SOCIEDAD › UN CHICO DE 13 AñOS MURIó ATROPELLADO POR UNA CAMIONETA POLICIAL A LA SALIDA DE UN BOLICHE
Patovicas del boliche Enjoy, en Ituzaingó, corrieron a los adolescentes porque había una supuesta pelea. La policía montó un operativo desmedido, con patrulleros a toda velocidad. El resultado fue la muerte de Diego Aljanati. Una oficial ya fue desafectada.
› Por Carlos Rodríguez
“Yo no quería ser el hermano mayor.” Andrés Aljanati, de 11 años, cronológicamente es el segundo de una escalerita de tres hermanos y uno más que está por venir. Un hecho inexplicable lo ha convertido hoy en el mayor, porque su hermano Diego Nicolás Aljanati, de 13, que además era su ídolo, murió atropellado por un móvil policial a la salida de una matinée bailable para adolescentes. El hecho ocurrió el sábado, antes de las once de la noche, cuando al parecer se produjo una pelea sin mayores consecuencias y una corrida “para disuadir” propiciada por los patovicas del boliche Enjoy, en el complejo del Club Leloir, en el partido de Ituzaingó. Diego Aljanati, quien ni siquiera había intervenido en los incidentes, salió corriendo y quedó en medio de un operativo policial desmesurado por lo innecesario. Una camioneta de la Bonaerense, conducida por una policía femenina, le pasó por encima y lo mató.
La conductora del móvil, la oficial Graciela Noemí Basualdo, fue desafectada del servicio y ahora es imputada, en forma provisional, por el delito de “homicidio culposo”. Cristian Aljanati, el padre de Diego, recibe a Página/12 en su casa de Villa Tesei, vestido con una camiseta de Deportivo Morón que era de su hijo. Diego, mediocampista, jugaba en las inferiores de ese club y en dos equipos de barrio, El Porvenir de Castelar y El Libertador de Tesei. Era hincha de Boca y les había prometido a sus padres, y a su abuela, “que nos iba a comprar una casa grande cuando fuera un jugador famoso y seguro que lo iba a ser”, afirma el padre.
El relato de Cristian Aljanati sobre la muerte de Diego –mientras mira a los ojos a Miriam, la madre del chico, que está embarazada– es desgarrador: “Yo lo acompañé hasta Enjoy, a la matinée, que empieza a las siete de la tarde y termina a las once y media de la noche. Como padre joven, le quise dar un poco de felicidad a mi hijo. Lo acompañé, junto con un amigo, y después lo fui a buscar a la salida”.
El rostro de Cristian se sacude y le caen las lágrimas: “No lo encontré en la esquina donde habíamos quedado y de repente veo que cuatro patovicas vienen corriendo y riéndose. Les pregunto qué pasó y me dicen que ‘los pendejos armaron quilombo’. Como nadie me explicaba nada, empiezo a caminar para buscar a mi hijo y a una cuadra del boliche me encuentro con un patrullero, y veo que hay una persona tirada en el piso”.
“Como cualquier chusma me arrimo para ver qué pasaba, y veo que la persona tenía la cabeza para el lado del conductor y los pies hacia el lugar del acompañante. Me acerco más, veo que tiene un agujero en la cabeza, que estaba destrozada, y me doy cuenta que es mi hijo. Esa fue la última visión que tengo de mi hijo con la cabeza destrozada. ¡Nunca pensé que pudiera ser mi hijo!” La voz de Cristian se hace grito y llanto. Se repone en segundos y se dice a sí mismo: “Tengo que ser fuerte, para que se haga justicia, él no se lo merecía”.
