Dom 06.04.2014

SOCIEDAD  › MAS VALE COMPARTIR EN LA RED QUE TENER

Los nuevos cibernegocios

› Por Javier Martín *

Hyatt tiene 450 hoteles; Airbnb, ninguno, pero vale más. Hertz tiene decenas de miles de coches de alquiler; Uber, sólo una aplicación que comunica al cliente con el chofer, pero vale casi la mitad. Airbnb y Uber, dos empresas nacidas en Internet hace menos de seis años, son los últimos ejemplos de la nueva economía; mejor dicho, de una de sus evoluciones. Después de comprobarse la sostenibilidad de la economía de lo gratuito (los estudios de Angry birds o Candy crush), ahora se trata de la economía colaborativa, bien para juntar esfuerzos (crowdfundig), bien para compartir propiedades que no se aprovechan al máximo.

Airbnb nació en 2007 para resolver una necesidad urgente: buscar cama en un San Francisco con los hoteles abarrotados por un congreso de diseñadores. Las camas ofrecidas por algunos voluntarios paliaron el problema a un grupo de amigos. Hoy, Airbnb ofrece 600.000 alojamientos de particulares –desde iglúes en Alaska hasta cabañas en Hawai– y ya concertó 10 millones de reservas. Las cifras importan más si se tiene en cuenta que el 50 por ciento de ellas se obtuvieron en un año, el último. La progresión es exponencial. En 2013 duplicó sus ingresos (250 millones de dólares) gracias a las tarifas que cobra en la intermediación entre propietario y huésped y a la publicidad de ofertas destacadas.

Airbnb en estos días busca una financiación de 400 millones de euros que acabarán valorando la puntocom de Internet en 7240 millones, bastante más que, por ejemplo, la veterana cadena hotelera Hyatt.

Si parecía difícil hacer negocios con la habitación que sobra en casa, más lo era sacar partido del coche. La aplicación Uber señala en su smartphone a qué distancia tiene uno de sus coches con chofer, cuánto tardará y cuánto cobrará. El pago es a Uber, no al chofer (ni siquiera hay que darle propina), y permite dividir la cuenta entre los viajeros del coche.

Usuarios a precio de oro

Box anunció su salida a la Bolsa esta semana y King se estrenó en la plaza estadounidense. En la información proporcionada a las autoridades bursátiles presentan sus puntos débiles (a veces demasiados). El estudio King, por ejemplo, tiene un catálogo de 180 juegos para móviles, pero el 78 por ciento de sus ingresos los obtiene con uno: Candy crush.

Al mes, 408 millones de personas juegan con él, sin embargo, sólo un 4 por ciento gasta algún dinero. El crecimiento del estudio King Digital estuvo ligado al juego de las golosinas encadenadas; con él multiplicó por 10 sus ingresos (1,3 millón de euros) y ganó 517.000 euros en el último año. Sin embargo, la popularidad de Candy crush no fue gratuita. En 2013 gastó 273 millones de euros en marketing, con los que obtuvo 340 millones de nuevos jugadores.

Tampoco le salen gratis los usuarios a Box, la competencia de Dropbox en el archivo de contenidos en la nube. Fundada hace nueve años por Aaron Levie (entonces con 20 años), Box nunca obtuvo beneficios. Para salir a la Bolsa parece que hubiera tomado hormonas: duplica ingresos (90 millones) a costa de destinar un 70 por ciento más dinero al marketing (124 millones). Tanto en Box como en King, cada nuevo usuario les cuesta su dinero.

En cinco años, Uber se extendió por 80 ciudades de 34 países y el valor de la empresa supera los 2700 millones de euros, sólo la mitad que la veterana Hertz. Cada día contrata más de una persona y no es para conducir. En su plantilla no hay choferes, y tampoco es dueña de los coches. “Estamos creciendo un 20 por ciento mensual y necesitamos 100.000 coches más en la calle”, explicaba a finales de año su fundador, Travis Kalanick. Uber sólo facilita la financiación del coche a los choferes que no lo tienen o quieren cambiarlo.

Si Airbnb tuvo roces con las leyes hoteleras vigentes en Nueva York, Uber chocó con el gremio de taxistas en casi todas las ciudades a donde llega, de Washington a París.

Pero en ambos casos, su modelo de negocio es imparable, como demuestran los clones nacidos alrededor de Airbnb (DropInn, Apptha o Script...) y Uber (Lyft, Sidecar, Instacab...).

Airbnb ya anunció que del alojamiento entre particulares se va a extender a las comidas (al estilo de los paladares cubanos) y a los guías, siempre con gente voluntaria, no profesional, y bajo el mismo esquema: huir del turismo establecido y a menor precio.

En el caso de Uber, su red de contactos de clientes y choferes se ampliará al reparto a domicilio en el día, desde el ramo de flores hasta la paquetería de Amazon. Kalanick promete a los coches que trabajen con él 70.000 euros limpios al año.

Airbnb y Uber son dos de las perlas de las sociedades de inversión en Estados Unidos. El pasado año salieron a la Bolsa más de 200 empresas; en éste se acercarán a las 300. Muchas de ellas procederán del sector tecnológico. Las sociedades de capital riesgo valoraron a 44 de ellas en más de mil millones de dólares, con las que esperan multiplicar su inversión saliendo a la Bolsa o vendiéndolas antes de que su inversión se pudra.

La mayoría de las inversiones de los venture capitalist se dirigen a nuevos servicios en Internet, como pasarelas de pago (Square y Stripe), almacenamientos de contenidos en la nube (Dropbox, Box), minería de datos (Palantir), seguridad (Docusign) y, por supuesto, los negocios basados en la participación colectiva, empresas que se basan en los contenidos que ponen otros gratis (redes sociales como Pinterest, Snapchat o Fab, para gays) o en sacar provecho de tus bienes. Compartir cama y coche da buen rédito.

* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.

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