SOCIEDAD › ENTREVISTA A CELSO AMORIM, MINISTRO DE DEFENSA DE DILMA
Durante ocho años fue canciller de Lula. De viaje por la Argentina para presentar su libro Breves narrativas diplomáticas, Celso Amorim contó a Página/12 por qué, vista la historia desde hoy, está lejos de lamentar que no haya formado el ALCA en 2005.
› Por Martín Granovsky
Celso Amorim es movedizo. A través de los anteojos sus pupilas parecen divertirse con cualquier cosa que se parezca a una explicación con fines prácticos, a una charla dentro de una negociación o al simple vínculo entre dos personas. Sentado en uno de los sillones del despacho de Nicolás Trotta, el rector de la Universidad Metropolitana para el Trabajo y la Educación, el actual ministro de Defensa de Dilma Rousseff dejó en claro ante Página/12 qué fue lo que más lo impactó en sus primeros años de gestión con gobiernos encabezados por el Partido de los Trabajadores.
–Usted trabajó como canciller de Lula durante ocho años. ¿Qué fue lo más interesante?
–¿Lo más interesante de ser canciller de Lula? Lula. Me dio una enorme confianza, y es muy bueno trabajar así. Pero sobre todo es un hombre con gran capacidad de tomar decisiones y fijar estrategias. Uno de sus objetivos es la integración sudamericana. Lula es uno de los sabios de la integración, junto con Néstor Kirchner y con Cristina Kirchner. Gente convencida. Cuando alguien mira mi libro la Argentina no aparece.
–¿Cuál es su explicación?
–Porque no es necesario. La Argentina está presente en cada política de Brasil. Sin el entendimiento con la Argentina no hay integración. No lo habría tampoco en Defensa. No podríamos pensar, como lo hacemos, en la elaboración de una doctrina de la defensa común, de la preservación de rutas, del cuidado del ciberespacio. O en la escuela nacional de defensa cibernética que crearemos y estará abierta para los amigos.
Amorim pasó de visita por Buenos Aires para presentar su libro Breves narrativas diplomáticas, que editó Taeda. Si el libro fuera la única referencia teórica del ex canciller de Lula y ministro de Defensa de Dilma desde 2011, habría una conclusión fácil: el Mercosur le importa. Y otra conclusión más: le importa mucho. El tema aparece nada menos que a comienzos de la introducción, en el marco de sus primeros contactos con Lula y el Partido de los Trabajadores. Entre 1993 y el 1 de enero de 1995 Amorim fue canciller del presidente Itamar Franco, que llevó adelante una transición política luego del juicio político y el fin del mandato de Fernando Collor de Mello. Cuenta Amorim que siendo ministro se encontró con el entonces asesor internacional de Lula, Marco Aurélio García, después consejero presidencial de Lula y Dilma, “para explicar cómo se trataban algunos asuntos de política exterior e intentar evitar alguna discontinuidad en caso de que Lula fuera electo”. Y agrega el texto: “Mi principal preocupación era preservar y consolidar el Mercosur, que a veces sufría críticas de sectores vinculados con el PT, principalmente desde el sector sindical”.
En las elecciones de 1994 ganó Fernando Henrique Cardoso, que asumió el primer día de 1995 y sería reelecto en 1998. Lula recién llegó al Planalto el 1 de enero del 2003. Amorim cuenta en el libro que comenzó a circular como posible canciller entre la primera y la segunda vuelta electoral de octubre de 2002 y que su nombre debe haber llegado a Lula por Marco Aurélio. Cuando la postulación comenzó a correr fue él mismo quien pidió una reunión con dirigentes del PT, porque, comenta, su esposa le dijo que no podía comportarse como un príncipe que asistía impávido a que lo mencionaran. Así fue que comenzó una serie de contactos con Lula y ya en la segunda reunión el presidente electo le ofreció la jefatura de Itamaraty, que Amorim naturalmente aceptó.
