SOCIEDAD › UN GRUPO DE MUSICOS ARGENTINOS EN UNA MISA OFICIADA POR EL PAPA, CON AIRE LATINOAMERICANO
Con dirección de Facundo Ramírez y la voz de Patricia Sosa, la Misa Criolla fue banda de sonido ideal para la celebración de la Virgen de Guadalupe. Acorde con la ocasión, Francisco pronunció una homilía de fuerte contenido latinoamericanista.
› Por Eduardo Fabregat
Desde Roma
Lo más difícil es resistir la tentación de largarse al aplauso: antes de comenzar un sacerdote pidió a la multitud que, para no romper el clima de recogimiento necesario en una misa, se abstuviera de aplaudir. Y entonces, cuando el grupo comandado por Facundo Ramírez liquida una versión estremecedora de “Sanctus”, y se produce un silencio y el papa Francisco continúa con la plegaria eucarística, da la impresión de que falta un justo premio para ese ensamble argentino que está haciendo historia en la Basílica de San Pedro. Convenciones, al cabo: más tarde, cuando todo ha terminado, los músicos tienen los ojos brillantes y una sonrisa plantada en el rostro, y no sienten que haya faltado nada.
Lo de “haciendo historia” no es exageración: la Misa Criolla de Ariel Ramírez resuena en el templo mayor del credo católico, y pueden escucharse el sikus, el erke, charango y bombo, y la voz de Patricia Sosa se respalda en un coro –los jóvenes romanos Musica Nuova– que agrega magia y dramatismo. A 50 años de su grabación, la obra que funde liturgia y folklore es la banda de sonido de un hecho que trasciende lo meramente artístico: es, también, un gesto político. Porque el pontífice argentino pronuncia además una homilía de fuerte contenido latinoamericanista: la Solemnidad de la Virgen de Guadalupe, patrona del continente, da pie a un discurso en el que Francisco habla de “un encuentro de naciones de nuestra Papatria Grande, la Patria Grande latinoamericana”. El neologismo, que para algunos pasa inadvertido, es la primera señal de una misa en la que el ocupante del trono de San Pedro sintoniza con los vientos políticos del continente. “Hoy nos sentimos movidos a pedir una gracia, la gracia tan cristiana de que el futuro de América latina sea forjado por los pobres y los que sufren, por los humildes, por los que tienen hambre de sed y justicia, por los compasivos, por los de corazón limpio, por los que trabajan por la paz, por los perseguidos (...) Sea la gracia de ser forjado por ellos a los cuales hoy día el sistema idolátrico de la cultura del descarte los relega a la categoría de objetos de aprovechamiento, o simplemente desperdicio. Hacemos esta petición porque América latina es el continente de la esperanza, porque de ella se esperan nuevos modelos de desarrollo que conjuguen tradición cristiana y progreso civil, justicia y equidad con reconciliación, desarrollo científico y tecnológico con sabiduría humana, sufrimiento fecundo con alegría esperanzadora.”
Más allá del ruido que genera la palabra “reconciliación” cuando de la lucha por los derechos humanos se trata, lo cierto es que el discurso papal hincha el pecho de los embajadores presentes y parece redoblar las energías de los músicos que representan la obra. Ramírez, Sosa, el aerofonista jujeño Tukuta Gordillo, el charanguista Rodolfo Ruiz, el guitarrista Fabián Leandro, el bajista Lucas Rosenwasser, el percusionista Ulises Lezcano y el cantante Claudio Sosa (que se encargó de dos piezas de Navidad nuestra) disuelven los nervios previos en cuanto Francisco abre la misa y suenan “Kyrie” y “Gloria”: en el monumental contexto de la Basílica repleta, esas canciones completan su peso simbólico. “La verdad es que después de las dudas previas de cómo manejaríamos la emoción, lo viví con una enorme tranquilidad”, le dice después Ramírez a Página/12. “Disfruté todo, hacer música y contemplar el Vaticano, quedarme con imágenes que me quedaron grabadas a fuego, disfrutar hasta los silencios. Es pura felicidad, la misión está cumplida, es como un círculo cerrado con la obra de mi padre. Y también me encantó la misa, me pareció importante lo que dijo Francisco, porque una cosa es que yo hable en una conferencia de prensa de la Patria Grande y otra es que lo diga él, en ese contexto.”
A Patricia Sosa le costó un poco más. Recién salida de la catedral, en el salón donde el Vaticano agasaja a la delegación argentina y a varios funcionarios internacionales y sacerdotes de alto rango, la cantante sigue con los ojos humedecidos. “No pensé que iba a estar tan nerviosa, tan emocionada... estoy acostumbrada a respirar hondo, salir y cantar, es mi terreno. Pero se me secaba la boca, creo que no se me secaba la boca desde BA Rock 82”, se sonríe. “Después me tranquilicé y el final fue tremendo, el Papa bajó y nos saludó, nos agradeció y nos bendijo y por poco me caigo desplomada. Me voy a acordar de esto el resto de mi vida. Por momentos cerraba los ojos y después los abría porque quería llevarme esas imágenes, quedármelas para siempre.”
