SOCIEDAD
› LA MODA DE IR A BAILAR EN MEDIO DE LA SEMANA A PARTIR DE LAS 7 DE LA TARDE
La matiné de los oficinistas
Un aluvión de varones de riguroso saco y corbata y chicas de trajecito inundan los miércoles –y cada vez más los martes también– una serie de discos top de Buenos Aires: son empleados de la city que buscan una noche de sábado antes del fin de semana, pero no quieren trasnochar. Los secretos de una nueva movida que termina poco después de la medianoche.
› Por Alejandra Dandan
Lo inevitable entre los inevitables es un personaje que pasea por el barrio. Miércoles a la tarde, San Telmo, puerta de lo que antiguamente fue un viejo galpón sobre la calle Perú al 500. De un lado de la calle ahora se apelmaza una barra de patovicas de esos con facciones moderadas, buen traje y exceso de buena presencia. Del otro, están ellas, las ladies de más de treinta, con vestiditos sastre, atuendo de bancarias, profesionales del marketing o clones semejantes. Con ellas, infaltables, están ellos: de riguroso saco y corbata, pantalón y zapatos lustrados. “Pero decime –dice el personaje que pasa de casualidad y todavía está poco entrenado en estas nuevas obsesiones citadinas–, decime la verdad –amenaza– ¿esto no se parece a un casamiento?”.
No. No es un casamiento. A las siete de la tarde la furiosa matiné de los grandes recién comienza. “After office”, las llaman algunos, aquellos maniáticos del nombre, de la marca, de crear nuevas tendencias que alteren la adormilada vida de la ciudad. Rápidamente, los after office son eso: una prolongación del día de trabajo, pero en otro escenario, en una disco. En días de semana las tribus de oficinistas, empleados de las multinacionales, extranjeros de paso o los ya clásicos yuppies porteños han encontrado un sitio donde juntarse para comer, tomar y bailar, todo en un combo que incluye un horario práctico, funcional y efectivo: de siete a dos de la mañana.
–Viste, gorda, yo te dije: hay que llamar con un día de anticipación.
La gorda no es tan gorda, pero eso no importa. Está sentada en este momento frente a una mesa con otras cuatro mujeres dentro del galpón de San Telmo. A esa hora, un miércoles a las siete de la tarde, Milly Ajeda espera sobre su mesa una copa de champaña, un speedy energizante o un trago de cerveza, alguno de los tres tipos de tragos que corren con más rating en este gran galpón donde, de pronto, las luces y los vestidos cortos o los trajes lustrados van provocando cierta sensación de medianoche.
Al lado de Milly, sus amigas siguen hablando. Entre ellas hay dos de acá y dos de Brasil, tres estudian Medicina. “¿Te explico? –se apura Milly– Esto es como Aca-Bar, pero para grandes y en San Telmo”. Aca-Bar es uno de los bares de Palermo Hollywood con más gente, pero menos concurrido por los de más de treinta. Ellas no conocen las reglas formales del lugar pero de algún modo las intuyen: “Acá –dice Milly–, está la gente que me gusta”, explica. “Mirá: yo tengo 34, acá hay gente joven pero grande, flacos de 30 para arriba ¿entendés?, los chicos están retrajeados, las minas vienen tranqui. Si vos pegás una ojeada lo vas a notar”.
Una ojeada. La recomendación de Milly no viene mal. Frente a ella se extiende en línea recta el gran salón de Museum, este galpón teatro transformado en disco diurna o matiné de día de semana desde el mes de marzo. Mesas bajas en el centro, velas e iluminación al estilo de los bares de Palermo, dos o tres barras hacia los costados, juegos de copas y tragos de colores que enloquecen a la barra de amigos de Ariel Marco Vecchio “con doble c”, dice Ariel que ahora mismo asegura que es necesario que su nombre aparezca mencionado para que su novia le crea que efectivamente estuvo ahí, a las siete de la tarde, con sus amigos. Efectivamente fue así.
–Sí, estoy acá –dice Marco Vecchio, con doble c– y me tengo que levantar a las 3.05 de la mañana, ponelo así, ¿lo vas a poner?
Se levanta de madrugada, es empleado de Aeropuertos Argentina 2000, trabaja en Ezeiza, eso mismo disparó en la entrada de la disco matiné:
–Les dije donde trabajaba –dice.
