SOCIEDAD › OPINION
› Por Estela Díaz *
Conocimos a Verónica y a Vicenta en la televisión –hermana y madre de la joven con discapacidad embarazada por violación, a quien llamaremos Laura–, cuando denunciaban que estaban siendo avasalladas por un Estado que las violentaba, las desoía y que no respetaba sus derechos, sus deseos, su voluntad. Laura había sido violada en el círculo familiar, y ahora, ella y ellas eran violentadas por el Poder Judicial, por el sistema de salud, por cada una y cada uno de los que no las escucharon en su derecho a no proyectar hacia las generaciones futuras el sino trágico de la violación. Verónica, crispada, encendida, furiosa; decidida a cortar la historia familiar surcada por las injusticias sociales. Vicenta, con el rostro cruzado por el dolor por su hija menor, pero también por un dolor eterno, histórico. Un dolor que le resultaba familiar. Así como el que tuvo que padecer por abandonos de infancia, abusos y violencias de pareja, malos tratos obstétricos pariendo a Laura en un pasillo de hospital, y tantos otros más. “¿Cuántos más?”, nos preguntó cuando la conocimos. Allí surgió un lazo entrañable, el construido por un grupo de mujeres solidarias, que nos comprometimos a decir que ya no, que esta vez juntas íbamos a poder decir basta, en esta historia personal, pero inscripta en tantas otras historias similares. La reparación empezó en secreto. A pesar de contar no sólo con la legítima decisión de abortar el producto de la violación, sino también con la antiquísima legalidad, que se negó con obstinación, incluso luego del fallo a favor del más alto tribunal de Justicia de la provincia de Buenos Aires, igual tuvo que ser en la clandestinidad. Similar a la que somos sometidas cotidianamente las mujeres frente a las legítimas decisiones en la construcción de nuestros futuros. A pesar de los presagios, fue un día muy soleado, inolvidable. Vicenta miró el sol, besó la medalla de la Virgen de Luján, que siempre la acompaña en el cuello. Todo va a estar bien, tranquilas, Dios es justo, está con nosotras. Lo dijo con la fe y la convicción de la nueva etapa que empezaba en sus vidas. En ese recorrido hoy damos un paso más. Como escribió Galeano: las nadies, las ningunas, las ninguneadas, las hijas de nadie, las dueñas de nada sueñan. Y ese sueño se hace realidad. Son reconocidas por el Estado, el mismo que las maltrató, les pide perdón, les dice que tenían razón, que nunca debían haberlas tratado de ese modo. Que eso que hicieron es discriminación, violencia y sobre todo es profundamente injusto. Que no lo van a volver a hacer, que se comprometen a no volver a repetirlo. Saben, sabemos que no es fácil cumplir el compromiso. Sin embargo, ellas apostaron por su dignidad y la de todas. Por eso siguieron la pelea hasta el final y por eso hoy son parte de las voces que piden no más violencia hacia las mujeres, no más aborto clandestino. Vicenta sonríe, Verónica también, nos abrazamos. Las pinturas de Laura nos recibirán en el acto público que los organismos de derechos humanos del Estado nacional y provincial hacen hoy para resarcir a la familia y como compromiso con el nunca más.
* Secretaria de Género de la CTA de los Trabajadores.
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