SOCIEDAD › RESPUESTAS ASISTENCIALES EN DROGADICCIóN. SU EVOLUCIóN
› Por Por Gastón Mazieres *
Opinión
En la medida en que surgían en el mundo las Comunidades Terapéuticas para adictos: 1958 Synanon en California, 1963 Daytop en Nueva York, posteriormente Proyecto Huomo (Chase en Italia) y Proyecto Hombre en España, aquí en la Argentina (entonces país sólo de tránsito de droga) se trataba a los adictos siguiendo un modelo psicoterapéutico aplicado a las psicopatologías tradicionales. Nada cambiaba, se identificaba al adicto como psicópata o como un neurótico grave para ser así merecedor de tratamientos psicofarmacológicos (chalecos químicos) que al no resultar útiles, generalmente daban lugar a encierros prolongados en clínicas psiquiátricas junto a pacientes con graves de-sórdenes psíquicos. Desde las cátedras de nuestra universidad se desconocía a esta población nueva, “los adictos”, que con métodos viejos apenas se lograba contener. Así las rejas, la distancia fría relacional psiquiatra-paciente y la ingestión de píldoras idiotizantes lo atornillaban a una discapacitada quietud.
Fue aproximadamente a partir del año ’80 que en nuestro país (entonces de creciente consumo de drogas) que surgen las primeras Comunidades Terapéuticas residenciales con largas internaciones, tareas cotidianas planificadas, coordinadas por ex adictos, y en algunas incluyéndose los grupos de autoayuda de padres. Años más tarde se organizan los primeros Programas Ambulatorios en los que el proceso de rehabilitación se realiza sin perder las conexiones cotidianas familiares, laborales y sociales. Al no internar al adicto no propone trasladar y sustituir la estructura a la que pertenece, sino introducir modificaciones relacionales entre las personas más significativas de sus contextos cotidianos –generalmente sus familiares. Además se trata de objetivar las modificaciones que surgen en los vínculos que lo asocian con sus roles laborales y educativos. Se incorporan las sesiones de terapia familiar (Duncan Stanton 1988), los grupos de autoayuda de pares para adictos, padres, hermanos, coordinados por equipos compuestos por profesionales y ex adictos. En pocos años se fueron diseñando dos respuestas asistenciales frente a las adicciones: Comunidades Terapéuticas (con internación) y Programas Ambulatorios (sin internación), en algunos aspectos semejantes entre sí en los que el proceso de rehabilitación se centraba en ambos en el uso de técnicas verbales y psicodramáticas, sin medicación, y con métodos grupales participativos, entrevistas de terapia familiar y coordinaciones mixtas (Castilho, T. 2001)
Con este accionar, producto de un mejor conocimiento, se logró mayor solidez conceptual, se ampliaron criterios, enriqueciéndose así los métodos y herramientas de trabajo.
Muchos profesionales interesados en la rehabilitación de adictos y carentes de una formación específica para tratar las adicciones establecieron, al compartir los equipos de trabajo, una relación funcional fraterna con los operadores ex adictos. Esta relación favoreció enormemente a ambos, ya que se superaron diferencias, se limaron fronteras absurdas discriminatorias, se intercambiaron conocimientos sobre teorías y métodos de trabajo, aliándose ahora en una acción mancomunada al servicio del quehacer concreto frente a la adicción.
Los que egresamos de nuestras universidades aprendimos de esos “saberes” que poseían esos operadores ex con quienes compartíamos el trabajo. Esto nos ayudó a cuestionar los encuadres rígidos de nuestra tarea que nos defendían y alejaban cada vez más del contacto humano. Nos permitió así acercarnos a otra visión, a otra comprensión de los procesos de rehabilitación. Fuimos adquiriendo progresivamente la suficiente proximidad como para conocer mejor al adicto en tratamiento, sus sufrimientos, sus desbordes y saber también hallar en ellos y sus familiares aspectos positivos, alternativas nuevas. Surgieron muchos fantasmas dentro nuestro: el temor a olvidarnos o perder lo poco que sabíamos previamente, la dificultad de encuadrar en un marco teórico lo que íbamos incorporando, el sentirnos a veces vacilantes, envueltos en dudas, en situaciones que nos generaban una cierta angustia. ¿Qué pasaba ahora? ¿Dudábamos de nuestra aparente lucidez? Por el contrario, esta nueva óptica nos impulsaba a encontrar nuevas vertientes y a sorprendernos permanentemente frente al surgimiento de modificaciones que aparecían en los adictos o sus familiares, que tiempo antes estaban como fijados en una conducta repetitiva. Seguramente habían cambiado ellos, y también nosotros, frente a la posibilidad, ahora, de encontrar y valorizar otros recursos nuevos.
