Vie 22.02.2013

SOCIEDAD  › PAOLO MENGHINI, PADRE DE UNA DE LAS VICTIMAS DE LA TRAGEDIA DE ONCE Y VOCERO DE UN GRUPO DE FAMILIARES

“Ahora también soy alguien que busca justicia”

Desde que tuvo que soportar la “no búsqueda” de su hijo Lucas, atrapado en un vagón del Sarmiento, recibe muestras de consuelo pero también de respeto y admiración. “Más allá de buscar justicia, tengo que afrontar la ausencia de un hijo”, dice.

› Por Emilio Ruchansky

Hace algunos años, Paolo Menghini recibió un llamado del familiar de una de las víctimas del boliche Cromañón en la isla de edición donde trabaja, en el noticiero de la TV Pública. “Cada vez que salía alguna nota sobre el tema, ponía imágenes de los chicos muertos, tirados en la calle. ‘Son mis pibes, cada vez que lo veo sufro por eso’, me dijo. A partir de ahí empecé a poner imágenes de ambulancias y autobombas, no a los pibes”, recuerda este editor, padre de una de las víctimas de la tragedia de la estación Once, Lucas Menghini Rey, y encargado de las comunicaciones externas, entre otras cosas, de 15 de las 51 familias con seres fallecidos en ese tren. Hace poco él pidió disculpas personalmente a los familiares de Cromañón durante un acto, por no darse cuenta al editar las noticias “que hay gente afectada del otro lado”. Ahora, dice, él está de ese “otro lado”. Y sabe lo que cuesta sortear el desafío de hablar sin llorar, ante tanta exposición mediática.

“No tengo muy en claro qué va a ser de mi vida, yo sé que a esa hora voy a estar ahí”, aclara Menghini por teléfono, antes de concertar la cita a la salida de una conferencia junto a varios familiares, adelantando las actividades en la conmemoración del año del choque del tren, concesionado a TBA por entonces, con el final del andén. Nunca dejó de trabajar desde la tragedia, tampoco de recorrer pasillos judiciales, estudios de radio y televisión. Busca que se enjuicie y condene a los responsables, dice, mientras internamente se estremece: “Nunca voy a ser feliz como soñaba”.

Menghini tenía la misma edad de Lucas, 20 años, cuando estudiaba Publicidad en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora y de a poco entraba en el mundo de la televisión, en un espacio nuevo en su facultad, donde se intercambiaban los roles: la salida en vivo, la cámara o la edición. Luego, con 28 años y diversas experiencias laborales, le llegó la oportunidad de trabajar en Canal 7. Lucas, dice, amaba ir hasta el canal con él. “Era tan chiquito que se metía entre los huecos de los grandes números de madera de los estudios 5 y 6 y jugaba con sus cochecitos”, dice. Entre los 18 y los 41 años viajó a diario en el Sarmiento, de San Antonio de Padua a Once, hasta que decidió aprender a manejar e ir en auto. “No soportaba más los vagones sin ventanillas en invierno, viajar hacinado en verano. Para mí todo eso era normal y eso es lo más jodido: internalizar y naturalizar el viajar mal al punto de que te olvidás de eso. El pasajero termina anestesiado”, afirma. Cuando se separó de la madre de Lucas, María Luján Rey, él mantuvo un departamento suyo en Padua, base de operaciones de Lucas y su hermana, Lara. Allí también solía verlos.

Hace un año, su hijo salió de ese departamento a cuatro cuadras de la estación de Padua y tomó el tren. Luego del choque en la estación de Once, pasaron dos días hasta que finalmente fueron revisados los videos de la estación y se comprobó lo que él y la madre del joven decían desde un principio: Lucas viajó ahí. Subió en la cabina del cuarto vagón, murió mientras dormía seguramente porque había estado tocando con una de sus bandas en un corso. “El dolor de la ausencia es una cosa, la ausencia arrancada es otra cosa. Es algo brusco, uno se siente sin defensas”, comenta.

