SOCIEDAD › ENTREVISTA A BARBARA LEDERMANN, AMIGA DE ANA FRANK DURANTE SU EXILIO EN AMSTERDAM
Conoció a Ana en 1933, antes de la invasión alemana a los Países Bajos. Pero no supo hasta mucho después que la familia había estado refugiada en un cuarto. Llegó a Buenos Aires para el cuarto aniversario de la Casa de Ana Frank en Argentina.
Barbara Ledermann nunca imaginó que su amiga de la infancia fuera capaz de escribir lo que finalmente escribió. Mucho menos pudo imaginar la trascendencia mundial que tendrían los manuscritos que había dejado casi inocentemente. Por eso, cuando leyó por primera vez, en 1947, el Diario de Ana Frank, se sintió, de golpe, conmovida. Esa chica inquieta y traviesa con la que había compartido su niñez en Amsterdam dejaba de pronto un legado que sería considerado tiempo después uno de los libros más significativos a nivel mundial en materia de derechos humanos. La Casa de Ana Frank en la Argentina invitó a Ledermann para celebrar un nuevo aniversario de su apertura y los 84 años del nacimiento de la joven víctima del nazismo. La Legislatura porteña, además, declaró a Ledermann, miembro de la resistencia holandesa durante la ocupación alemana, Huésped de Honor de la ciudad.
En 1933, las familias de Barbara y de Ana, ambas judías, se escaparon cada una por su lado de Alemania y se instalaron en los Países Bajos. Barbara tenía por ese entonces apenas ocho años. “Nosotros vivíamos en Berlín y cuando Hitler llegó al poder decidimos irnos para Holanda. Los Frank hicieron lo mismo desde Frankfurt. Al poco tiempo de haber llegado a Amsterdam, mi hermana y yo ya estábamos jugando con Ana Frank y su hermana mayor, Margot. Eramos vecinos y vivíamos en una zona que estaba frente al río. Con Margot, además, íbamos juntas a la escuela, teníamos la misma edad, así que pasaba mucho tiempo con ella o con Ana, que tenía tres años menos”, cuenta Barbara a Página/12.
“Margot –recuerda, casi ochenta años después de esos hechos– era una chica muy inteligente, que me ayudaba cuando no entendía algo en la escuela, por ejemplo en Matemática. Y Ana era una joven muy madura para la edad que tenía, siempre estaba inquieta, era muy movediza.” Las niñas compartieron ocho años de su infancia hasta que el contexto político y social que las rodeaba se volvió intolerable.
En 1941 se intensificó la persecución judía por parte del régimen alemán que había ocupado Holanda. Entre otras medidas, se les prohibió utilizar el transporte público, asistir a determinados lugares públicos y fueron sometidos a un toque de queda nocturno. En ese estado de situación, los Frank decidieron en julio de 1942 esconderse en el cuarto posterior de un edificio de oficinas, donde Ana comenzaría a escribir su diario.
Barbara relata que por entonces debió separarse de su familia definitivamente. Con apenas 16 años, comenzó a colaborar, junto con quien por entonces era su novio, en la resistencia al régimen nazi en ese país: trasladaban gente de un escondite a otro, distribuían publicaciones clandestinas y vendían suministros de contrabando. En contra de la voluntad de sus padres, Barbara se fue de la casa. “En 1942 ya no volví a ver a Ana ni a mi familia. En ese tiempo, por protección, usaba una identificación falsa y ayudaba como podía en la resistencia. A veces hacía largas colas para cobrar unos cupones y darles comida a todos los que estaban refugiados en escondites. Otro día hacía otra cosa. Fue ahí cuando me enteré de que se habían llevado a mi familia.” Los Ledermann fueron trasladados a un campo de concentración en Westerbork, al noreste de Holanda, y en noviembre de 1943 murieron en Auschwitz, el mayor centro de exterminio de la historia.
En cuanto a las hermanas Frank, Barbara cuenta que lo único que pudo averiguar ese año fue que se habían mudado a Basilea, donde supuestamente vivían unos familiares. “Fui hasta su casa, toqué el timbre y alguien abrió la puerta y me dijo que se habían ido a Suiza”, recuerda Barbara. Luego de que finalizara la guerra, cuando se reencontró con Otto Frank, el padre de Ana y único sobreviviente de esa familia, Barbara pudo saber del escondite donde habían estado los Frank y otra familia judía durante casi dos años. Otto Frank le entregó una primera versión del diario que su hija había escrito hasta que fueron encontrados por los alemanes en agosto de 1944.
Ana murió en el campo de Bergen-Belsen en marzo del año siguiente. El diario se publicaría, tras varias cavilaciones de Otto, en 1947, y años más tarde se traduciría a una veintena de idiomas, convirtiéndose en símbolo mundial de los derechos humanos.
“Cuando leí por primera vez el diario me sorprendí. Yo conocí a Ana cuando ella era una chica pequeña y traviesa, y después me enteré de que escribió un libro maravilloso. Fue realmente sorprendente. La admiro por cómo era y por el libro que escribió. Después me enteré de que había más. Y quería leerlo, obvio. De a poco, por suerte, se fue publicando, aunque Otto Frank recortó algunas cosas”, explica Barbara, de 87 años, quien actualmente vive en Estados Unidos.
En noviembre de 1947, dos años después de que terminara la Segunda Guerra Mundial, Barbara emigró a ese país. “Durante dos años me quedé en Holanda esperando a que mis padres y mi hermana regresaran. Tenía esa esperanza hasta que me enteré, por medio de la Cruz Roja, de que habían muerto. En ese entonces yo trabajaba para una compañía de ballet. Una de mis grandes pasiones siempre fue el baile. Incluso durante la resistencia bailé para una compañía alemana que estaba dirigida por una mujer nazi y muchos me advertían del peligro enorme que eso significaba para mí.” En Estados Unidos consiguió diferentes trabajos, siguió bailando mientras pudo, y vivió un tiempo en Nueva York, antes de mudarse a Maryland, donde conoció al biólogo Martin Rodbell. Se casaron en 1950 y Rodbell conseguiría en 1994 el Premio Nobel de Fisiología. A Otto Frank lo volvería a ver en un par de ocasiones antes de que falleciera, en 1980, a los 91 años. Desde el año 2000, Barbara vive en Carolina del Norte.
Informe: Nicolás Andrada.
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