SOCIEDAD
Cumbre de la Iglesia anglicana para discutir sobre la homosexualidad
Por primera vez, las jerarquías de una iglesia se reúnen en pleno para debatir sobre los gays. La confrontación entre los obispos conservadores y los liberales amenaza con un cisma.
Por Walter Oppenheimer *
Desde Londres
La Iglesia Anglicana celebra ayer y hoy una cumbre de urgencia para discutir el socavón que separa a conservadores y liberales por el nombramiento de obispos gays. Los conservadores, encabezados por el primado de Nigeria, Peter Akinola, enarbolan sin aspavientos la bandera del cisma. Quienes creen que la Iglesia debe acomodarse a los tiempos, como Njongonkulu Ndungane, primado de Sudáfrica, defienden el derecho de cada Iglesia a tomar sus propias decisiones. “Dios nos enseñó a amar a todos”, dice. Incluso a los homosexuales.
Entre ambos se encuentra el líder espiritual anglicano, el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, atrapado entre su talante progresista y el pragmatismo que lo obliga a velar por la unidad anglicana y la prioridad de evitar un cisma que dejaría en un lado a las ricas pero declinantes iglesias europeas y norteamericanas y en el otro a las pobres pero emergentes comunidades de Africa y América latina.
El fantasma del cisma empezó a tomar forma tras la decisión de la diócesis de New Westminster (Canadá) de santificar los matrimonios homosexuales y, sobre todo, con la elección de un obispo abiertamente homosexual, Gene Robinson, en New Hampshire (Estados Unidos). Rowan Williams evitó un tercer conflicto al pedir a su amigo y homosexual, Jeffrey John, que renunciara al cargo de obispo de Reading para el que había sido nombrado.
La cúpula anglicana no tenía previsto informar de sus deliberaciones hasta hoy, cuando está previsto que acabe la cumbre de urgencia, aunque los participantes subrayaron el interés de todos los asistentes de mantener la unidad de la Iglesia.
Sin embargo, las posiciones parecen irreconciliables. Para los más conservadoras lo que está en discusión “no es una cuestión de ética sexual, sino la autoridad de la Biblia y la manera en que Dios está al cargo de su Iglesia”, en palabras del arzobispo de Sydney, Peter Jensen. Jensen, que no asiste al cónclave porque no es primado de la Iglesia australiana, es uno de los líderes evangélicos –un sector que combate ferozmente a los homosexuales– y, contra el criterio de su propio primado, Peter Carnley, lleva meses viajando por todo el mundo para fraguar una alianza antihomosexual y forzar a la Iglesia de Estados Unidos a dar marcha atrás en el nombramiento del obispo Robinson o lograr su expulsión. Pero los renovadores aseguran que la jerarquía anglicana no tiene poderes frente a las decisiones autónomas de cada Iglesia y que hay que adaptarse a los tiempos.
Si hace años, en la polémica que enfrentó a la tradición y la renovación sobre la ordenación de mujeres, los primeros pensaban que los segundos estaban equivocados, ahora creen que además de equivocados, están en pecado al ir contra las Sagradas Escrituras.
Los movimientos homosexuales, sin embargo, creen que el problema no son las escrituras, sino la homofobia. A fin de cuentas, la Biblia aprueba costumbres antaño quizá comprensibles pero ahora condenadas y prohibidas, como tener esclavos (Levítico, 25:44), vender a la propia hermana (Exodo, 21:17) o quemar vivos a los culpables de incesto (Levítico, 20:14). Tan arcaicas como prohibir que alguien se acerque al altar si tiene un defecto en la vista (Levítico, 21:20) o tan extravagantes como castigar a quienes se arreglen el pelo (Levítico, 19:27) o toquen la piel de un cerdo muerto (Levítico, 11:6-8), lo que podría acabar con la industria del jamón.
“Estamos ante una nueva era de persecución”, denuncia Richard Kirker, un activista de los derechos de los cristianos homosexuales que compara los hornos de Hitler con una Iglesia que “durante siglos ha apoyado y planeadola masacre de homosexuales, judíos y cualquiera diferente o con pensamientos nuevos”.
* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.