SOCIEDAD › ANTICIPO: EL LIBRO DE MARIANA CARBAJAL SOBRE VIOLENCIA DE GENERO
Maltratadas. Violencia de género en las relaciones de pareja (Aguilar) es el nuevo libro de la periodista de Página/12. Con prólogo de Eva Giberti, la autora reconstruye el mapa social sobre el que se edifica la violencia de los hombres hacia las mujeres y desarma las mitos que persisten en la sociedad: que “es cosa de pobres”, que “no hay que meterse”, que “sólo les pasa a las sumisas”, que “si no hay golpes, no es violencia”, entre otros. También analiza las respuestas, no siempre efectivas, que brinda el Estado a las víctimas. Aquí se reproduce parte del capítulo que refuta la creencia de que “los hombres son violentos por naturaleza”.
› Por Mariana Carbajal
Juan nació en La Paz, Bolivia. Es ayudante de albañil. A principios de julio de 2013, Raquel, su pareja, le anunció que quería terminar la relación. Hacía seis años que convivían en una casilla de una de las villas de la Ciudad de Buenos Aires, con los dos hijos pequeños de ambos. Al escuchar la noticia, Juan reaccionó con violencia. Le ató las manos con sogas a la esquina de la cama durante media hora para impedir que se fuera, y la amenazó con un cuchillo advirtiéndole que, si lo dejaba, la iba a matar. Raquel no se fue.
A los pocos días, la vio conversando en su casa con un amigo del barrio y le pegó patadas en la cara, le dio golpes de puño y, después, tomó una soga y se la enrolló con fuerza en el cuello, sin dejarla respirar por unos minutos. Luego, Juan se subió sobre Raquel e intentó ahorcarla con las manos. No se detuvo ahí. Delante de los hijos la desvistió por la fuerza y la violó. Para que nadie notara las marcas que le había dejado en la cara, por tres días no la dejó salir de la casa.
Tres meses después, el 23 de octubre, la encontró charlando con dos amigos en su casa y volvió a atacarla con golpes de puño en el rostro. Ese mismo día, un rato más tarde, cuando quedaron solos, la empujó sobre la cama, le quitó la ropa, se colocó sobre ella sin dejar que pudiera moverse y volvió a abusar sexualmente de Raquel. Al día siguiente, discutieron. Ella insistía en que quería separarse. Juan la agarró con fuerza del brazo y le dijo: “Te voy a matar, volvé conmigo o vas a ver lo que te pasa”. Raquel sintió pánico y se fue de la casa. Regresó alrededor de las diez de la noche. Juan dijo que se iba a dormir a la casa de su hermana, pero sigilosamente regresó y se escondió detrás de la heladera. Y cuando Raquel se acercó, la agarró por sorpresa. Ella logró zafarse y salió a la calle. Juan la siguió y apoyándole un cuchillo en el abdomen, le exigió que regresara con él a la casa. Raquel empezó a gritar y logró que su pareja se fuera. A unos metros, Juan la miró fijo y le hizo un claro gesto –pasando un dedo por su cuello–, dándole a entender que se lo cortaría. El volvió ese día cerca de las once de la noche y Raquel, por temor, decidió irse a dormir a otro lado. Los hijos quedaron con Juan en la casa.
La sucesión de episodios de violencia estremece. ¿Por qué un hombre ejerce tanta violencia contra la mujer que dice amar? La pregunta es recurrente cuando se analizan estos casos y no deja de rondarme.
Al llegar a esta instancia, Raquel decidió denunciar a Juan. Hacía tiempo que habían comenzado los malos tratos y las agresiones. Y la mayoría de las veces los episodios sucedían delante de los chicos. Fue entonces a la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema de Justicia, donde relató los últimos ataques vividos. El equipo médico verificó que las lesiones que presentaba en el cuerpo se condecían con los golpes recibidos por parte de su pareja. En su informe interdisciplinario la OVD evaluó que Raquel se encontraba en una situación de “riesgo altísimo e inminente” de sufrir algún nuevo o más serio episodio de violencia. El equipo interdisciplinario que la atendió verificó en ella “marcadas características de sometimiento así como también una minimización y justificación de los hechos”, “autoestima deteriorada”, “falta de adecuadas redes de apoyo y contención” y una “naturalización de la violencia sufrida” así como un “bajo registro del peligro en el que se encontraba”.
