Sáb 19.07.2003

SOCIEDAD  › SE CONCRETO LA PRIMERA UNION CIVIL DE UNA PAREJA GAY EN LATINOAMERICA

Una alianza que inicia una nueva era

Ante la masiva presencia de medios, nacionales y extranjeros, César Cigliutti y Marcelo Suntheim –ambos dirigentes de la CHA– se convirtieron ayer en la primera pareja gay unida ante la ley en Latinoamérica. También se unió una pareja heterosexual.

› Por Andrea Ferrari

Ni una boda de la farándula hubiera provocado semejante conmoción en el Registro Civil central de Buenos Aires. Ahogados por la cantidad de medios presentes, conmovidos y eufóricos, César Cigliutti y Marcelo Suntheim se convirtieron ayer en la primera pareja gay en Latinoamérica unida formalmente ante la ley. “Todo esto se debe –dijo Cigliutti momentos después de estampar su firma en el Registro de Unión Civil– a que yo, César Cigliutti, amo a Marcelo Suntheim y soy feliz con él.” Después seguiría el beso exigido a los gritos por los camarógrafos, las lágrimas de los contrayentes y una fiesta en la calle Uruguay con petardos, papel picado y copas de sidra que también tomaron algunos sorprendidos transeúntes, mientras la voz de Sandra Mihanovich tronaba desde los parlantes del camión de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) aquello de “Soy lo que soy”.
El cartel a un costado de la sala era el único signo de lo que vendría. “Unión Civil –decía–: Reconocimiento legal de la unión conformada libremente por dos personas con independencia de su sexo u orientación sexual”. En la calle ya flameaba la bandera multicolor de la comunidad homosexual y muchos de sus miembros llegaban identificados con un prendedor hecho para la ocasión que dice: “Ya somos familia”.
Pero no habían previsto en el Registro Civil que el desborde de los medios nacionales y extranjeros llegaría a tanto. El espacio pensado para estrenar la ley de Unión Civil quedó demasiado chico. Una y otra vez las autoridades reclamaron que la prensa se ordenara y hasta amenazaron con impedir su participación, sin grandes resultados. Al fin, debieron conformarse con un pequeño espacio en el que se apretaron los novios, sus familiares y los tres testigos, Pedro Paradiso, María Laura Olivier y Diego Trelotola, todos militantes de la CHA. Ellos debieron testificar, a pedido de la oficial de justicia Liliana Arvevich, que “los peticionantes conviven en una relación afectiva, estable y pública desde hace por lo menos dos años”, requisito para concretar la unión. Los novios –ambos de elegante y sobrio traje–, un poco acorralados contra el helecho decorativo, fueron después invitados a firmar ese primer registro que marca un hito en la historia del movimiento homosexual argentino.
En la sala estallaron los aplausos y ovaciones, mientras camarógrafos y fotógrafos desesperaban por obtener la imagen precisa entre codazos y al grito de: “¡Que se besen!”. Después Cigliutti tomó el micrófono y contó, con la voz al borde del quiebre, que se sentía “muy orgulloso de estar en una institución como la CHA; que presentó esta ley, y muy orgulloso de que mis padres estén aquí sentados conmigo”. Allí estaban, efectivamente, Ismael e Irma que soportaron conmovidos y estoicos la presión de los medios. “Siento que estoy viviendo en una sociedad un poco más abierta”, agregó Cigliutti. La dedicatoria del evento la reservó para “uno de los grandes personajes de la Argentina, Carlos Jáuregui”, un hombre que luchó antes que nadie en el país por los derechos de las minorías sexuales y que fuera el primer presidente de la CHA.
Antes de entregarles el certificado –en la unión civil no hay libreta–, la oficial de justicia recordó que “hay leyes que producen impacto en la sociedad y ésta es una de ellas. Ustedes son protagonistas del cambio”. El acto no acababa allí, ya que después de Cigliutti y Suntheim llegaba el turno de otra pareja, esta vez heterosexual: Flavia Barraud y Rodrigo Cozzani (ver aparte). Fue una forma de estrenar la ley con una señal clara de que rige para todo el mundo. Pero la atención del día no estaba allí. A esa altura la calle Uruguay ya había sido cortada y una multitud esperaba la salida de la pareja estrella. En una sala contigua, ellos seguían abrazándose con familiares y amigos. –¿Cree que ahora van a dejar de discriminarlos? –preguntó un cronista a Marcelo Suntheim.
El que lo hizo bajar a la realidad fue Ismael, el padre de Cigliutti.
–No –le dijo–, la discriminación va a seguir.
–Si el Estado nos trata como iguales –matizó Suntheim–, la gente empieza a asimilar los cambios.
En el salón, muchos ya hablaban de inscribirse a partir de la semana próxima para las uniones que vendrán y discutían sus beneficios: el acceso a planes sociales y créditos otorgados por la ciudad, la extensión de la obra social o la posibilidad de usarlo como elemento probatorio en una demanda. Pero son tal vez las limitaciones de esta ley porteña las que decidieron a la CHA a presentar en los próximos meses otro proyecto de unión civil, esta vez ante el Congreso Nacional, y ahora sí con idénticos derechos que el matrimonio. Es decir, incluyendo la herencia y la posibilidad de adoptar hijos. Alguien les preguntó ayer si no temían la oposición de la Iglesia. “Ya nos atacaron con el proyecto de unión civil e igual se aprobó –respondió Cigliutti–. Una cosa son los derechos civiles y otra los religiosos.”
Al fin bajaron, para alivio de quienes ya se impacientaban en la calle. La lluvia de papel picado estalló casi al mismo tiempo que los primeros petardos. En medio de un enjambre de cámaras, ellos intercambiaron anillos y reiteraron la ceremonia del beso ante cada pedido. Del baúl de un auto surgieron las copas y las botellas de sidra, que se entregó generosamente a cada mano estirada que la reclamó. Porque no eran sólo los miembros de la comunidad homosexual y sus invitados quienes festejaban, sino muchos transeúntes curiosos, atraídos por el ruido, que aplaudieron a la pareja y, en algún caso, hasta intentaron acercarse y besarlos, como si fueran estrellas de Hollywood. “Son lindos chicos”, le decía una señora emocionada a otra.
–¿Qué pasa? –preguntó un hombre que, maletín en mano, pasaba de casualidad.
–Se acaban de casar dos hombres –le respondió una mujer.
–¿Dos hombres? –La cara del tipo reflejó toda su sorpresa–. Con razón el lío.
Otro hizo gala de homofobia y –considerando el contexto– también de valentía.
–Yo si tengo un hijo puto, lo echo de casa –dijo.
Si esperaba molestar a alguien, no lo logró. Su comentario se ahogó entre la sidra y el papel picado que seguían en el aire, igual que la voz de Sandra Mihanovich que repetía “Soy lo que soy”.

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