Dom 12.01.2014

SOCIEDAD  › LA TORMENTA DE VILLA GESELL Y LOS ASESINATOS DE MENDOZA Y BERAZATEGUI

La distancia entre la fatalidad y el fatalismo

En la misma semana, chicos muertos por un rayo en Villa Gesell y chicos mucho menores, dos nenas de 7 y de 3, asesinados presuntamente por familiares tras ser golpeados. El debate sobre los dos hechos. El tono. Las preguntas abiertas.

› Por Martín Granovsky

La noticia del rayo en la arena de Villa Gesell causó una enorme impresión masiva. Suena natural que una tragedia así cause una conmoción popular e imante a todos frente a la tele durante días enteros.

Por lo pronto hay muertos y heridos.

Hay muertos adolescentes.

Millones de personas pasaron por Gesell en los últimos 50 años.

Por realidad o por aspiración la playa es el destino de vacaciones más soñado.

Un rayo es algo raro.

A la vez, un rayo no es algo tan raro como para que sea relegado al mundo de la ciencia ficción.

Morirse por la descarga de un rayo es improbable, pero no imposible.

Por algo mirar tormentas ejerce cierta fascinación incluso cuando esté claro que el puesto de observación no puede ser cualquiera.

¿Quién no lleva encima años de advertencias, gritos y admoniciones sobre que hay que salir del agua si viene tormenta?

¿Quién no escuchó un caso de alguien que se murió en el campo, fulminado? Puede ser la historia del tipo que siguió a caballo en medio de la tormenta y de metal sólo llevaba encima el mango del talero, el látigo corto de los paisanos. Ahí fue el rayo y lo liquidó. O de un golfista muerto en medio de la nada, porque el palo hizo de pararrayos. Pero, ¿murieron por eso o los metales pasaron al mito cuando la verdad es que ellos mismos hicieron de pararrayos? También puede figurar el caso de acampantes que armaron la carpa demasiado cerca del árbol. El árbol se tragó el rayo y quedó negro. Ellos anduvieron sordos varios días, hasta que se les pasó la sordera y el susto de saberse sobrevivientes, porque aprendieron que los árboles nunca son tan exactos cuando actúan de pararrayos y se dieron cuenta de que pudieron haber muerto.

Sin morbo

Imaginar la muerte tan cerca, en un ámbito tan conocido y familiar, impacta. Por eso no hubo morbo en las transmisiones televisivas. Ni en los periodistas ni en los espectadores. El impacto estaba dado por la sencillez de la muerte y al mismo tiempo por la espectacularidad atávica del rayo. Las dos eses de la banda KISS están dibujadas como rayos al estilo de los símbolos satánicos. El rayo que cae del cielo y destruye es la señal más perfecta de que todo puede disolverse en menos de un segundo. Mientras, la trayectoria errática indica que puede descargarse sobre cualquiera. “¡Rayos y centellas!” no es sólo una expresión de piratas o de comics. Es la descripción de la ira de los dioses. Cuando a mediados del siglo XVIII Benjamin Franklin comenzó su experimentación que terminaría con la invención del primer pararrayos, los responsables de templos de todo el mundo dudaron hasta instalar el aparato. Mantendría torres, minaretes y campanarios a salvo, pero también sería una interferencia entre el hombre y fuerzas a las que debía resistir sólo con la fe.

A tal punto fue humana la reacción ante la tragedia de Villa Gesell que el viernes los programas de noticias parecían transmitir en cadena con las mismas imágenes. En el piso, meteorólogos, físicos o diseñadores de pararrayos daban explicaciones sobre voltios y amperaje o informaban sobre el record de Brasil, con 130 muertes anuales por rayos. En el balneario Afrika, equipos periodísticos reflejaban el sitio de las muertes del jueves con imágenes que combinaban carpas destruidas y sillas volteadas por la onda expansiva –como si fuera la escena del crimen natural– con la vuelta del voley playero, los churros y el mate.

¿Las tormentas eléctricas aumentaron por el cambio climático y el recalentamiento del planeta? El tema no apareció estos días, aunque fue discutido cuando en 2012 el huracán Sandy devastó partes de los Estados Unidos. El experto Michael Oppenheimer, profesor de la Universidad de Princeton y director del Programa de Ciencias de Políticas Medioambientales y de Tecnología, dijo que así sería el futuro. “Si bien el cambio climático no provocó el huracán Sandy, claramente empeoró su impacto.” La clave, que otros científicos discutieron o relativizaron en los últimos dos años, es que los niveles de los océanos aumentaron en los últimos siglos por el cambio climático. “La situación va a empeorar en los próximos años y décadas, a menos que disminuya la emisión de gases del efecto invernadero”, dijo Oppenheimer.