–¿Por qué?
–Viste cómo es, cuando chapeas las cosas son distintas: te atienden bien.
De la crisis a los after
El calendario de los egresados de la Universidad de Palermo es otra ayuda inevitable para los no-iniciados. Allí, en la web, los muchachos han dejado a disposición de los curiosos su programa de actividades 2003. Miércoles 22 de octubre, dice, “Seminario sobre las 12 tendencias para la gestión del Capital Humano en el 2012”. Antes de citar el nombre de uno de los adelantados prohombres que tendrá a cargo este trabajoso encuentro, ellos instalan –siempre en el calendario– la palabra clave: “After office”, ponen y esta vez no hablan de ningún seminario ni de políticas de gestión o racionalización del tiempo libre. Simplemente lo promueven: fecha, miércoles 15 de octubre; hora, 19; lugar, “a confirmar restaurante”.
¿Qué es el after office? Para los egresados de la UP es básicamente el momento de una cena. Para los especialistas en turismo es, en cambio, una de las alternativas anglosajonas que crece en Buenos Aires para captar visitantes extranjeros poco entusiastas con el nostálgico tango porteño. Para los que esperan durante horas en la puerta de Museum es otra cosa: un nuevo modo de concebir la semana, las salidas, las segmentación de los grupos de amigos durante un tiempo de desquite ajustado, limitado y controlado por el espacio, el contexto, los horarios y la gente.
El antecedente más remoto y reconocido de este tipo de noches se ubica hace cuatro años. Lleva el nombre de una mujer: Marie Roberts. Ella ahora es una marca, aunque ni siquiera se le ocurre presentarse así. “Empecé con esto –dice– para obligarme a salir, para juntarme con mis amigos”. Una vez por semana, Marie citaba a sus amigos en bares distintos, primero eran dos, después cuatro, después los amigos llevaban a otros amigos hasta que notaron que eran demasiados: alguna vez los encuentros de Marie Roberts tuvieron más de 2400 personas. “En marzo del año 2002 –dice ella–, en medio de la crisis, después del corralito, me di cuenta de que éramos más los que necesitábamos desenchufarnos después del trabajo”. De eso hizo su trabajo. Armó un listado de correos electrónicos, organizó su rutina, achicó sus horarios diurnos y se dedicó a la organización de encuentros semanales poslaborales. La dinámica se preparó con la misma lógica de Museum: cena, juegos, encuentro de amigos y dancing a la vez.
En ese contexto cambió ella y cambió el entorno. “Yo no soy de la noche –se ataja ahora–, trabajo desde los 18 años, me encanta hacer deportes, mis padres me educaron así, soy profesora de inglés pero hace dos años, con todo esto estudié organización de eventos en la Universidad de Palermo”.
Las fiestas de Marie eran fiestas nómades o itinerantes, así las fueron nombrando con el correr del tiempo. Uno o dos días antes de la gran reunión, los invitados recibían un e-mail con las indicaciones de día, hora y lugar. La lógica de lo itinerante como modelo respondía a varias cuestiones: seguridad, sorpresa y la necesidad, dice ella, “de no posicionar ningún bar en especial para esos encuentros hasta no tener el mío alguna vez”.
Entre sus colegas nadie lo duda. Aunque sus fiestas se han multiplicado, Marie aparece ahora como un referente urbano del género. José Luis Minich conoce algo de sus andanzas y de esos comienzos. Es el dueño de www.badenoche.com, uno de los portales que, a modo de pequeño Larousse ilustrado, compendia la tipología de la noche porteña: “Marie Roberts –dice él– arrancó con los after office: primero los hacía los martes, con fiestas más o menos itinerantes, en Big One, en el Caix, movía gente, todo un circuito de 30 años para arriba”. Al cabo de andar, sigue José Luis, la idea funcionó, los jóvenes, posjóvenes y veteranos comenzaron a moverse un poco solos y en noviembre del año pasado, las fiestas de Marie fueron trasladadas a una disco de Punta Carrasco donde funcionaba el Cielo.