En el caso tomó intervención el Juzgado Nacional en lo Criminal de Instrucción Nº 17, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a cargo de Walter Ríos. Raquel prestó declaración testimonial en el juzgado. Juan fue detenido. Pero, como les sucede muchas veces a mujeres víctimas de violencia en la pareja, Raquel se presentó a los pocos días en el tribunal para que la denuncia quedara sin efecto. La OVD evaluó esa nueva postura de Raquel y concluyó que respondía a la situación de violencia en la que se encontraba. En su informe, la OVD señaló que la minimización del riesgo es indicador, justamente, del aumento del riesgo real que corre la víctima. A la vez, advirtió que Raquel presentaba un “posicionamiento muy tradicional de género” que se traduce en que la pareja elegida es para toda la vida, que el hombre es el sostén económico de la familia y la mujer el sostén emocional. “Ante lo sucedido ella siente que ha fallado, pese a que el conflicto se generó a raíz de la violencia crónica a la que su pareja la somete, ella piensa que, de volver a intentarlo, esta vez no fallará”, señala el informe de la OVD elevado al juzgado. También, según el escrito, Raquel presentaba otra característica habitual en víctimas de violencia: el temor al cambio.
Es muy frecuente que una mujer víctima de violencia en la pareja se arrepienta y quiera retirar la denuncia, y para comprenderla “se debe tener presente que no es una víctima clásica”, explica el juez Fernando Ramírez, integrante del Tribunal Oral en lo Criminal Nº 9 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y especializado en la temática. “Las mujeres construyen su subjetividad en la histórica de- sigualdad estructural entre hombres y mujeres. En consecuencia, cuando una mujer resulta víctima de violencia de género, no se encuentra en desventaja desde que es victimizada sino que ya estaba en de-sventaja desde antes, y esa situación va a influir en su reacción durante la agresión y después de esta. Si no se entiende esto, la víctima puede parecer como dubitativa, por momentos complaciente, insegura, desinteresada, incoherente. En muchos casos, en el fuero penal, se la examina como una persona con problemas o que se puso en una situación difícil”, describe Ramírez. Ese, sin dudas, es un gran problema: una vez más aparece nítidamente la necesidad de que los operadores judiciales se especialicen desde una perspectiva de género.
A pesar de que Raquel pretendió retirar la denuncia, el juez Ríos tomó en cuenta el informe de la OVD y dictó el 6 de noviembre de 2013 el procesamiento con prisión preventiva de Juan por considerarlo prima facie autor de una serie de delitos agravados por haber sido cometidos contra su pareja, en un contexto de convivencia y mediando violencia de género. Entre ellos, el de “privación ilegítima de la libertad”, “lesiones leves” y “amenazas coactivas agravadas por haber sido cometidas con un arma”. El magistrado dictó la falta de mérito en relación con las violaciones de las que dio cuenta Raquel. En ese sentido, explicó que la mujer se había negado a someterse a exámenes físicos, psiquiátricos y psicológicos “que en esos casos conforman medios de prueba de suma importancia para acreditar la materialidad de los hechos denunciados”.
La decisión del magistrado fue destacada por la prensa: no es habitual que hombres acusados de ejercer violencia contra su pareja vayan presos mientras avanza la investigación judicial. El juez dispuso el “encarcelamiento” al evaluar que el imputado podría fugarse pero fundamentalmente porque podría entorpecer la investigación dada la relación de convivencia y la posibilidad de ejercer coerción sobre las víctimas, situaciones que suelen darse en el marco de vínculos de pareja atravesados por la violencia machista. “A la vez está dando un mensaje a la sociedad”, analiza Analía Monferrer, coordinadora de la OVD: “este tipo de delitos no son delitos como cualquier otro, sino que están contenidos en tratados internacionales incorporados a la Constitución Nacional”.
Releyendo los detalles de las agresiones que sufrió Raquel en la resolución judicial que decretó el procesamiento con prisión preventiva de Juan –publicada sin los nombres reales de los involucrados en el Centro de Información Judicial de la Corte Suprema–, vuelve a surgir la pregunta de por qué hay hombres que ejercen violencia contra la mujer de la que no se quieren separar. ¿Son violentos por naturaleza? ¿Los hombres nacen así? ¿Tiene que ver, en cambio, con que aprendieron en su infancia esa forma de vincularse a partir de vivir situaciones similares entre sus padres? ¿O en realidad su conducta está relacionada con el consumo excesivo de alcohol o la adicción a drogas ilegales?
