SOCIEDAD › TRAS EL DESALOJO DE VILLA LUGANO, CINCUENTA FAMILIAS RESISTíAN RODEADAS POR UN VALLADO POLICIAL
Muchos quedaron afuera y no pudieron retornar. Dentro del cerco de la Metropolitana, cincuenta familias, algunas desmembradas, intentaban resistir guarecidas bajo doce carpas, sin alimentos ni abrigos. Los vecinos de Lugano intentaban aportarles comida y ropa.
El día siguiente al desalojo en el barrio Papa Francisco, de Villa Lugano, sorprendió a los vecinos con lluvia, frío y cordones de efectivos de la Policía Metropolitana en los accesos de la avenida Fernández de la Cruz, que les impedían ingresar al acampe organizado frente al asentamiento. El escenario de ayer por la tarde en el cruce de Larrazábal y Cruz se dividía entonces en unas doce carpas con 50 familias de un lado del vallado humano y decenas de familiares del otro, que se insultaban con los policías de guardia. Todos los reclamos se juntaban por la impotencia y les recriminaban la paliza injustificada para sacarlos de sus casas, que no les permitieran recuperar sus pertenencias y que luego destruyeran sus hogares. Pero la mayor preocupación era por la comida y el abrigo. Ningún operativo del Gobierno de la Ciudad había asistido hasta anoche a las cincuenta familias que resistían, pese a que la vicejefa del gobierno porteño, María Vidal, había asegurado el traslado, y los que quedaron afuera luchaban para pasar a los de dentro lo poco que tenían a su alcance.
“Alrededor de las 10 de la mañana empezaron a cortar la calle y no nos dejaron pasar. Estoy acá porque en las carpas está mi señora, que se quedó a esperar para ver si nos dan alguna una solución”, comentó a Página/12 Leonardo, un vecino de la villa que fue desalojado el sábado a la mañana por la acción conjunta de la Metropolitana y Gendarmería.
Alrededor de unos veinte policías metropolitanos custodiaban ayer el acampe por Larrazábal, al que nadie podía ingresar, especialmente los desalojados y los periodistas. Más tarde serían apoyados por vallas metálicas para aguantar el reclamo de los habitantes del lugar, que aumentaban en número a medida que pasaban las horas.
A lo lejos, el asentamiento no se veía: había sido cercado por el operativo. Sólo alcanzaban a divisarse unas doce carpas sobre la calle que se sacudían por el viento, levantadas de forma precaria con lonas y madera. Eran rodeadas por móviles de la Metropolitana y camionetas del programa Buenos Aires Presente (BAP), que ofrecían a sus ocupantes ser trasladados a paradores ubicados en los parques Avellaneda, Chacabuco y Martín Fierro.
El hombre, de 30 años, explicó que “nos ofrecieron quedarnos en un parador en Parque Avellaneda, pero dejamos las cosas en lo de un amigo que vive por Lugano. Como durante la madrugada comenzó a llover y granizar, decidimos dejar a mis cuatro hijos allá también y los tuve que llevar. A la mañana, cuando volví, ya no pude pasar”.
“Desde la mañana que la gente que está acampando no está siendo asistida. No les dan comida, frazadas o colchones para pasar la noche. Yo compré algunos paquetes de fideos, tres sachets de leche, pero es poco. El Gobierno de la Ciudad tiene la obligación de hacerlo”, aseguró Luis, otro vecino que había sido desalojado junto a su esposa y su hija. Además de los propios habitantes de Papa Francisco, vecinos de los monoblocks linderos se solidarizaban, acercándose y donando alimentos.
Por su parte, Sabrina señaló que “lo que más impotencia nos da es que la policía nos sacó a las trompadas, no nos deja entrar a sacar nuestras cosas, pero le permite a gente de la villa de al lado entrar y que se lleve nuestra ropa, nuestra comida, las chapas de las casas que compramos con nuestro trabajo. Una chapa te sale 400 pesos, dos meses de trabajo. Eso es lo que más nos duele”. El barrio Papa Francisco, instalado desde febrero pasado, se encuentra instalado en un terreno aledaño a la Villa 20.
En esta línea, Gregorio indicó que “hay una chiquita de tres años que tiene toda la espalda golpeada porque no se quería levantar de la cama cuando entraron los de la Metropolitana. También le pegaron a una embarazada delante de sus hijos, que después llevaron detenida, y a una nena discapacitada de doce años la tumbaron al suelo con su silla de ruedas”.
Los vecinos sostuvieron que hasta último minuto del sábado no les comunicaron que habría un desalojo y que los efectivos de seguridad entraron al predio asegurando que harían “una requisa”. “Entraron pateando las puertas, con prepotencia y nos apuraban para que saliéramos como si fuéramos perros. A mi mujer, por ejemplo, la sacaron de los pelos. Una de mis hijas salió de la casa con una zapatilla puesta. Nos dejaron sacar la mitad de las cosas, así que nos fuimos con lo poco que alcanzamos a manotear”, contó Freddy, quien vivía con su mujer y su hijo en el asentamiento y ahora alquila una pieza por la zona.
“Nos echan la culpa de que matamos a Melina (López, de 18 años, asesinada de un balazo en la cabeza a metros del supermercado Jumbo de Fernández de la Cruz y Escalada hace unos días). El asesino no era del barrio. Nos meten a todos en la misma bolsa”, reflexionó Freddy. “A nosotros mismos nos roban siempre, hasta paquetes de azúcar. Desde hace un tiempo que nos organizamos para prevenir robos, porque la Gendarmería no entra. Hicimos tres o cuatro pedidos, pero ponen excusas. El tema es que, como no hay seguridad, los ladrones entran a la villa porque saben que se pueden escapar”, agregó.
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