Las marcas de los “after”
Por algún motivo todo el mundo sabe que el sitio existe. Algunos lo conocen, otros llegan como habitués de las matinés de grandes: han pasado por Mint, algo así como el primer antecedente institucionalizado de este tipo de after. Otros conocen Opera Bay, una de las disco diurnas más nuevas ubicadas sobre Puerto Madero y abierta desde septiembre bajo el formato del office. Estos tres espacios junto a Retro, uno más pequeño abierto en Flores, reúnen cada miércoles a unos cinco mil (¡5000!) pos-
adolescentes de entre 25 a 35 años que peregrinan desde las siete de la tarde buscando una noche de sábado, pero acotada y ajustada en medio de la semana.
Ocasionalmente y sólo ocasionalmente, sobre este flujo de ofertas aparece una opción en el puerto: el barco “Galileo”. Desde septiembre ha quedado instalado como alternativa para las oficinas del microcentro: damas, 18 pesos; caballeros 18 pesos, dice la invitación. La propuesta del “Galileo” replica la noche y las fiestas de los after. Vestimenta, dice la promoción, “estricto elegante”. Edad: mayores de 21. Estos son los códigos, el secreto guardado entre los que desde hace un año y medio se encargan de consolidar los engranajes de este hábitat urbano.
–Cuando alguien cumple años en un día un poco incómodo se vienen acá, ¡y listo! –dicen de pronto en otra de las mesas de Museum.
De eso se trata esta visita a la disco para Gimena Gómez Cao. Tiene 26 y está esperando a una de sus amigas para algún festejo. En su mesa, mesa ratona, con unas copas, poca luz, está Luciana Ramer, de 26, y Cristian Canosa, de 27, rubión, despachante de aduanas, cara tostada, camisa blanca pura, saco, pantalón y zapatos:
–¿Zapatos? –lo interrumpe esta cronista.
–Sip –dice Cristian con cara de nada, aunque sus salidas normales, aclara, no tienen nada que ver con esto: “Jean y zapatillas habitualmente pero ahora ya está, estoy acostumbrado”.
Los mozos del lugar están concentrados en una sola región de la sala: en uno de los extremos. Allí las mesas no son bajas sino altas, con manteles flanqueados por los que llegan con reservas para la cena. “Mañana mismo –dice ahora uno de los dueños del lugar– se nos terminan las reservas para la semana que viene”. Las cenas se han trasformado de algún modo en uno de los códigos del género. Museum, por ejemplo, recibe las reservas con dos y tres semanas de anticipación. La gente llega, come, toma y a eso de las once deja todo para el dancing. Es así, como en una película tomada en cámara rápida: se abre la pista, las luces y la música van pasando desde los tonos más calmos hasta recalar en un acelerado pop de los ‘80. Todo hasta las dos de la mañana, insisten por acá, a las dos se cierra.
–¿A qué hora me levanto?, pregunta otra vez Gimena, mesa de cuatro, compañera de trabajo de Cristian Canosa en una consultora–. A las 7 y media. ¿Si me la banco?, mañana te digo.
Por atrás de los despachantes de aduanas, de pronto se levanta Ana Luz Schettini. En una tarjeta personal tiene escrito: Museum After Office Corporate. Es una de las relacionistas públicas del lugar. “Esto funciona bien –explica seriamente mientras alrededor sigue la música–, trabajamos con los públicos de las oficinas del centro, las telefónicas que tienen más gente, gente joven, profesionales, con los profesionales de los bancos”.
–Todo el mundo viene de traje, ¿por qué? –indaga este diario.
–No sé... –piensa Ana Luz– Como todo el mundo trabaja de traje, todo el mundo viene de traje. El traje, como el horario, es otra de las marcas del género. En eso mismo están pensado Laura Barsoni, de 33, Fabiana González, de 32 y la otra Fabiana, todas maestras que no han salido recién del trabajo pero han salido recién a conocer la noche del after office:
–De eso hablábamos ahora mismo –dice Laura, la única soltera del trío y la más entrenada en salidas alternativas, dicen sus amigas–. Acá lo que no podés creer es esto: todos los hombres de traje, de más de treinta... No está lleno de pibes.
Enseguida, mientras sus amigas siguen abstraídas en un sesudo análisis de campo, Laura dispara lo que acaba de darse cuenta: “Eso sí, que hay que tener cuidado hay que tener cuidado: para las solteras esto es un arma de doble filo –explica–: es típico en estos lugares que los tipos se saquen los anillos”.
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