El alerta por una fuga de gas próximo a estallar fue el dramático despertar de muchas madres convalecientes que trataron de huir desesperadas con sus bebés antes de que se derrumbara el techo encima de sus cabezas. “Fue muy rápido. Estaba en el área de neonatos y nos avisaron que había una fuga, que desalojáramos, pero no quisimos hasta asegurar a los bebés”, narró Ivonne Lugo, enfermera del hospital desde hace 21 años, que atiende sobre todo a madres de bajos recursos.

“Estábamos pensando cómo sacarlos y, enseguida, fue todo: la explosión, el ruido, la oscuridad”, relata Ivonne, antes de confesar con la voz quebrada: “No pudimos sacar a los bebés, no nos dio tiempo”. De repente, ella y dos compañeras quedaron atrapadas entre los escombros que dejó la explosión. Ivonne estuvo ahí más de diez minutos. “Me acuerdo de los llantos de los bebés, de los gritos de mis compañeras”, explica entre lágrimas esta trabajadora de unos 50 años al salir del lugar donde fue atendida por hematomas y contusiones leves.

Un joven de 22 años no lograba creer que su esposa de 20 años y su hijo nacido el miércoles estuvieran bien y sólo debieran someterse ahora a algunas pruebas por el gas inhalado. Cuando ocurrió la explosión, “lo que hizo mi esposa fue abrazar al bebé, voltearse y a ella le cayó el techo encima. No se lastimó, sólo dice que le duele el pecho, pero los doctores dicen que es por lo que inhaló. Un policía la sacó. Mi esposa salió caminando, descalza y dice que muchas mujeres ni llevaban bata, iban así, desnudas”.

“Esto es una ratonera”, denunciaba Agustín Herrera, un anestesista de 66 años, aún vestido con el ambo verde y pantuflas blancas de quirófano frente a las ruinas que quedaron del hospital. “Es un hospital de cartón. Yo insistí desde hace mucho tiempo con que se hicieran salidas de emergencia, pero nunca nadie me hizo caso”, lamentó.