SOCIEDAD › LA HISTORIA DE CLAUDIA VERA, UNA MUJER QUE ESTA PRESA POR ACUCHILLAR AL MARIDO CUANDO SE DEFENDIA DE SUS GOLPES
La mujer sufría golpes y maltratos. Se había ido de la casa, pero volvió, confiada en que el hombre cambiaría. En medio de una golpiza, creyó que la mataría. Y ella le dio una puñalada. Terminó acusada por homicidio: el juez no le cree que fue por defenderse. Aquí relata su historia para Página/12.
› Por Mariana Carbajal
“Ese día discutimos por dinero, me pegó delante de los chicos y ellos trataron de separarnos. A la noche se durmió y de madrugada se despertó y me volvió a pegar. No se calmaba. Estaba como loco. Pensé que me iba a matar porque tenía el cuchillo en la mesita de luz. Por eso lo agarré yo primero, para defenderme”, dice a Página/12 Claudia Vera, y en el relato se quiebra y los sollozos le tragan las palabras. En su declaración judicial, dio detalles de las golpizas que –afirmó– recibía con frecuencia de parte de su esposo, señaló que no sólo fue víctima en los últimos 16 años de violencia física y verbal, sino también sexual, dado que su marido la obligaba a tener relaciones sexuales aun cuando estaba lesionada. Su testimonio refleja la historia de una y de tantas víctimas de violencia de género en el ámbito de la pareja. Pero esta mujer de 42 años, de Tunuyán, Mendoza, está detenida desde el 26 de junio por matar a su esposo, Miguel Fernando Aloise, con quien estuvo casada durante casi dos décadas. El juez de instrucción local, Oscar Balmes, sostiene que actuó premeditadamente y no le cree que en aquel último episodio ella tuvo miedo por su integridad física tras ser golpeada sin pausa, cuando le dio un puntazo, que resultó mortal.
No es el primer caso en que un tribunal de primera instancia desconoce un marco de violencia machista para encuadrar un asesinato de estas características. Esas decisiones judiciales ponen en evidencia desconocimiento de parte de los magistrados de la problemática y de la obligación del Estado –a partir de tratados internacionales– de juzgar los hechos en los que medie violencia doméstica desde una perspectiva de género. En los últimos meses, dos cortes provinciales y un tribunal de Casación revocaron condenas por homicidio contra mujeres que mataron a sus parejas al considerar que eran víctimas de violencia de género y actuaron en legítima defensa (ver aparte).
El juez Balmes, de Tunuyán, no tomó en cuenta el historial de violencia de género que venía padeciendo Vera, y que consta en un informe al que accedió Página/12, elaborado por la Subsecretaría de la Dirección de Ejecución Penal y Derechos Humanos de la Corte de Mendoza, Romina Cucci. Tampoco tuvo en cuenta que Vera fue quien llamó a la ambulancia tras provocarle heridas –que resultaron mortales– a su esposo ni que cuando llegó la policía dijo que lo había matado porque no paraba de pegarle. Después los médicos forenses constataron que la mujer tenía golpes y marcas en distintas partes del cuerpo. Aloise, de 42 años, era metalúrgico y empleado municipal.
El juez acusa a Vera de homicidio agravado por el vínculo, un delito que prevé la pena máxima del Código Penal: prisión perpetua. Su defensa, a cargo de la abogada Carolina Jacky, reclama el cambio de carátula porque sostiene que actuó en legítima defensa. El juez tampoco le concedió la excarcelación que pidió la defensa. El viernes 4 de julio la benefició con un arresto domiciliario, que Vera empezó a cumplir en el departamento de Tunuyán, a 70 kilómetros de la capital provincial, en la casa de unos amigos que le prestaron el lugar para que ella pudiera estar con sus hijos, de 16 y 19 años, hijos del matrimonio con Aloise. Allí la ubicó Página/12 y conversó con ella telefónicamente.
“El tenía celos, me celaba con mis compañeros del terciario. Hubo momentos en que me dejaba trabajar y también me celaba y tuve que dejar esos trabajos porque era insostenible. Pero si trabajaba me reprochaba porque trabajaba, pero también cuando no tenía empleo, me reprochaba. Me decía que era una gorda culiada, mugrienta, hedionda. Si estaba gorda me criticaba porque estaba gorda, si adelgazaba decía que estaba buscando un macho. Muchas veces me pegó. Delante de mis hijos, de mis suegros. Toda la familia sabía que me maltrataba hacía años. He ido a fiestas familiares con los ojos en compota. Mi suegra me rogaba que no lo denunciara por los chicos, me decía que él iba a cambiar y no cambiaba. Dos veces lo denuncié”, cuenta Vera y se quiebra con algunos recuerdos.
