SOCIEDAD › LOS TESTIGOS RECONOCIERON AL ACUSADO POR EL CRIMEN DE LA DISEñADORA
Miguel Angel Santa Marinha fue reconocido por los playeros como el hombre que estacionó un auto al lado de la casa de Celina Bergantiños. También fue reconocido como quien intentó comprar los videos de las cámaras del estacionamiento. Ayer se negó a declarar.
› Por Raúl Kollmann
El sospechoso detenido, Miguel Angel Santa Marinha, quedó ayer más que comprometido en la investigación por el asesinato de la diseñadora Celina Bergantiños. Santa Marinha, esposo de una de las mejores amigas de la víctima, se negó a declarar, fue reconocido por los playeros como el hombre que en dos oportunidades estacionó el Citroën C4 en una playa contigua al PH en el que vivía Bergantiños –la primera cuando la robaron y la segunda cuando la asesinaron–, también fue reconocido como quien intentó comprar las grabaciones de las cámaras de seguridad del estacionamiento y, como corolario, en la revisión física que se le realizó exhibió rasguños y heridas, algunas de ellas incluso compatibles con el Tramontina con el que se acuchilló a la joven. Todo indica que los estudios genéticos terminarán de probar que Santa Marinha fue el autor del homicidio, aunque la prueba recogida por la fiscal Paula Asaro es, de por sí, determinante.
El móvil del crimen no está del todo esclarecido aunque, a primera vista, está claro que a Celina le robaron dos veces. En la primera oportunidad, el miércoles pasado, 350 dólares. El viernes, en la misma ocasión del homicidio, una cifra considerable –tal vez 17.000 o 20.000 pesos– que venía ahorrando para hacer un viaje, la computadora y el celular. En el testimonio de uno de los amigos de Santa Marinha se desliza la posibilidad de una relación sentimental entre víctima y victimario, pero no está del todo claro. Ante dos amigos, el imputado dijo que todo empezó porque Celina se habría quedado con unas calzas del negocio de la esposa de Santa Marinha. Este último es un móvil que nadie cree.
La jueza Silvia Ramond recibió el martes un detallado relevamiento de la investigación que hizo la fiscal, junto con un pedido de que fuera detenido Santa Marinha, que se allanara su vivienda, se le tome declaración indagatoria, se realice una extracción de sangre y material genético y se secuestren su celular y computadora. La magistrada efectivamente detuvo al hombre sobre la base de los elementos recolectados por la fiscal y que adelantó ayer este diario: el testimonio de los dos amigos ante los cuales Santa Marinha confesó el crimen y el de un playero que contó cómo el sospechoso había intentado comprarle las imágenes de las cámaras de seguridad.
Ya ante la jueza, Santa Marinha se negó a declarar, aunque dio algunos pasos hacia una eventual inimputabilidad: habló de sus problemas psiquiátricos y de la medicación que toma. Ramond resolvió confirmar los testimonios que los amigos dieron ante Asaro y allanó también la playa de estacionamiento. En esas diligencias se ratificó lo que la fiscal puso en su escrito dirigido a la jueza: los amigos, G. A. y S. G. B., relataron que Miguel (por Santa Marinha) los citó en una estación de servicio YPF de Monte Grande y entre sollozos les confesó que había matado a Celina. Los testimonios, tomados por separado, fueron totalmente coincidentes sobre el relato de Santa Marinha y ambos amigos contaron que le reclamaron al presunto homicida que se entregara. El hombre dijo que quería huir a Uruguay, a la costa o que se iba a matar.
A esto se agregó un pormenorizado relato del playero, que no sólo contó que Miguel estuvo con el C4 en el estacionamiento, sino la forma obsesiva en la que intentó comprarles las imágenes de las cámaras de seguridad. Dijo que las necesitaba para justificar ante su esposa que había estado allí y no en casa de una amante. Luego usó otro argumento: que iba a perder su trabajo de cerrajero porque le dijo a su jefe que había ido a una zona y necesitaba probar que estuvo en San Telmo. Los empleados de la playa rechazaron las propuestas, aunque en verdad pensaban que el hombre quería robar el estacionamiento. “Parecía un loquito”, dijeron.
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