Traslado estas dudas a varios especialistas que trabajan con grupos de hombres que ejercen violencia contra la pareja.
“No se nace violento”, aclara la psicóloga Sandra Sberna. Junto con su colega Gastón Kiperman coordinan un grupo en el Centro de la Mujer de Vicente López, en el norte del conurbano bonaerense, un lugar que ha sido pionero en la década de los noventa de este tipo de iniciativas, de la mano de Mario Payarola, reconocido especialista en violencia intrafamiliar. “La violencia es una conducta aprendida”, agrega la psicóloga Antonia Balsalobre, quien, junto con la abogada Silvia Viqueira y el psicólogo social Héctor Raimondi, está a cargo del Programa Psico-Socio-Educativo para Hombres con Comportamientos Violentos en el mismo centro. “En la mayoría de los casos el hombre que ejerce violencia fue víctima o testigo de violencia en su infancia”, apunta Aníbal Muzzín, también psicólogo, e integrante del Equipo de Violencia del Hospital Alvarez, de la Ciudad de Buenos Aires, donde coordina desde 2010 un grupo de hombres que ejercen violencia contra sus actuales o anteriores parejas, el primero de este tipo creado en un hospital público en el país. “Desde que nace, el hombre forja su identidad masculina según los mandatos familiares, culturales y sociales. La escuela, los amigos, la familia, el trabajo, todos entran en juego. Estamos hablando de un ejercicio de la violencia y no de un ser violento. No-sotros hacemos una diferencia. Para nosotros es una forma de resolver los conflictos. Y no que hay una identidad o una estructura violenta”, añade Muzzín.
Converso con Muzzín en un bar frente al Hospital Alvarez, en el barrio de Flores. Participan de la charla otras profesionales del área de salud mental que trabajan junto a él en la problemática. Afuera la lluvia cae con fuerza, en una mañana gris de primavera.
–¿El hombre que es violento con su esposa o ex pareja se da cuenta de que no está bien maltratarla? –le pregunto a Muzzín.
–Al comienzo no. Es algo de la cotidianidad, es algo que él vivenció como testigo de la relación que tenían sus padres o dentro de su propia familia. Para él es una forma normal de resolver un conflicto y de tratar a su pareja.
–¿Toda persona que crece en una familia donde vivió situaciones de violencia va a replicar ese vínculo con su pareja?
–Nosotros encontramos que más del 90 por ciento de los hombres que ejercen violencia fueron testigos y por ende víctimas de violencia intrafamiliar –sigue Muzzín.
En el Hospital Alvarez y en el Centro Municipal de la Mujer de Vicente López hay dos tipos de dispositivos para hombres que ejercen violencia contra sus parejas o ex: los grupos abiertos (como el que coordina Muzzín), cuya duración terapéutica es de un año con un encuentro semanal, y otros grupos en los que se ofrece un curso psico-socio-educativo, que son más cortos –prevén entre trece y dieciséis encuentros– y no se puede ingresar en cualquier momento. Estos cursos psico-socio-educativos empezaron a funcionar a mediados de 2013 en distintos ámbitos públicos de la ciudad y la provincia de Buenos Aires, para recibir a aquellos hombres beneficiados con una probation –suspensión de juicio a prueba– en juicios penales por delitos cuya pena máxima es inferior a los tres años, como amenazas, hostigamiento o lesiones leves. Hasta ese momento había muy pocos espacios de “reeducación” o tratamiento para que la Justicia pudiera derivarlos, como prevé la ley 26.485.
Las diferencias entre ambas experiencias son sustanciales: en los cursos o programas psico-socio-educativos se busca que los hombres tomen conciencia de que son violentos. Es un primer paso. Trabajan fundamentalmente para de-sarmar los estereotipos de género arraigados en la cultura y que favorecen la discriminación hacia las mujeres y el machismo, caldo de cultivo para el maltrato en las relaciones de pareja. Los grupos abiertos, en cambio, van más allá: buscan que los hombres modifiquen sus conductas y dejen de reaccionar con violencia. Es una segunda instancia y un desafío gigante.
La Dirección de la Mujer del gobierno porteño tiene también grupos terapéuticos para hombres violentos. Funcionan en el Centro Integral de la Mujer Arminda Aberastury, ubicado en Hipólito Yrigoyen 3202.
