SOCIEDAD › OPINION
› Por Washington Uranga
Era esperable que la agenda de temas planteados en el sínodo extraordinario de los obispos católicos sobre la familia abriera un debate en la Iglesia y también fuera de ella. En el seno del Episcopado la cuestión se transforma en discusión doctrinal, normativa, pastoral y política, con lógicas consecuencias sobre el poder institucional. Y, por lo tanto, no era difícil estimar que aparecerían las resistencias. Bergoglio, astuto y hábil político y conocedor de las cuestiones institucionales, decidió adelantar los tiempos y convocó a una sesión extraordinaria para “calentar motores” y habilitar las discusiones antes del momento de toma de decisiones (la asamblea ordinaria de octubre de 2015) que ya estaba convocada con anterioridad a su llegada a San Pedro.
Para hacerlo eligió el camino de la participación y la transparencia de todas las discusiones. Antes de las sesiones romanas abrió una amplia consulta sin ningún tipo de restricciones. Y como era de esperar, allí quedaron expuestas todas las situaciones que vive la familia actual en el mundo, desde los problemas de las migraciones en Africa, la pobreza en todos lados, pero también los divorcios, las uniones libres y de personas del mismo sexo y todos los conflictos que ello conlleva para la doctrina católica. Francisco dio instrucciones para que todo, sin excepción, se incluya en el documento de trabajo que los padres sinodales recibieron como base para sus discusiones durante dos semanas en Roma. En su primera intervención, el Papa habilitó todos los temas. Le pidió a los sinodales y los alentó para que hablaran sin temor y sin dejar de lado ninguna cuestión.
Francisco no desconoce las diferencias que existen sobre estas cuestiones en el seno de la Iglesia. Tampoco minimiza la resistencia que sus actitudes generan entre los más conservadores. Sin ser un progresista se ha fijado como meta acercar la Iglesia a la realidad contemporánea y a la vida cotidiana de las personas y de sus fieles en particular. Sabe que para hacerlo tiene que cambiar la actitud fundamentalista que la Iglesia ha mantenido hasta el momento. Tiene en claro también que –en todos los frentes– debe dar pasos ahora, mientras su poder y su prestigio se mantienen intactos. El ejercicio del gobierno de la Iglesia lo irá desgastando inevitablemente.
Una parte de la estrategia es también sacar la discusión de las cuatro paredes del Vaticano. Llamó a expertos, sumó laicos y laicas al aula, pero sobre todo decidió que no hay secretos en las discusiones. Todo se publica y se informa, incluso el resultado de las votaciones. Está claro que esto molesta a los conservadores tanto como el mismo debate doctrinal. Así lo hicieron saber tras la difusión del borrador del informe de la primera semana. “Tal como está escrito el documento –presentado por el cardenal Erdo– da a entender que hay acuerdo sobre cosas en las que en realidad no hay acuerdo”, dijo el cardenal sudafricano Wilfrid Fox Napier y su colega italiano Fernando Filoni agregó que aquel borrador “no refleja la riqueza del debate” y “genera expectativas excesivas”. Fue el contraataque de los sectores más ortodoxos después de la primera semana tratando de poner límite a los avances. En las comisiones de trabajo que se reunieron en la segunda semana, los conservadores lograron filtrar su descontento respecto de la publicidad que se estaba dando a los intercambios.
Bergoglio no se inmutó. Siguió alentando el debate, insistiendo también en el respeto a la diferencia. En el aula otro conservador, el italiano Camilo Ruini, pidió ser “muy prudentes en el cambio con respecto al matrimonio y la familia”. El cardenal George Pell le dijo a The Tablet (15/10/14) que “en busca de la misericordia, alguien quiere impulsar la enseñanza católica sobre el matrimonio, el divorcio, las uniones civiles y la homosexualidad en dirección a una liberalización radical, como lo vemos en otras tradiciones cristianas”.
Desde otro lugar, una de las “espadas” de Bergoglio, el cardenal alemán Walter Kasper repitió lo que Francisco viene sosteniendo: “La enseñanza no cambia, pero se puede hacer más profunda, puede ser diferente. Hay crecimiento en la comprensión del Evangelio y en el desarrollo de la doctrina”.
Las discusiones en las comisiones fueron ásperas. Por ese motivo los relatores decidieron no hacer públicos registros de las mismas. El Papa concedió ese punto. Finalmente la gran mayoría de los puntos (59 sobre 62) del documento que recoge los debates (Relatio synodi) tuvo un amplio respaldo. Podrá decirse que las cuestiones más conflictivas (homosexualidad, uniones civiles, sacramento para los divorciados) no lograron los dos tercios. Pero no menos importante es que aún estos puntos tuvieron el voto mayoritario de los participantes. Una realidad impensable hace poco tiempo. Frente a esto Francisco dijo “tenemos tiempo”, planteó seguir con la discusión y se propuso él mismo como garante de la unidad de la Iglesia.
Si el propósito del Papa era instalar los temas en la agenda, abrir el debate y generar las condiciones para que comiencen a producirse cambios en la Iglesia nadie podría decir que el objetivo no está logrado. Bergoglio sabe que el camino es largo y que no está exento de dificultades, pero como un hábil estratega mueve las piezas en un tablero que conoce bien.
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