Con todo, jerarquizamos la importancia de la capacitación de los operadores (Grimson 1999), estableciendo conexiones prácticas entre las experiencias y vivencias, por un lado, con la teoría por el otro, evitando siempre imponer posturas dogmáticas rígidas. Se estableció así un aprendizaje dinámico más vivencial que informativo, pudiendo el operador salir del rol de experto y cuestionarse rígidas certezas que lo esclavizaban.
Comienza a funcionar en 1988-1990 con estas características básicas: ser ambulatorio, trabajar en grupos de pares, incorporar la terapia familiar y equipos mixtos (profesionales y adictos recuperados). Posteriormente, fue organizándose el modelo cada vez más actualizado en el que se valoriza trabajar los vínculos sociales, laborales y familiares, teniendo en cuenta las diversidades de género.
Proponemos así brindar una alternativa de recuperación ambulatoria, que implica que el consultante participe de una organización en red en la que reflexiona acerca de sus múltiples roles familiares y sociales. Al incluir terapia familiar y grupos de autoayuda, se revisan los múltiples estereotipos, produciéndose un verdadero bombardeo en los vínculos con el surgimiento de conductas nuevas y se genera una modificación de los roles del adicto y su entorno. Los beneficios no se circunscriben así a la persona afectada que consulta, sino que se extienden a su red acompañante. Nos podemos definir entonces como prestadores, agentes de salud de una estructura social relacionada perjudicada por la adicción.
El trabajo con el entramado social de convivencia (Dabas 1993) (redes sociales, amigos/as, novios/as, jefes, etc.) permite un accionar colaborativo con participación múltiple. También consideramos como fundamentales otras acciones socializantes: actividades deportivas, corales, grupo de música, teatro, tambores, salidas conjuntas, etc., así como también actividades solidarias de participación en organizaciones de ayuda social.
Actualmente los objetivos de este programa consisten en eliminar el consumo total de drogas y alcohol, así como la violencia, desanestesiar emociones, rescatar y desplegar recursos y básicamente aprender a controlar los impulsos. Esto se logra creando sistemas terapéuticos de perturbación de conductas repetitivas, de socialización con inclusión del autocuidado y el cuidado de los otros, en contextos permanentes de reflexión.
El trabajar con las potencialidades (Radrizzani 2006) no con los déficit del adicto y sus familiares, el no culpabilizar ni juzgar, el estimular las responsabilidades, el no aceptar delegaciones ni ponernos en el rol de “expertos” y además el promover el surgimiento y registro de emociones, nos permite en esencia unirnos con el adicto y su red social acompañante, tratando siempre de lograr un encuentro pleno de esperanza y fe en el cambio.
Creíamos ingenuamente que la batalla diferencial entre comunidades terapéuticas y programas ambulatorios, por un lado, vs. modelos psiquiátricos y terapias psicológicas individuales por el otro, había finalmente concluido, pero en realidad fue una ilusión. No se rinden fácilmente los laboratorios que impulsan el uso indiscriminado de medicamentos generadores de cambios mágicos. Tuvieron que dar apoyatura teórica a las acciones químicas, y para esto se desarrollaron teorías que explicaban el funcionamiento cerebral del adicto, el déficit de sustancias que producirían desequilibrios emocionales favoreciendo la impulsividad descontrolada, etc. Para completar la escena era importante también que se estimulara el consumo de medicamentos “antiadicciones”, y que a muchos adictos se los diagnosticara ahora como “pacientes duales”, es decir portadores de evidentes trastornos mentales. ¿Es que cambió la demanda de la población? ¿Ahora además de la adicción muchos de ellos tienen trastornos mentales? ¿O quizá razones económicas nublaron la mirada diagnóstica y ética de algunos profesionales...? Pareciera entonces, que, en un alto porcentaje de casos, el estado mental no está ligado a lo tóxico de la droga, sino a un agregado más que hay que combatir inicialmente con otras drogas. Se le pone una etiqueta de “paciente” al adicto, ahora llamado “dual”, quedando así marcado a fuego como un caso más de la psicopatología clásica.