Amorim cuenta que Breves narrativas diplomáticas cubre los primeros años del gobierno inicial de Lula y está basado en anotaciones hechas en papeles, cuadernos o menúes del propio canciller. Uno de los capítulos remite al origen de lo que después fue la Unión Suramericana de Naciones. Amorim anota que él mismo había propuesto antes la formación de un Area de Libre Comercio de Sudamérica. Y que, con la experiencia ganada en las negociaciones internacionales, se oponía a los que, como Chávez, a quien cita en el libro, subestimaban el comercio como “si fuera un resabio neoliberal en materia de integración”. “El fundamento económico es indispensable para la construcción política”, escribe, y relata que si llegaba a conformarse el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) al menos una Sudamérica más sólida podía servir de contrapeso.
–Cuando Lula llegó al gobierno –dijo Amorim a Página/12 minutos antes de la presentación de su libro en la Umet por parte del ex canciller Jorge Taiana–, el acuerdo por el ALCA aún no estaba firmado. Esto nos permitió trabajar junto con los socios del Mercosur para obtener un cambio. La situación era curiosa, porque la respuesta brasileña para el ALCA debía estar terminada justo 45 días después de que Lula asumiera la presidencia.
–Lula asumió el 1º de enero de 2003. ¿Todo tenía que estar listo, entonces, el 15 de febrero?
–Exactamente.
–Muy poco tiempo. ¿Por qué?
–Así venía el ritmo desde antes. Seguramente alguien lo puso pensando que Lula no sería el presidente, ¿no? Que otro ganaría las elecciones. Hubo una gran reacción sobre el gobierno de Lula de muchos que no pensaban que, en caso de seguirlos, Brasil estaría haciendo una oferta sin saber aún qué recibiría a cambio.
–El ALCA no era solamente un acuerdo de libre comercio.
–No, claro. Incluía cosas tan diversas como el régimen de compras gubernamentales, las reglas de propiedad intelectual, los servicios y el tratamiento de las inversiones.
–¿Lula enfrentó el proyecto del ALCA desde el principio?
–No. Al principio de su gobierno Brasil intentó transformar los términos. Fue un proceso en el que el Mercosur, y sobre todo la Argentina, resultaron muy importantes. Cuando empezamos a cambiar los términos comenzaron los rechazos y finalmente en 2005 el ALCA no llegó a integrarse. Cosa que, vista de manera retrospectiva, no lamento.
–¿Por qué cree que fue bueno no formar un ALCA?
–Era una construcción estructuralmente desequilibrada. Y ahora esto se ve con mucha claridad. El mundo cambió desde la época en que comenzó a analizarse el ALCA e incluso desde el momento en que estamos hablando, a comienzos del gobierno de Lula. Ya entonces el ALCA era una herencia de otra época, una época en la que los Estados Unidos eran la única referencia de la región. Ni hablar en los últimos años, con la gran diversificación de Sudamérica. Y tomemos ejemplos concretos. ¿Brasil podría haber desarrollado su industria naval con un ALCA? ¿Habría sido posible una política de medicamentos genéricos, que incluso fue comenzada en el gobierno anterior al de Lula, el de Fernando Henrique Cardoso? ¿Y en propiedad intelectual? Brasil no está en contra de la propiedad intelectual, y yo menos: tengo hijos cineastas. El problema para todo lo que estoy diciendo es que el mecanismo de solución de controversias, que siempre las hay, quedaba por encima de todo. Incluso por encima de la propia Organización Mundial del Comercio. Y todos, entonces, podíamos ser sujetos de retaliación. Lo mismo pasaría con las inversiones. ¿Brasil está en contra de las inversiones extranjeras? De ninguna manera. Pero sí estaba y está en contra de que el inversor extranjero tenga prevalencia sobre el inversor nacional. Y ni hablar de las listas, que nos hubieran imposibilitado el desarrollo de Internet. Al mismo tiempo no serían eliminados los subsidios, una conducta habitual en los países ricos. Estoy hablando de Internet en una etapa anterior a la actual y con situaciones muy desparejas. Ya en ese momento era sabido que en los Estados Unidos el Pentágono constituía un motor importante para el desarrollo del software, pero ninguno de los países que formarían un área de libre comercio y servicios estaba en condiciones de competir con ese fenómeno.
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