El tono

En parte el debate social alcanzó cierto tono preventivo. Algunos ya conocían qué hacer cuando casi no se puede hacer nada. Por ejemplo, los montañistas saben que un rayo puede alcanzarlos y entonces o tratan de sentarse sobre material aislante para que la descarga en tierra tenga un tope o se acurrucan en el piso como ante la inminencia de un bombardeo.

Desde el desastre de Gesell, los argentinos cuentan con algunos conocimientos más sobre rayos y prevención. Seguramente queden reflejos, conductas y actitudes ante casos extremos que pasen a formar parte de la cultura común. De todos modos, es imposible saber a ciencia cierta si eso ocurrirá o no. Nueve años después de Cromañón, las puertas de los edificios no pueden abrirse sin llave y además no abren hacia afuera. Lo mismo sucede con la mayoría de los edificios públicos. En zonas

inundables que pasaron por catástrofes en 2013 o no se realizaron obras de fondo o ni siquiera aparecieron señalizaciones sobre hacia qué lado escapar en medio de una emergencia.

Tal vez porque poco puede hacerse a cielo abierto salvo el intento de huir hacia un lugar seguro, quienes siguieron al detalle la cuestión de los rayos de Villa Gesell procesaron los hechos de forma simple. Con tristeza por los muertos, con espanto debido a esa sensación de que a cualquiera puede pasarle y quizá con la conclusión práctica de que el problema no son los fenómenos naturales en un país que carece de tifones, tsunamis y huracanes y no ocupa ni de lejos los primeros lugares en el ranking mundial de las zonas sísmicas.

Fenómenos como el de los rayos de Afrika y sus muertos y heridos suenan tan aleatorios inclusive en un terreno fértil a las teorías conspirativas como la Argentina que las reacciones no fueron ni la búsqueda de chivos expiatorios ni la urgencia de cada uno por sacarse el problema de encima.

Molidas

Al recorrer los hechos conmocionantes de los últimos días, los rayos atrajeron la atención masiva en paralelo a dos muertes. Una, la de Luciana, una chiquita de tres años que habría sido asesinada de un golpe en la cabeza por sus padres y abandonada en el hospital. Otra, la muerte de Prisila, de 7 años, también molida a golpes y, después de fallecida, abandonada en Berazategui tras un intento de incineración casera del cadáver.

Por el caso de Luciana trabajan dos fiscales mendocinas. Daniela Chaler está a cargo del crimen. Ya imputó por homicidio a los padres aunque aclaró que la investigación recién comienza. La fiscal Claudia Ríos tiene bajo su responsabilidad la pesquisa por supuestas tareas no cumplidas de los organismos de protección de derechos, porque el maltrato a Luciana había originado denuncias.

Con toda la pena que generan los chicos muertos en Gesell, los rayos tienen una característica que quita elementos revulsivos: son una fatalidad. Murieron pero nadie los mató. En cambio, Luciana y Prisila no sólo murieron sino que fueron asesinadas y, según los primeros indicios, asesinadas por miembros de sus propias familias, que les pegaron. No es un homicidio en riña entre amigos o primos después de una pelea de borrachos. Se trata de alguien que le pega, quizá sistemáticamente, quizás hasta sin ánimo de matar, pero que pega con notable asimetría de fuerzas a una persona tan incapaz de defenderse como una nena de 7 o una chiquita de 3.

La muerte de chicos a manos de padres o madres es el último paso de la cadena del maltrato familiar, un fenómeno cada vez más visible que, sin embargo, no termina de provocar ni la necesaria investigación académica para lograr una comprensión a fondo ni la puesta en marcha de suficientes mecanismos de prevención por parte del Estado a nivel municipal, provincial o nacional a nivel de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial.

Quiénes pegan, cuántos pegan, por qué pegan, cuánto pegan, cómo pegan y por qué siguen pegando aparecen como temas que no alcanzan a ser explicados, y menos aún resueltos, por categorías como el género, el femicidio o el acoso escolar, el bullying tan combatido en los últimos tiempos. Son temas que tienen dimensión propia. A menos que alguien opine que golpear chicos, y eventualmente pegarles hasta que mueran, sea una fatalidad más de la naturaleza. Es decir, un fatalismo, que la Real Academia Española define como “creencia según la cual todo sucede por ineludible predeterminación o destino” o “actitud resignada de la persona que no ve posibilidad de cambiar el curso de los acontecimientos adversos”.

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