SOCIEDAD › OPINION
› Por Jorge Garaventa *
En octubre se cumplen once años de la Movida Santiagueña, un movimiento social que surgió en Internet y culminó en una marcha con 5000 personas frente a la Casa de Gobierno de Santiago del Estero, ocupada en ese momento por Mercedes Aragonés de Juárez, que se animaron a enfrentar las amenazas prepotentes del sanguinario ex jefe de Policía Musa Azar, condenado hoy a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad. Tanto celo de parte de las autoridades buscaba no solamente defender a un encumbrado miembro de la familia gobernante, patrona de la provincia, sino sostener al precio que fuere los derechos patriarcales. Era un momento revulsivo para los dueños del poder, ya que no sólo un ex ministro y familiar de los Juárez estaba siendo acusado de haber abusado de su hija, sino que el país tenía los ojos puestos en la provincia ante la conmoción por la muerte de dos jóvenes mujeres en un prostíbulo frecuentado por funcionarios, amigos e hijos de la elite, y cuyos cuerpos terminaron siendo alimento de los leones del zoológico privado del entonces jefe de Policía. La posterior intervención de la provincia nos hizo pensar en un final de ciclo.
Aquella niña de cuatro años que confirmó en cuanta pericia le fuera impuesta haber sido abusada sexualmente por su padre es hoy una adolescente de 16 años descreída de la Justicia, pese a lo cual espera.
No es casual lo relatado hasta aquí. La cultura patriarcal sostiene sus privilegios y el incesto paterno-filial hunde sus garras en las raíces mismas para aferrarse sin concesiones. No se trata de un abuso más, terrible de por sí, sino de un delito de características particulares y específicas. De la Dra. Eva Giberti, que acaba de reeditar un estudio profundo y pormenorizado, aprendimos que el incesto-paterno filial contra la hija niña es perpetrado por quien tiene la obligación social, moral, jurídica, económica y familiar de tutelarla. En lugar de ello, o a pesar de ello, lo que sería peor, viola su sexualidad. La devastación psíquica, la extrañeza identitaria de portar no sólo genes, sino el apellido del perpetrador son la tertulia de terror cotidiano en quien ha padecido incesto. Los años transcurridos, la siembra de apellidos familiares entre jueces, fiscales y funcionarios judiciales da sustento a nuestras dudas acerca de la llegada de la Justicia. Hace once años, ante una plaza repleta y de espaldas a la casa de gobierno, decíamos que Santiago se había puesto de pie contra el abuso y el maltrato. La Justicia sabrá cuánto confirma y cuánto desmiente. Una niña de ayer que observa desde los ojos adolescentes de hoy necesita que su sufrimiento no haya sido en vano.
* Psicólogo MN 5603.
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