Para reponerse, Cristian, que tiene 36 años, muestra fotos de su hijo: “Mirá qué lindo que era”. No parecen padre e hijo, parecen hermanos, por lo parecidos y por la frescura. “Es Diego, Diego, Diego –sigue el relato– y entonces veo a la chica policía y le pregunto qué pasó. ‘No sabemos, lo encontramos así’, es la respuesta que me dan.” Dice que no presenció “por segundos, treinta segundos, cómo atropellaba a mi hijo”. Mientras él gritaba para que llamaran a una ambulancia, siguieron llegando móviles. Llegó a contar cuatro, incluyendo la camioneta con la que atropellaron a Diego. “Yo creo que vinieron para tratar de tapar la cagada que habían hecho”, afirma el padre de Diego.
Una ambulancia privada, luego de más de veinte minutos de espera, trasladó a Diego, y a su padre, hasta el Hospital Posadas. “Ya sabía que mi hijo estaba muerto porque tenía la cabeza destrozada, pero pensé que alguien lo había golpeado, tal vez los patovicas. Tres horas después vino el comisario (de apellido Carrillo, del Comando de Prevención Comunitaria de Ituzaingó) y le dijo a Miriam que no lo habían golpeado, que lo habían atropellado.” La madre de Diego interviene para aclarar: “Me dijeron que tenían el vehículo secuestrado, pero no me dijeron que era un móvil policial, eso lo supimos después”, cuando la Gendarmería se hizo cargo de la intervención en lugar de la Policía Bonaerense.
Cristian Aljanati sostiene que la mujer policía al volante “era una piba chiquitita, seguramente sin experiencia, a la que habían puesto al volante de una Toyota Hilux y es seguro que no puede ver lo que tiene adelante y nos arruinó la vida. El único consuelo que nos queda es que ella no pueda salir nunca más a la calle porque le van a gritar ‘asesina’”.
Fuentes judiciales confirmaron que el patrullero era conducido por la oficial Graciela Noemí Basualdo, acompañada de un policía que ya declaró ante la fiscal de la causa, Natalia Narmona Luppi. El oficial, cuyo nombre no se dio a conocer, confirmó que lo atropellaron con el móvil, durante una corrida generalizada de chicos, la mayoría de los cuales escapaban de la persecución de los cuatro patovicas.
El policía dijo que Diego “tropezó con una piedra y cayó adelante del móvil”. La versión oficial admite que Basualdo “había acelerado, pero no mucho”. En la causa ya se presentaron once testigos y todo parece señalar que, cuando menos, hubo un operativo policial excesivo para un problema menor, que podría haberse solucionado, sin necesidad de semejante despliegue. La información que maneja la familia es que al chico caído “lo aplastaron con las ruedas delanteras y traseras”.
La autopsia fue realizada en la Morgue Judicial de Lomas de Zamora y posiblemente hoy los peritos presentarán un informe preliminar ante la fiscal Narmona Luppi, quien imputó a la oficial Basualdo del delito de “homicidio culposo”, aunque todavía no estableció la fecha para indagarla dado que antes quiere tener los resultados de varios peritajes y la declaración de testigos presenciales. Entre ellos hay amigos de Diego y padres de otros chicos que habían ido a buscarlos.
Las fuentes judiciales aclararon que, al parecer, no hubo testigos presenciales del momento en que Diego fue atropellado, aunque varios chicos y chicas les contaron a sus padres que “varios de ellos eran perseguidos por el móvil policial, que iba a muy alta velocidad”. El padre de Diego asegura que “hay chicos que dicen que el nene iba caminando, que no corría porque no había hecho nada”.
En la casa de la calle Kiernan, a pocas cuadras del lugar donde se supone fue asesinada Candela Rodríguez, la familia de Diego está agrupada, tratando de contenerse mutuamente. Enfrente está el cementerio de Morón, donde Diego fue sepultado. La abuela del chico, María Elisa, que tiene 11 hijos y un batallón de nietos y bisnietos, cuenta que extraña mucho a Diego “porque era muy bueno conmigo, siempre me ayudaba y me hacía masajes en la espalda”. Este recuerdo la hace sonreír por un instante “porque hay que ser fuertes y el sábado vamos a hacer una marcha frente al boliche, para pedir justicia”.
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