Mar 31.03.2015

SOCIEDAD  › DIáLOGO CON RAFAEL BLANCO, AUTOR DE UNIVERSIDAD íNTIMA Y SEXUALIDADES PúBLICAS

La administración académica de la sexualidad

Blanco, investigador de la UBA, observa que en la universidad pública persisten regulaciones que marginan la diversidad sexual. Analiza estereotipos y la incidencia de los saberes que se enseñan en diferentes facultades. Los baños, las fiestas y las agrupaciones.

“Un terreno es el de la ley, donde habría cierta igualdad, y otro terreno es el de la norma, donde hay desigualdades que prevalecen y se fortalecen”, señala el investigador del Instituto Gino Germani (UBA) Rafael Blanco, para explicar por qué en un ámbito como la universidad pública persisten las regulaciones que llaman a discreción a las identidades sexuales diversas y determinan qué es lo que puede ser exhibido y lo que debe ser ocultado o recluido a espacios de sociabilidad marginales. A partir de un trabajo de campo en las facultades de Psicología y de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, Blanco dio forma al libro Universidad íntima y sexualidades públicas. La gestión de la identidad en la experiencia estudiantil (Miño y Dávila), donde observa el desembarco de los mundos íntimos de los estudiantes en la vida universitaria. Si bien rescata ciertos “núcleos dinámicos” que impulsan la transformación al interior de la institución, considera que la universidad pública se encuentra rezagada respecto de algunos debates activos en la sociedad y que el modo en que son apropiadas las agendas de género por parte de las agrupaciones estudiantiles –donde “género” es homologado a “mujer”, por ejemplo– redundan muchas veces en “un gesto conservador”.

–En su libro se propuso indagar la relación problemática entre aquello aparentemente del orden de la intimidad (la sexualidad, el género) y una institución pública (la universidad). ¿Cuál fue la riqueza que encontró en este cruce?

–En los últimos 10 años cambiaron muchas leyes en torno a la sexualidad en Argentina, desde la unión civil a la identidad de género, y empezó a haber mucho trabajo sobre qué pasaba en la escuela y muy poco relacionado con qué sucedía en la vida cotidiana de la universidad. Así que la primera riqueza que encontré fue una vacancia, es decir, algo que no estaba explorado, como si en la universidad no pasara nada, como si no hubiera formas de regulación del género y la sexualidad y, justamente, lo que yo encontré en la investigación es que también se producen formas de regulación de lo correcto, lo incorrecto, lo esperado, lo posible.

–¿La universidad replica las regulaciones que excluyen, ocultan o llaman a discreción identidades y conductas en la esfera pública?

–Creo que no las replica, sino que las encarna desde otra lógica. Es decir, media el lugar del conocimiento legítimo, que es fuertemente regulador. Pongo un ejemplo: en la Facultad de Psicología, una facultad con un 80 por ciento de mujeres, encuentro un graffiti en el baño que dice “¿Dónde están las lesbianas en esta facultad?” Entonces ahí empecé a explorar qué pasaba con la invisibilidad de las lesbianas en esa facultad. Uno ahí se topa con el discurso normativo de cómo es apropiado el psicoanálisis en la vida cotidiana. Muchas veces, aquello que se aleja de la norma en esa facultad desde la mediación del conocimiento es leído de un modo peyorativo, patológico. Creo que la regulación del género y la sexualidad en la universidad dependen más de las culturas institucionales de cada facultad que de la universidad como un todo.

–¿Tiene consecuencias manifestar en la universidad una identidad que se desmarque de la heterosexualidad hegemónica?

–Sí, pero no es lo mismo ser varón gay, que ser mujer lesbiana, que ser persona trans. Las formas de visibilidad, los grados de aceptación y la forma de legitimidad para encarnar expresiones de género e identidades sexuales no heteronormativas son muy distintas.

–En su libro propone que existe una relación entre el conocimiento impartido en cada facultad y las regulaciones sexogenéricas que alcanzan a los estudiantes. ¿Cómo es esto?

–Pongo un ejemplo: en las entrevistas que hice, todo el mundo refería que el 80 por ciento de los estudiantes de Psicología eran mujeres, que el 20 por ciento eran varones y que, de ese 20 por ciento, al menos el 10 eran homosexuales. Un poco la idea era “todos los varones de Psicología son gays”. Cuando uno entrevista a varones de Psico no todos son gays o no todos se asumen de ese modo, y si lo hacen no necesariamente lo hacen dentro de la facultad, o lo hacen de maneras muy restringidas. La pregunta es un poco: ¿cómo es eso que es tan hablado, pero al mismo tiempo tan poco vivido en el espacio de la institución? Y ahí sí hay una relación con el saber. Hay mucha discusión entre la teoría queer y el psicoanálisis sobre cuál ha sido el impacto que ha tenido en la vida cotidiana las visiones normativas de, por ejemplo, la homosexualidad como perversión, que si bien han sido superadas teóricamente, en la práctica siguen apareciendo en la forma de sentido común. Por otro lado, en Exactas aparece muchas veces la apelación al orden de la naturaleza para explicar lo normal y lo patológico, aunque tampoco es tan habitual. Yo esperaba encontrar en Exactas una facultad hipernormativa o represiva y en Psicología una institución totalmente tolerante, y me encontré lo inverso.

–¿Por qué?

