartheid en mi país desaparecieron miles de personas. Ese tipo de situación se repite en al menos la mitad de los países de Africa en los que trabajo. Por eso las investigaciones que se han hecho en Argentina para sistematizar la información sobre los desaparecidos podría ser fácilmente trasplantada a varios países de Africa. Eso sería más un trabajo de movimientos ciudadanos, no estrictamente periodísticos. Pero sería importante porque la mayoría de la gente ve lo que pasó en su barrio o en su provincia, pero no tiene idea de que hubo un sistema de gobierno que permitió que algo así pasara, que no fueron excepciones. Así que los medios de comunicación tienen una gran tarea en organizar y difundir este tipo de datos.
–¿Qué tipo de historias están haciendo en Sudáfrica?
–Una de las que más repercusión tuvieron fue una investigación acerca de un ex agente de inteligencia israelí que estuvo viajando por Africa y conectándose con agencias de inteligencia de los países que visitaba para obtener información acerca de los políticos a los que luego extorsionaba para obtener contratos de explotación millonarios. Nosotros armamos un equipo que usó herramientas de búsqueda, análisis de información en redes sociales, averiguación de movimientos comerciales, rastreo de documentos públicos y demás que nos permitieron entender qué estaba haciendo y conocer los nombres de los pasaportes falsos que usaba para viajar, saber a quiénes había dado dinero, etcétera. Finalmente fue detenido en California, donde la Justicia lo estaba buscando también. Usaron muchos de nuestros datos para apresarlo y juzgarlo.
–Pero si ustedes lograron hacer eso, ¿no da un poco de miedo lo que pueden hacer los servicios de inteligencia?
–Eso es lo interesante: que ahora nosotros somos capaces de hacer cosas comparables. En el pasado tenían las tecnologías sólo para ellos y ahora nosotros, desde una agencia de noticias pequeña de una zona rural de Sudáfrica, podemos hacer cosas similares. Por supuesto no accedemos a satélites o a pinchar conexiones de celulares, pero una vez que tenemos la información contamos con las herramientas para verificarlas y verificar fuentes.
–¿Cómo están usando las nuevas tecnologías en periodismo?
–Por ejemplo, usamos los reportes que nos envía gente desde sus celulares. Pedimos videos y fotografías de actos de corrupción. O, por dar un ejemplo concreto, cuando Kenia invadió Somalia, no dejaban pasar a la prensa. Yo estaba colaborando con un diario keniata y lo que hicimos fue pedir a la gente que nos enviara fotos de lo que ocurría y vimos que los militares mentían en la información que daban. También usamos pequeños aviones a control remoto que sobrevolaban la zona para tomar fotografías y revelamos que una imagen que distribuyeron las autoridades, de supuestos guerrilleros musulmanes apedreando a alguien semienterrado, eran en realidad de cuatro años atrás y de otro país. Eso lo logramos con sistemas para rastrear la foto en Internet.
–¿Cómo fue la reacción de los medios frente a sus investigaciones?
–Tuvimos mucha suerte. Formamos la cooperativa en el momento del regreso a la democracia y crecimos con ella. En los medios había gente que compartió ese proceso y nos vio como colegas. Además nosotros somos una agencia que escribe un artículo y publica documentos que permiten verificar todo, por lo que nadie puede cuestionarnos. Una fuente no verificable es para nosotros sólo el comienzo de un trabajo de investigación. Si después no hay evidencia, no hay historia. Algunas investigaciones nos llevaron tres años hasta ser publicadas y nadie pudo contradecirlas. Hasta ahora siempre todo ha sido comprobado como verdadero y hay leyes que se han cambiado a partir de nuestro trabajo. En medio de investigaciones extensas hacemos trabajos más cortos que son los que nos permiten cobrar regularmente.
–¿Y los políticos cómo reaccionan?
–Nos odian: nos han demandado, a uno de nuestros colegas le han quemado la casa, a mí me apuñalaron el brazo. En el caso del incendio, gente de Human Rights Watch de Nueva York hizo un investigación y descubrieron que el incendio lo provocaron miembros de la comunidad que estaban furiosos e influenciados por políticos. También les pegaron a un par de reporteros de nuestra agencia. Pero muchos otros medios que usan nuestra información nos han apoyado.
–¿Con eso alcanza?
–Pone presión sobre el gobierno, pero tras dieciocho años de democracia han desarrollado una piel cada vez más gruesa que hace que la presión internacional les pese cada vez menos. Y hay grupos de abogados voluntarios que nos apoyan y nos defienden.
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