SOCIEDAD
› ENTREVISTA AL CURA ESPAÑOL QUE CONFESO SER GAY
“Intentan lavarte el cerebro”
Declaró su homosexualidad en una revista y recibió apoyos y repudios. Aquí cuenta cómo es ser gay y pertenecer a la Iglesia.
Por Giles Tremlett*
Desde Madrid
La monja española que entró en el confesionario del padre José Mantero no llevaba hábito, pero no era eso lo que la preocupaba. “Me enamoré de una de las hermanas, de otra monja”, susurró a través de la rejilla que los separaba. “Ella quería que yo le dijera que era un monstruo, una pecadora –dice Mantero–. En vez, le hablé de una asociación gay en Sevilla. Salió furiosa. Ni siquiera me dio tiempo a darle la absolución. Eso es lo que la Iglesia Católica les hace a los homosexuales.”
Mantero decidió que era hora de sacar la cuestión fuera del confesionario. Lo hizo del modo más público y, para muchos, más chocante posible: en la tapa de una revista gay, donde sonreía vestido con su sotana y decía “Doy gracias a Dios por ser gay”.
Ahora se inscribe en la historia española como el primer sacerdote español que sale del armario. También puede ser recordado como el hombre que finalmente salió a quebrar un tema tabú en el Vaticano: la homosexualidad en el clero. Mantero no sólo se dio a conocer como gay, sino que admitió que había ignorado, y pretendía seguir ignorando, su voto de castidad. Dos semanas después de esa entrevista, ha sido suspendido de su cargo como cura parroquial en la iglesia de Valverde del Camino, un pueblo de 1200 almas, mayoritariamente católicas. Está ahora esperando ser convocado por su jefe, el obispo de Huelva.
“Tienen lugares especiales para mandar a los curas gay, donde intentan lavarte el cerebro con versos de la Biblia y ofrecen castración química con pastillas”, dice. Otra posibilidad podría ser una “remota misión en América latina”.
Ahora, sentado en las oficinas de Madrid de la revista Zero, fuma incansable un paquete de cigarrillos, pero no se ve muy alterado por el escándalo que provocó. El cuello blanco del hábito ha desaparecido y, en su camisa de cuello abierto, sus jeans grises y sus botas marrones no hay nada, ni siquiera un crucifijo, que indique que es un sacerdote. Arrastra una pierna al caminar, secuela de la poliomielitis que padeció siendo bebé.
A los 39 años, tiene 15 de sacerdocio en sus espaldas. Su actitud puso furiosos a los conservadores de la Iglesia: los obispos españoles lo declararon “enfermo” y hablaron de “desorden moral”. Al mismo tiempo, sin embargo, la lista de e-mails de Mantero está llena de mensajes de apoyo de católicos homosexuales. “La última vez que lo miré había unos 300 mensajes”, dijo. No faltan ni sacerdotes ni monjas gay en la Iglesia Católica.
Mantero se dio cuenta de que era gay cuando tenía 12 años. Estaba viendo una película en televisión con amigos. “Todos hablaban de cómo les gustaba la chica rubia y yo me encontré pensando ‘a mí me gusta el tipo que está con ella’.”
Ser gay no es un pecado para la Iglesia Católica, mientras que uno no tenga relaciones sexuales. “La Iglesia dice que debemos tener compasión por los homosexuales, lo que quiere decir que piensan que hay algo equivocado con nosotros. Para muchos sacerdotes gay esto es un infierno personal. Se ven a sí mismos como seres defectuosos.”
Cuando Mantero hizo sus votos no había tenido relaciones sexuales y estaba convencido de que no tendría problemas en mantener el celibato. Luego, hace siete años, se enamoró de su primer novio. Sus parejas -admite haber tenido varias desde entonces– fueron casi todos católicos.
Al romper con su voto de castidad su vida se volcó hacia la duplicidad. En Valverde del Camino era “Don José” o para los jóvenes, simplemente “Pepe”. En los chats gay de Internet era “Kyrlian”. Viajaba a Madrid, visitaba bares gay e iba a fiestas para homosexuales.
El año pasado escribió un artículo en una revista católica local donde apoyaba el Día del Orgullo Gay. La revista Zero se enteró y lo llamó parauna entrevista. Aceptó y luego volvió a llamar: “De paso –agregó–, yo también soy gay”.
Mantero no aceptará la oferta de un viaje al centro Venturini que tiene la Iglesia en Italia o al norteamericano de Salt Lake, donde la castración química con la droga depoprovera está supuestamente en oferta. Pretende, en cambio, mantenerse en su posición. “Ser gay es un regalo de Dios -explica–. La reacción de la jerarquía de la Iglesia es abominable. Esta Iglesia debería ser sobre el amor y la justicia. Ahora sólo se preocupa por el sexo.”
Mantero no es, ni por mucho, el primer sacerdote que argumenta en contra del celibato. Pero, dice, hay una doble moral. “Hay curas que viven con una mujer que es su pareja... Algunas veces esto se sabe, pero nadie dice nada. La jerarquía de la Iglesia, del Papa para abajo, es profundamente homofóbica. Incluso oí a un obispo, que me admitió que era gay, dando sermones rabiosamente antihomosexuales.”
Eso no significa, sin embargo, que esté a favor de dar a conocer la homosexualidad de los religiosos que la ocultan. Un activista gay amenazó delatar a tres obispos con los cuales tuvo relaciones cuando estudiaba en un seminario español, si actúan contra Mantero. “Eso es chantaje, yo no estoy de acuerdo”, dice.
En Valverde del Camino, la noticia de la homosexualidad de Mantero ha causado sorpresa, pero no rechazo. Se lo considera un excelente sacerdote, capaz, en medio de un clero que envejece y que empezó a importar sacerdotes de América latina. “Si se lo sometiera a una votación, la mayoría querría que se quede”, dijeron los vecinos a las hordas de periodistas españoles que descendieron sobre el pueblo.
Mantero recuerda que hace algún tiempo oyó la confesión de un hombre joven en Valverde. “Padre, he pecado. Tuve sexo con un hombre. Debe haber algo mal conmigo”, dijo. “No te preocupes, yo también soy gay. ¿Te parece que hay algo malo conmigo?”, respondió el sacerdote.
“He visto cómo lentamente lo fue aceptando –dice–. Me gustaría pensar que yo ayudé.”
* De The Guardian de Londres, especial para Página/12.