–Porque las culturas institucionales son muy distintas. Exactas queda al lado del río (en Ciudad Universitaria), alejada de la Ciudad, con una carga horaria infernal, y Psicología está ubicada en el medio del Once, con cursadas de tres horas, dos horas. La gente de Exactas se siente parte de la institución, se apropia del espacio y eso lleva a politizar la propia experiencia de género o sexual. Y Psicología es una facultad donde cuesta mucho tener espacios de encuentro, de sociabilidad, encontrarse con los docentes, y esa debilidad institucional también lleva a formas de apropiación mucho más débiles. Entonces, la gente no termina vinculándose fuertemente con la institución y deja aquello que puede ser objeto de algún tipo de conflicto fuera de la experiencia universitaria.

–Atento a la dimensión espacial de las regulaciones sexogenéricas en la universidad prestó atención particularmente a lo que ocurre en los baños y las fiestas. ¿Qué pudo observar?

–En las entrevistas empezaban a aparecer muchos relatos acerca de los baños y una alumna de Psicología me comentó que allí había un montón de invitaciones y propuestas entre mujeres. Eso me dio lugar a preguntarme si eso se traducía luego en formas visibles; si había relaciones entre mujeres en el espacio de la facultad, si se veían del mismo modo en que todo el mundo relata noviazgos heterosexuales. Me comentaban que no, que la visibilidad lésbica sigue siendo un tema al día de hoy, entonces eso me llevó a indagar cómo en los baños podían darse formas de sexualidad que estaban vedadas a la mirada pública. Y en los baños de varones sucede otra cosa; no está vedada la visibilidad gay y los baños funcionan como lugares de accesibilidad, para tener un encuentro sexual o para arreglar una cita. Entonces, en los baños encuentro formas de sociabilidad que están vedadas en el espacio público. No es que no sucede en las facultades, sino que ocurre en espacios restringidos a las miradas.

–¿Y en las fiestas?

–En las fiestas de Psicología vi grandes rituales de construcción de heterosexualidad. En los guiones que orientan, se va a una fiesta universitaria a divertirse, se va a conocer gente, se va a levantar, pero siempre eso mediado por el encuentro heterosexual, que tiene sus propias formas de vestirse, de hablar; también se construye. En las fiestas de Exactas encontré algo distinto, pero por lo mismo. Son fiestas más chicas, de personas de la facultad, donde hay otra idea de comunidad. Entonces eso habilita la posibilidad de lazos que necesariamente están regulados por la normativa heterosexual.

–¿Se puede concluir que las distintas identidades sexuales encuentran diferentes espacios de sociabilidad?

–Sí, pero desiguales. Un poco el libro termina con la idea de identidad pública, que se usa para dar cuenta de cómo algo que era del orden de la intimidad hoy está abierto a la mirada de todos. A mí me interesa esta idea para pensar que hay identidades que pueden ser públicas: la pareja heterosexual –y no toda pareja heterosexual; también la diferencia de edades sigue siendo fuertemente regulada, la relación entre estudiantes y profesores o profesoras–, y hay intimidades privadas: están privadas de la mirada y son corridas a otros espacios. Uno suele pensar la universidad como lugar democrático, pero un terreno es el de la ley, donde habría cierta igualdad, y otro terreno es el de la norma, donde hay desigualdades que prevalecen y que además se fortalecen.

–Usted señala que en cada facultad se puede identificar un arquetipo muy claro del “estudiante típico” señalado por los mismos estudiantes. ¿Qué efectos tiene?

–En todas las entrevistas que hice en Psicología, al describir la vida cotidiana describían a la típica estudiante: “minita”, frágil emocionalmente. Ahora, nadie encarnaba esa minita, nadie decía “yo soy esa minita”. ¿Qué quiere decir “minita” ahí? Está señalando a un tipo de mujer, es un ideal regulatorio. Es decir, es el lugar a no encarnar. Lo mismo con el “varón puto”. Todo el tiempo diciendo que los de Psicología son gays y muy difícilmente alguien dijera “yo soy ese varón gay”. Observé mucha circulación de estereotipo, que de algún modo a lo que viene es a sancionar la manifestación en el espacio público de algunas feminidades y algunas masculinidades, va marcando identidades degradadas de la norma.

–¿Qué lugar ocupan hoy en la universidad pública las políticas de género?

–Las agrupaciones estudiantiles comenzaron a tomar muchos temas que empezaban a estar en la agenda en estos años, como la diversidad sexual o las cuestiones de género. Ahora, género en la retórica de las agrupaciones quiere decir mujer, entonces si bien hay una apropiación de una agenda de derechos en torno al género, esa apropiación es muy selectiva y termina redundando en un gesto conservador, donde se fortalece la idea de género como mujer, cuando en realidad hay debates que hacen estallar al binomio varón/mujer. O aparece una agenda en torno al aborto que nunca termina de interpelar a las propias estudiantes que abortan. Hay cierta escisión entre el discurso universitario de las agrupaciones y la vida universitaria. A veces parece más una agenda externa que una problematización de la propia vida universitaria. A nivel institucional, si bien en los últimos años aparece una preocupación por tomar estos temas desde la universidad, en términos generales uno puede decir que hay cierta inercia, falta un debate en torno a estas cuestiones.

Entrevista: Delfina Torres Cabreros.

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