SOCIEDAD › EL CHOQUE URBANO, MUNDO SUBACUáTICO Y GRAVEDAD ALTERADA EN TECNóPOLIS
Un novedoso taller de ritmo con objetos cotidianos ofrecido por el grupo El Choque Urbano. Un modernísimo acuario con especies de peces de la región. Un espacio donde la ley de gravedad es desafiada por las leyes de la perspectiva.
Lautaro tiene un tubo de PVC en la mano izquierda y una paleta de goma eva en la derecha. Golpea tímidamente la boca del tubo con una de las caras de la paleta y un sonido hueco retumba en el ambiente. A su lado, otros treinta chicos hacen lo mismo. Están todos subidos a un colorido escenario montado al aire libre, aprendiendo a tocar los impensados instrumentos que acaban de recibir. Son apenas pasadas las dos de la tarde en Tecnópolis. En unos pocos minutos más, Lautaro, un chico de tan sólo seis años, participará, junto al resto, de un show musical atípico. El taller de percusión –con objetos domésticos reciclados– a cargo de los artistas de El Choque Urbano es una de las novedades preferidas por los chicos que visitan el predio. La megamuestra de ciencia, arte y tecnología, en esta tercera edición, cuenta además con un acuario provisto de un túnel subacuático y una casa de la antifísica donde la gravedad, sorprendentemente, resulta alterada.
“Es la segunda vez que vengo con mi hijo y está genial. Venimos de San Justo, llegamos hace un rato y seguro vamos a estar todo el día. Esta vez hay muchas cosas más. Por ejemplo, este lugar antes no estaba”, dice Juan Carlos, el padre de Lautaro, refiriéndose a la Fábrica de Sonidos, la propuesta de El Choque Urbano que integra a los chicos a partir de la música. Cada hora, durante gran parte de la tarde, los músicos guían a treinta chicos que se suben al escenario armado en el centro de la plaza en Tecnopólis. El objetivo es crear sonidos colectivamente y con los más insólitos instrumentos: sartenes, tachos de combustible, tubos de PVC, barriles de plástico y paletas de goma eva. Tras algunas instrucciones básicas de los músicos, el show comienza. Lautaro salta en el escenario al ritmo de la música, golpea la paleta contra el tubo mientras su padre intenta fotografiarlo con el celular. Cuando todo finalice, el chico dará un veredicto inapelable: “¡Estuvo buenísimo, lo más divertido de todo!”.
Otra de las novedades de la muestra es el acuario, donde los visitantes pueden encontrar, en distintas peceras, más de 50 especies exóticas de Asia, Africa, el Amazonas, el Mar Argentino y el río Paraná. Es una tarea difícil para los guías –casi todos estudiantes de biología– despegar a los más chicos del acrílico de las peceras y dejar así el espacio libre para lo que viene detrás. Con la nariz a centímetros del vidrio, dos chicas de unos diez años siguen atentas el movimiento que, en el arrecife de coral, hace el pez payaso. “¡Mirá, ése es Nemo!”, le avisa una a la otra. Las chicas también se sorprenden cuando encuentran al otro personaje de la película Buscando a Nemo: “¡Doris, mirá, aquella es Doris!”, grita una de las chicas. Más adelante, los visitantes pueden encontrar a los cinco discus del Amazonas, con su comportamiento gregario, nadando todos juntos. A mitad de camino, el pasillo en semipenumbra del acuario se transforma en un sorprendente túnel subacuático en donde se pueden ver los peces del río Paraná: el dorado, la vieja de agua, el pacú o el bagre de cola roja. Al final del recorrido, en las últimas peceras, las especies del Mar Argentino: el mero, el pez palo, el lenguado y la brótola.
Durante las vacaciones de invierno, Tecnópolis estará abierta al público todos los días de 12 a 20 con entrada libre y gratuita. En el espacio dedicado a la física y a las matemáticas, la casa de la antifísica es la atracción más convocante. Son tres habitaciones con el piso inclinado a 45 grados y las paredes decoradas a rayas o con cuadrados blancos y negros que alteran la sensación de gravedad. El consejo que los visitantes reciben al entrar a la casa es fundamental: es necesario –advierten los instructores– mantener el cuerpo inclinado para no perder el equilibrio. Quienes se animan al desafío y logran salir de la casa sin sufrir mayores mareos, rescatan con asombro dos demostraciones en particular: una canilla con el hilo de agua cayendo en diagonal y una pelota que en vez de caer por una pendiente se mantiene estática. Lo cierto es que –confiesan los instructores– la inclinación del piso y la decoración de las paredes provocan esas sensaciones de alteración de la gravedad. Una joven que acaba de salir de la casa abre y cierra con fuerza los párpados tratando de reacomodarse a la gravedad de todos los días.
Informe: Nicolás Andrada.
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