A pesar de los neologismos franciscanos y la presencia argentina (en la Piazza San Pietro, donde había una larguísima fila esperando entrar, el conocido acento aparecía a diestra y siniestra), el ceremonial vaticano no va a torcerse así como así. Los acomodadores de frac y medallas al pecho le indican a una señora que guarde la bandera celeste y blanca que tiene sobre su falda. De hecho, en el piano de Ramírez también había una en la prueba de sonido, pero ya no está; la whipala que colgó Tukuta, en cambio, sigue en su lugar. A pesar de las credenciales con foto, hay algunas deliberaciones sobre dónde puede sentarse la prensa y un par de cambios de asiento. Una mujer que intenta aproximarse a las primeras filas cuando –sobre el final de la misa– va a acercarse el Papa a dar la bendición, es frenada ipso facto por un muchacho de seguridad al que mejor no contradecir. Nada pasa a mayores: después de todo, bajo el monumental baldaquino de Bernini se apela permanentemente a la paz. Y los guardias suizos son simpáticos y posan para las fotos, aunque tampoco es cuestión de andar buscándoles el costado más vigilante.
Tras la comunión, el grupo cierra con el aire pampeano del “Agnus Dei”, y una especie de electricidad queda colgando en el aire: aun para alguien no especialmente religioso, ese cierre de la Misa Criolla eriza la piel. Tras las últimas oraciones y luego de que se retira el Papa, alrededor del altar mayor se dan escenas curiosas, aunque comprensibles. Los sacerdotes y las monjas presentes se lanzan a un frenesí de selfies y fotos grupales que recuerdan que serán servidores de Dios, pero al cabo también hombres y mujeres en una circunstancia inolvidable, y que también quieren atesorar el recuerdo de haber estado tan cerca del Papa latinoamericano y mostrarlo a familiares y amigos. De a poco, el personal de seguridad los va arriando hacia una piazza donde el frío aprieta pero no ahorca.
Teresa Parodi, ministra de Cultura de la Nación, también luce emocionada. No puede quedarse al agasajo vaticano: en un par de horas aborda el avión que la depositará en los festejos de hoy en la Plaza de Mayo. “Es indudable que vivimos un momento de altísima emoción”, dice. “Escuchar la música argentina con raíz latinoamericana acompañando la liturgia en la Basílica de San Pedro fue conmocionante. En este ámbito extraordinario, imponente, la magnífica belleza de la Misa Criolla de Ariel Ramírez resonó como nunca. Estos músicos nos conmovieron a todos, crearon un clima perfecto para cada momento de la misa”. La funcionaria recuerda que todo nació de un pedido de Francisco a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que le encomendó el trabajo a la flamante cartera: “No quiero dejar de mencionar la pasión que puso el equipo de producción del Ministerio de Cultura, y la embajada argentina ante el Vaticano que acompañó y apoyó en todo a la organización hicieron que todo resultara impecable. Si se suma la misa oficiada por el papa Francisco, las banderas de todos los países latinoamericanos flameando en la ceremonia... regresamos con la certeza de que éste ha sido un suceso inolvidable para todos los argentinos”.
Precisamente, en el salón también está el flamante embajador argentino ante el Vaticano, Eduardo Valdés, que habla con conocimiento de causa cuando dice que “uno se crió escuchando a Ariel Ramírez, a Zamba Quipildor... podría mencionar todas las formaciones que hicieron la Misa Criolla. Y hoy ver a Facundo, a Patricia, a Tukuta acá en la Basílica, y estar de embajador en este momento es una gran alegria, una gran satisfacción. Esperemos poder multiplicar el año que viene más fiestas latinoamericanas acá en el Vaticano, pero no por el egocentrismo de lo latinoamericano, sino porque el pensamiento unasuriano esté ganando el debate global. Ojalá sirva para eso, porque acompañaría lo que plantea públicamente Francisco”. Ante los rumores que hablan de un cambio en la agenda del Papa y una posible visita el año próximo, el embajador se muestra cauto. “Hoy por hoy eso está cerrado, es un lindo desafío el que se plantea pero en este momento está cerrado el 2015 e incluso 2016, según dicen. Pero es mejor empezar menos diez, a ver si terminamos aunque sea 0 a 0.”
Mezclados entre vestiduras eclesiásticas y trajes protocolares, los que lucen más distendidos son los músicos: Tukuta, que luce el orgullo “de traer aquí nuestras músicas, de ser un hombre de Jujuy recreando nuestro sonido en el Vaticano”; Sosa, que se reconoce como un artista de la renovación del folklore, pero que supo redescubrir el encanto clásico de la obra de Ariel a partir de su trabajo con Facundo; Ruiz, Rosenwasser, Leandro y Lezcano, que se saben parte de un concierto histórico pero lucen tan tranquilos como si hubieran tocado en una peña. La Basílica ya está a oscuras, por la Plaza San Pedro sólo se ve a los últimos rezagados que se apuran por el empedrado, con la música a otra parte. Los argentinos no pueden evitar la sonrisa: un día de diciembre, la Santa Sede fue más criolla que nunca.
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