Los abordajes en el Alvarez y en el Centro Municipal de la Mujer de Vicente López son distintos. Los equipos interdisciplinarios que conduce Muzzín aplican el Modelo Ecológico propuesto por el psicólogo estadounidense –nacido en la Unión Soviética– Urie Bronfenbrenner en su libro La ecología del desarrollo humano, que concibe la realidad familiar, social y cultural como un todo articulado. Lo llaman “modelo integrativo multidimensional”. En Vicente López, en cambio, trabajan en los grupos abiertos con terapias basadas en técnicas de mindfulness o “atención plena”, una estrategia de meditación budista.
Muzzín explica que el trabajo grupal apunta primero a que los hombres tomen conciencia de que lo que para ellos es normal o cotidiano, o la única forma de resolver un conflicto, en realidad no lo es. “Que se den cuenta de que están provocando un daño a otra persona. Este es un trabajo que se da en los primeros meses de tratamiento en el grupo. Es algo que hay que escarbar muchísimo. Les cuesta mucho empatizar con su pareja y reconocer los sentimientos que están debajo de las acciones que ejecutan. La ira, la irritabilidad, los llevan a actuar compulsivamente. Nosotros queremos crear un tiempo de reflexión en ese momento, previo a la explosión. Entonces, trabajamos específicamente los momentos previos de acumulación de tensión”, señala el psicólogo.
–¿Les dan herramientas para que puedan controlar la ira?
–Sí. Con una toma de conciencia y un espacio de reflexión acerca de que él es protagonista en su vida y que él puede cambiar en cuanto se lo proponga.
–¿Qué resultados obtienen a través de estos tratamientos?
–En todos los casos de pacientes que han terminado el dispositivo, hemos evidenciado una disminución de las situaciones violentas. Como mínimo planteamos que concurran durante un año a un encuentro semanal de dos horas. El problema es que la deserción es alta: de entre el 60 y el 70 por ciento antes de que termine el tratamiento. Hay muchos hombres que nosotros no admitimos en nuestros grupos y son los que tienen características psicopáticas, personas que no pueden empatizar con el otro ni reconocer jamás ningún tipo de daño, por un problema psíquico estructural, lo que algunos llaman “psicópatas”. Son personas calculadoras, que evidencian un frío control de la situación y un planeamiento en la ejecución de ese acto contra el otro. El otro es una cosa. No es una persona.
En ese perfil, apunta Muzzín, entran aproximadamente entre el 30 y hasta el 40 por ciento de los hombres que ejercen violencia contra sus parejas.
–Esto me hace pensar en otra de las cosas que se repite comúnmente, la idea de que los hombres violentos son enfermos –le comento.
–Básicamente nosotros planteamos que las situaciones de violencia familiar no se deben a una enfermedad. Por eso no hablamos de un proceso de cura. Tiene que ver con un aprendizaje arraigado desde una construcción de ese sujeto, desde un primer momento. Tiene que ver con una ideología, que es el patriarcado.
–Entonces no tiene que ver tampoco con el consumo de drogas y otras adicciones, como también se cree.
–Los casos que hemos tenido de adicciones han embarrado la cancha, han acrecentado las formas violentas que tenían de relación con la pareja. El alcohólico no es violento porque es alcohólico. El alcoholismo lo que hace es disminuir las inhibiciones sociales que cada uno tiene para poder vivir y aparece lo que ya tenía, esa forma de pensar y vivir. La adicción no es la que provoca la violencia.
Cada semana el equipo que encabeza Muzzín entrevista a los interesados en sumarse a los grupos abiertos. Pueden ingresar a partir de los 21 años. La edad media es de 40 años. Desde que se abrieron en julio de 2010 se acercaron unos 150 hombres, de los cuales pudieron participar alrededor de cien. El 83 por ciento llegó por orden judicial: en el marco de una causa civil o penal por violencia familiar son enviados por el juez que interviene. El 17 por ciento restante se repartió entre quienes son derivados de los hospitales (5 por ciento); obligados por sus parejas para continuar la relación (5 por ciento) y de otras instituciones como escuelas u organizaciones de la sociedad civil (7 por ciento). El perfil es bien variado: integrantes de fuerzas de seguridad como policías y gendarmes, médicos, plomeros, encargados de edificios, gerentes de empresas privadas, un chofer de un ministro, hombres que trabajan en talleres textiles clandestinos, capataces de esos talleres, docentes, visitadores médicos, albañiles, ingenieros.
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