Quedó abierta así una gran puerta para que, con recetarios en mano, algunos psiquiatras reaparecieran a solucionar el problema de la adicción, otra vez imponiendo los chalecos químicos limitantes y transformando a las personas en deficientes e ineptos. Ya no son sólo las clínicas psiquiátricas para internación las riesgosas. Además, y como lo fue antes también, lo negativo vuelve a ser la ideología, la distancia, el trato poco humano, la transformación del ser en una simple cosa, en fin, el suponer que el cerebro del adicto es un campo de batalla en el que sus neuronas son influenciadas por productos químicos de poderes curativos aparentemente mágicos.
Además debemos sumar a estas acciones inoperantes, las de muchas psicoterapias individuales que focalizan su lupa primero en desentrañar el “porqué” histórico, la búsqueda de factores causales, etc., sin considerar importante la continuidad de la adicción durante el tratamiento, con el consiguiente peligro de vida (accidentes, sobredosis, etc.)
Lo que muchas veces diagnosticamos en el primer contacto con el adicto como cuadros confusionales o trastornos emocionales generalmente se soluciona con una contención humana de acompañamiento y quienes lo padecen, en pocos días, se rescatan como seres progresivamente normales. En general no es necesaria ninguna medicación agregada para que esto suceda. Era la droga la que había producido ese transitorio trastorno emocional. Al apartarse de ella y participar de un programa con grupos de pares, etc., las conductas alteradas van disminuyendo hasta desaparecer.
Son dos formas diferentes de salir de la situación tóxica: una la del esfuerzo personal, la de la lucha en la que participan las potencialidades del propio adicto, ayudado por los demás pares y sus redes de familiares y amigos, y la otra, la del paciente que pone su cuerpo para que actúen sobre él sustancias medicamentosas, negando así sus propios recursos y su capacidad de acción.
En esta difícil tarea de rehabilitación lo que está en juego es, ni más ni menos, un auténtico proceso de rescate y resocialización de seres que, anulados por los reiterados fracasos, sin proyectos de vida, deteriorados al máximo sus vínculos, necesitan además de nuestro accionar programático, nuestro contacto humano y nuestro amor, más que de píldoras y chalecos de fuerza.
* Gastón Mazieres, médico, especialista en Psiquiatría, terapeuta familiar. Director de la Fundación Proyecto Cambio (Rehabilitación Ambulatoria de la Drogadicción). Síntesis del artículo publicado en la Rev. Sistemas Familiares, 24 (2), 7986. 2008
1 Fund. Proyecto Cambio: Matienzo 2639, (1425) Buenos Aires, Argentina, Tel: 54 11 45536777. [email protected]
Bibliografía:
Barilari, S., Mazieres, G. y Ravazzola, M. C.; “Terapia Familiar en un programa de rehabilitación ambulatoria de la drogadicción”, Sistemas Familiares, 20 (12), 2004.
Castilho, T., “A Terapia Familiar, o Terapeuta e a droga adiçâo: Uma experiência de crescimento”, Temas em Terapia Familiar, org. Tai Castilho. Summus Editorial: Sâo Paulo. 2001.
Dabas, E. comp., Red de Redes. Las prácticas de la intervención en redes sociales. Paidós, Buenos Aires. 1993.
Duncan Stanton, M., Todd, T. y cols., Terapia familiar del abuso y adicción a las drogas. Gedisa: Buenos Aires. 1988.
Grimson, W., Sociedad de adictos. Editorial Planeta: Buenos Aires. 1999.
Radrizzani, H., “Cuando podemos ver más allá de los diagnósticos”; Sistemas Familiares. 22 (12) 2006.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux