SOCIEDAD › OPINION
› Por Juan Carlos Kreimer *
Esas y esos que ves aferrados al manubrio, pedaleando al costado de los autos, con mochilas, portafolios, bolsas de compras, o un hijo a sus espaldas, están marcando una tendencia de retorno a soluciones más simples para la vida diaria que trasciende el objeto sobre el que van montados. Diciéndole a la sociedad que todavía es posible encontrar alternativas felices por fuera de los libretos establecidos. Sin que nadie se lo proponga conscientemente, hábitos de transporte, de consumo, de reacción no automatizados, en suma: de vida personal y de vida en sociedad, se están reformulando por sí mismos. Lo apasionante del fenómeno es que ocurren de adentro hacia fuera, no porque sean impuestos.
Puede haber campañas municipales para estimular su uso, proliferar modelos cada vez más adaptados a las necesidades urbanas (caso de las plegables), haber un efecto contagio e incontables motivaciones para que uno, al salir de su casa, se suba a la suya o saque una pública en vez de usar el auto o tomarse el bondi. Hay también un factor imposible de publicitar y hasta de poner en palabras: lo que sentís arriba de ella. Cuando vas en bici, no pensás en el ejercicio físico que estás haciendo ni el ahorro energético ni en la polución (salvo cuando los ómnibus te la echan en cara) que ahorrás al planeta. Ni siquiera que en ese ir de un lado a otro, el estado de alerta básico se te vuelve un particular tipo de introspección, el trayecto un recreo y el movimiento sostenido de los piernas una satisfacción muy íntima. Mezcla de distensión y alegría. Que te sube por todo el cuerpo. Si en algo pensás es en nada: esa nada maravillosa que en ocasiones se produce entre las neuronas.
Lo que sí saben esos que la usan es que se les ha vuelto parte de su esquema corporal. Y establecen con ella un vínculo utilitario-afectivo. La querés con ese tipo de amor que tenés por determinado par de zapatos, o tal remera y no otra. Se te mete en la agenda y sin que se lo preguntes te dice cuándo te conviene llevarla y cuándo no. Sabe tus caminos. Escucha tus silencios. Establece un continuum entre tus pies, manos y cola capaz de interpretar la maniobra antes de que llegues a elucubrarla. Más que lo ecológico, promueve conciencia de sustentabilidad: hacer uso de los recursos disponibles sin perjudicar a las próximas generaciones. Algo que poco a poco empezás a extender a otras áreas donde todavía es posible.
¿Qué más se le puede pedir a este mínimo conjunto de elementos y accesorios que crea las condiciones necesarias para que tu energía se multiplique a través de ella y te desplace?
Esas y esos que ves pedaleando por ahí probablemente ni sepan que hoy se considera el Día Universal de la Bici. No porque Naciones Unidas u otra organización internacional lo haya decretado, sino porque el 19 de abril de hace 71 años un suizo que había sintetizado una molécula mágica y se la había puesto sobre la lengua tuvo al rato tal cólico en su percepción que necesitó que su asistente lo acompañara en bici hasta su casa. En honor a ese “viaje” inaugural de Albert Hoffman, algunas organizaciones de ciclistas (que en absoluto promueven el uso de LSD ni de ninguna otra sustancia que no sea la propia generación de endorfinas durante la práctica del ciclismo) echaron a rodar esta fecha conmemoratoria.
Exageraciones y euforias aparte, lo que celebran es esa otra dimensión de la realidad que da el andar en bici.
* Autor de Bici Zen, ciclismo urbano como camino (Planeta).
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