SOCIEDAD › OPINION
› Por Norma Giarracca *
Hace un tiempo, las ciencias sociales convencionales tenían casi la certeza de que la eficaz reproducción social del sistema capitalista/ colonial/ patriarcal configuraba sujetos dominantes y otros dominados-resignados en ese espacio de diferencias constituido en sociedad. Algunos autores hablaban de la complicidad del subordinado en sus propias condiciones de vida y explotación y en esos escenarios las mujeres como madres y maestras jugaban un papel clave: eran quienes reproducían activamente la subordinación. Basta rastrear los textos de quienes se dirigían a las mujeres lectoras –docentes, amas de casa, etc.– para corroborar esta idea. Es paradigmático el texto dedicado a la mujer de campo de un agrónomo francés que había sido invitado por las grandes corporaciones agrarias a comienzos del siglo XX, quien le recomendaba a “la reina del hogar” colaborar desde el orden doméstico con la acumulación de los chacareros y criar hijos dóciles.
El paradigma emancipador de la modernidad proponía un cambio en las relaciones de propiedad de los medios de producción como solución para la dominación económica que solucionaría todas las otras, pero el paso del tiempo demostró que no pudieron solucionar ni una ni otras. No obstante, hubo infinidad de resistencias al orden capitalista/ colonial/ patriarcal que impidieron consolidaciones económico-sociales aún más injustas de las que sufrimos y generaron un espacio de “derechos” dentro del mismo sistema. En América latina, como dice Perry Anderson, se encuentra una combinación de factores que conjuga las resistencias culturales, sociales y nacionales continuas durante todo el siglo XX. Por otro lado, se suele distinguir entre resistencias que se transformaron en luchas explícitas (revoluciones, levantamientos, protestas...) y otras que se mantuvieron en los órdenes domésticos, tenaces y silenciosas; “discursos ocultos”, como las caracterizó James Scott.
Esos discursos ocultos, resistencias cotidianas muy analizadas en las comunidades campesinas, se las encuentra –sobre todo en nuestro continente– fundamentalmente en los pueblos indígenas, que lograron desde allí atravesar etnocidios, “modernizaciones” y maltratos continuos tendientes a que desaparecieran por lo menos en el nivel de sus propias identidades. Ese tipo de resistencias fue registrado también por las ciencias sociales y la literatura en sujetos que sufrieron predominantemente la dominación patriarcal, las mujeres y los homosexuales por ejemplo.
La novedad, a nuestro juicio, es que las resistencias ocultas, cotidianas, que no se manifestaban frente al dominador, cambiaron y desde unas décadas atrás son manifiestas, con discursos explícitos, permanentes y hasta formadoras de sociedades “otras” o por lo menos, generadoras de alternativas. Chiapas es paradigmático en tal sentido, no sólo por el discurso explícito autonomista y a distancia del Estado mexicano, sino por el valor de la palabra en voz alta de las indígenas en las Juntas de Buen Gobierno y en la comandancia; pero también son notables los pueblos indígenas de Bolivia, de Perú, los mapuches en Chile... así como los movimientos campesinos o de mujeres. Se conjugan en todos ellos resistencias anticapitalistas, anticoloniales y antipatriarcales.
En casi todos estos fenómenos de resistencias con discursos explícitos, radicales, permanentes, capaces de generar experiencias sociales nuevas, están las mujeres en el centro de la escena. Mujeres campesinas, mujeres indígenas pero también, y es muy importante en nuestro país, están las de los territorios amenazados por las actividades extractivas en expansión. No podemos reflexionar acerca de las acciones de resistencias contra la megaminería a cielo abierto sin rememorar nombres y rostros de mujeres, no sólo dando cuenta en el espacio público del atropello a los territorios sino acostadas en las rutas impidiendo el paso a las camionetas mineras, acudiendo al llamado de las campanas de la iglesia de Famatina en situaciones de peligro o preparando la información científica para conocer las consecuencias de la contaminación con cianuro y ganar los plebiscitos. Pero ahora se sumaron mujeres a estas resistencias, esta vez al agronegocio. Como las anteriores, son diarias, cotidianas, permanentes y explícitas. Son mujeres que salieron de los órdenes domésticos y están allí, como “madres” –rememorando con esa denominación aquellas otras que con el testimonio de los pañuelos blancos en sus cabezas pusieron una distancia al horror y la crueldad de la dictadura–; son las Madres de Ituzaingó en Córdoba quienes logran poner un límite al agronegocio que devasta alimentos, biodiversidad y la salud de las poblaciones.
En otras palabras, indígenas, campesinas, madres... mujeres rebeldes y dignas que son capaces de oponerse al poder ya no desde los discursos ocultos de los órdenes domésticos sino desde el testimonio, la acción y el pensamiento en el espacio público están entre nosotros. Honrarlas a ellas, traerlas a la esquiva ciudad habitada por otro tipo de mujeres, significa recordar las resistencias y experiencias territoriales que nos unen con la América latina.
* Socióloga. Instituto Gino Germani (UBA).
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