SOCIEDAD › OPINION
› Por Horacio Cecchi
Las imágenes televisivas generalizadas sobre la cobertura del caso de moralidad periodística de más rating del momento dejan un brevísimo pero fructífero espacio para la reflexión. Después de seguir la secuencia del programa de Gelblung que eligió titular “La noche de ‘las Melinas’” surgieron, entre muchas, dos conclusiones inmediatas: la adolescente violada, asesinada aún quién sabe cómo, y arrojada como descarte a un arroyo de José León Suárez, es una víctima. Pero víctima de características sorprendentes. Es una víctima culpable. Y quien la señala como tal, para pontificar hace lo mismo que está denunciando. Raro lo que digo. Pero ahí va la explicación.
No es la primera vez que cierto periodismo transforma una víctima en culpable. Hay cierta dificultad en casos que el sentido común parece triturar e imposibilitar a que el periodismo vea como víctima. Es el caso de las víctimas de violencia de género con el trillado “qué querés, mirá cómo se vestía”, que habilita a cualquier cosa. Ya ocurrió en otros casos. Cuando cierto periodismo acusó a la pequeña de 11 años que apareció muerta en Hurlingham y que derivó en un informe de una comisión bicameral bonaerense que determinó las graves colisiones en las que había caído la inmediatez mediática, en un riesgoso cóctel con sus fuentes preferidas, la policía (para el caso, la Bonaerense) y su brazo dictaminador, la Justicia provincial.
O cuando la joven también adolescente de Palermo apareció muerta y desnuda (fotografiada) entre la basura del Cinturón Ecológico. Ya ese cierto periodismo se había regodeado en mostrar fotos sensuales de ambas niñas, como si esa sensualidad, privada (porque fue arrebatada de una red social, cuya finalidad era un círculo de amigos y sin pretensiones de publicidad masiva) las desnudara como provocadoras.
Quiero decir que, hasta ahora, me resultó harto difícil no mencionar los nombres de las jóvenes víctimas, en protección a sus derechos (aunque muertas, porque son derechos que se extienden hacia las otras, las vivas) y con la necesidad de que el lector comprenda y también se esfuerce en entender la noticia sin nombres ni detalles que desinforman. Ya todos saben a qué víctimas me refiero. Ese esfuerzo no se lo tomó, por ejemplo, el pontificador Gelblung. Digo: acaso cuando acusó a la víctima por “adolescente” ¿no envió a sus movileros a exponer adolescentes, cuya exposición está prohibida por la ley? ¿Qué clase de moral es ésa que señala con un dedo que previamente se metió en la nariz? ¿Cómo hubiera hecho ese programa pontificador sin esas imágenes prohibidas?
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