Desde aquel día en que finalmente pudo velar a su hijo, muchas personas lo saludan a diario. Primero eran condolencias, con el tiempo también los extraños le transmitían su admiración y respeto. “El caso de Lucas expone la crueldad, la no búsqueda de su cuerpo rebela hasta al más tranquilo. Y yo creo que eso genera identificación, muchos se sienten indefensos. A veces tengo que consolar gente en vez de me consuelen a mí”, comenta. La exposición tiene su costo. “Me cuesta sentirme mirado. Es una carga. Además, los familiares estamos muy evaluados públicamente”, dice.

Cada tanto siente las palmadas invisibles (y se palmea la cara al decirlo) cuando le preguntan: “¿Usted es el padre del chico que murió en el tren?” “Antes sólo era un hombre, un padre, un trabajador. Ahora también soy alguien que busca justicia”, comenta. Menghini sabe que la exposición del caso es importante y revisa, en lo posible, lo que se publica o emite. “Sólo dejé de leer los comentarios de las notas en los sitios web. Me harté. Alguien puso que me gusta más la cámara que el dulce de leche. Cómo pueden. No me conocen, no tienen idea de lo que estamos pasando”, dice.

Menghini asegura que no va a dejarse usar políticamente ni va a acusar recibo porque el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, haya enviado un proyecto a la Legislatura para levantar un monumento en Once. Subraya que tampoco se calló cuando le parecieron inapropiados los comentarios de dos ministros, Nilda Garré y Julio De Vido. “Y me pareció mal que aplaudieran a Juan Pablo Schiavi (ex secretario de Transporte de la Nación) cuando renunció”, afirma. La invitación al acto a Plaza de Mayo, hoy a las 19, es “sin banderías políticas y sindicales, porque reclamamos justicia para las víctimas”.

A un año de la tragedia, lo que más le sorprende judicialmente es que la Justicia federal haya procesado a Schiavi, su antecesor, Ricardo Jaime, y a los hermanos Claudio y Mario Cirigliano, los empresarios dueños de la concesión. “Teníamos miedo, por lo que vimos en otras megacausas, de que no se llegara a esas líneas, que se culpara por todo al maquinista”, explica. Los tristes entretelones y negligencias en la búsqueda de su hijo constan en una causa aparte. “Corro con una ventaja, mi hermano es abogado y, sobre todo, un tío de Lucas, muy querido por él”, dice.

Los Menghini-Rey, familia de músicos, están casi todos abocados al avance de la causa judicial. A esa contención, este editor de 46 años suma la de sus compañeros en la tragedia de Once, familiares de víctimas con quienes mantiene asambleas con libro de actas, lista de oradores, comisiones de finanzas y comunicación interna y externa. “Tratamos de no votar y de que las decisiones salgan por unanimidad, como suele pasar, más allá de las diferencias que tenemos”, dice. Le ayudó mucho también hablar con otros familiares, dice, como los de Cromañón, Kheyvis o el colegio Ecos.

“Ellos me enseñaron que hay cosas con las que no se aprende a vivir, vivís porque no te queda otra opción. Veo a mi hijo en los instrumentos, en sus fotos. Sé que voy a seguir viéndolo en sus amigos cuando crezcan y que voy a sufrir cuando en dos años su hija, Pachula, entre a primer grado y él no esté. Tengo que cuidar de mantener esta lucha y una cotidianidad que me permita trabajar el duelo. Más allá de buscar justicia, de ser muchas veces el que habla y va al frente, también llego a casa y tengo que afrontar la ausencia de un hijo”, reflexiona.

Desde el choque en adelante, agrega, sufrió un “reseteo”: “Desde un primer momento supe que mi vida no iba a ser igual nunca más”. Tres mujeres, dice, son las que lo sostienen a diario: su mujer, Carolina, su hija y su nieta. “Mi pareja está un poco por fuera de todo. Es la que sostiene al hombre, la que me ve cuando se cierra la última puerta. A mi hija trato de cuidarla mucho, y cuesta, porque muchas veces estoy absorbido por todo lo que requiere enfrentar esta lucha”, dice. Pachula, su nieta, es la luz de sus ojos y en parte también los de Lucas.

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