Vera quedó detenida tras el homicidio. Estuvo alojada en la Alcaidía de Tunuyán. Pero el juez Balmes ordenó que fuera trasladada al Hospital Neuropsiquiátrico El Sauce, porque alegó que estaba desequilibrada. “Me querían medicar. Yo les dije que en lugar de un calmante me dieran un libro”, contó a este diario. En el centro de salud fue entrevistada por un psiquiatra y una trabajadora social, quienes determinaron que no había razones para mantenerla internada y que se trataba de una víctima de violencia de género, por lo que correspondía el alta médica.
La mujer quedó detenida entonces en la Unidad III de Mujeres, en el Borbollón, Departamento de Las Heras, hasta el sábado 5, cuando empezó a cumplir el arresto domiciliario, luego de que se le negara la excarcelación solicitada por su defensa.
Un historial de violencia
Vera recuerda con claridad la primera vez que su marido le pegó: dice que fue cuando el mayor de sus hijos tenía 3 años: iban los tres en auto y ella no quiso bajar del vehículo con el niño para acompañar a Aloise a comprar un par de zapatillas. “Hacía frío, y no quería bajar, yo iba en el asiento de atrás. Se dio vuelta y me empezó a pegar”, relató. En 1998 se fue de su casa por primera vez a San Juan, provincia donde reside su familia, luego de una golpiza. Pero su esposo la denunció por secuestro porque ella se había ido con el hijo de ambos y a las dos semanas volvió a Mendoza. Tiempo después regresó a vivir con él.
Vera estudiaba hace tres años en el Instituto de Educación Superior (IES) Toribio Luzuriaga la carrera de Historia. A poco de ocurrir el hecho, sus compañeros y directivos del profesorado realizaron dos marchas por Tunuyán para acompañarla y reclamar su libertad. “Mis compañeros de la terciaria me apoyan. Ellos sabían que me maltrataba”, dice Vera, y se vuelve a quebrar. Uno de los episodios de violencia fue delante de un docente del instituto. Su esposo se quejaba porque ella dedicaba tiempo al estudio, dice ella. Le tenía prohibido agarrar los libros durante el fin de semana. “Mis hijos –sigue– están conmigo porque saben lo que pasé”, apunta, y las lágrimas devoran otra vez sus palabras.
Su esposo, reafirma, siempre la controló, la seguía, le exigía darle detalle de dónde estaba, con quién, con quién hablaba y en qué gastaba el dinero común que ella debía rendir en su totalidad con tickets. Varias veces, dice, le rompió celulares. Entre 2010 y 2011 la situación empeoró, conto Vera. Ella trabajó en una peluquería frente a un hotel alojamiento y él la celaba constantemente suponiendo que conocía clientes y se cruzaba al hotel. Por esas actitudes de su esposo tuvo que dejar ese trabajo. Eso también sucedió –agregó–, cuando trabajó en un galpón de ajo donde algunas veces debía trabajar hasta más tarde, y él llegaba furioso a buscarla sospechando que no estaba ahí: por esa causa también abandonó ese trabajo. “Siempre me reprochaba, tanto si trabajaba como si no lo hacía”, dice la mujer, y solloza. En aquellos años, contó, recibió fuertes golpizas. En uno de esos episodios él le tiró piedras y golpeó, y le dejó fuertes heridas, al punto que su cuñada –hermana de él– le insistió con hacer la denuncia y su suegra le pidió no hacerlo, contó Vera.
Finalmente, lo denunció en la comisaría. Intervino el juzgado de Familia No 2 de Tunuyán, a cargo de la magistrada Susana Barrigón, quien los instó a ambos a hacer tratamiento psicológico, ella en el hospital y él en OSEP, la obra social municipal. El iba a regañadientes y le reprochaba que tenía que hacerlo por su culpa, por haberlo denunciado. Ante la denuncia, la Justicia dispuso una medida de exclusión del hogar. Pero la orden no tuvo mucho sentido –consideró la mujer– porque él manifestó no tener dónde vivir y permaneció en la casa de su madre, en el mismo terreno que estaba la vivienda donde convivían. Entre 2011 y 2012 ella volvió a irse de su casa, a San Juan. Esta vez avisó a la Justicia. Para que no la acusaran de secuestro. Pero regresó a Mendoza porque él le rogaba que volviera y su hijo menor extrañaba al papá y ella no quería perderlo, explicó a este diario. Muchas mujeres víctimas de violencia de género suelen volver con el agresor: le creen cuando les dice que no les va a pegar más, que va a cambiar. En su declaración ante los profesionales del Hospital El Sauce, Vera contó que dos veces Aloise le reventó el tímpano del oído izquierdo que hoy tiene dañado; que toda la familia de él sabía de los golpes ya que la vieron lesionada en varias oportunidades, que una de sus cuñadas (la que se quedó con sus hijos cuando ella fue detenida) la apoyó pero que el resto de la familia no.
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