SOCIEDAD › VOLCANES, PARA TENERLES RESPETO
› Por Pablo Esteban
Una vez más, un volcán vecino enciende las alarmas de las localidades andinas: las autoridades de San Martín de los Andes, Villa La Angostura y alrededores se arremangan sus camisas y ponen manos a la obra. Están en marcha las medidas preventivas: las clases se suspenden, el aeropuerto decide cerrar sus puertas y cancelar los vuelos previstos, se racionaliza el uso del agua y de los combustibles, y la norma única se obedece sin chistidos: la ciudadanía debe permanecer en los hogares la mayor cantidad de tiempo posible.
El olor a azufre penetra las narices y el polvo se instala de facto sobre los techos de los automóviles. La columna de material piroclástico puede ser divisada y el barbijo se torna un elemento indispensable e impensadamente cotidiano. La historia se repite: en la retina y en el recuerdo de todos los rionegrinos se halla lo ocurrido con el complejo volcánico Puyehue-Cordón de Chile a comienzos de junio de 2011; la erupción volcánica de mayor magnitud que –en los últimos 10 mil años– afectó el área en cuestión.
Hay una premisa que es indiscutible: las erupciones que acontecen en esta parte del globo y en tiempos contemporáneos poco tienen que ver con aquellas famosas y renombradas explosiones históricas. En el año 79, Pompeya –ciudad de la Antigua Roma– quedaba sepultada por la erupción del Vesubio; casi 2 mil años más tarde, a comienzos del siglo XX, en la isla Martinica (propiedad de Francia, pero ubicada en el mar Caribe) casi 30 mil habitantes perdían la vida por la erupción del Monte Peleé. En el ámbito local, en 1931, entró en actividad el volcán Descansado que devastó el sur de Mendoza y gran parte de La Pampa, y arrojó cenizas que viajaron hasta Río de Janeiro.
Los volcanes no son especies en extinción, en efecto, como señalan los especialistas: más vale aprender a convivir con ellos. Se trata de respetarlos, pero sobre todas las cosas de estudiarlos porque, en general (además de lava, gases y cenizas perjudiciales) arrojan señales con cierto tiempo de antelación que permiten el diseño de políticas preventivas para atenuar sus consecuencias.
No obstante, predecir la actividad de estas inmensas estructuras geológicas no es tarea fácil. Si bien se podrían describir como fenómenos naturales cuyo mecanismo de funcionamiento se caracteriza por la expulsión de magma hacia la superficie terrestre; cada ejemplar actúa de una manera distinta y exhibe comportamientos particulares y específicos. En este marco, ¿cómo investigar desde la superficie algo que ocurre en la profundidad?
Por un lado, los volcanes pueden ser estudiados desde una perspectiva geológica e histórica: las erupciones pasadas permiten prever con algún grado de certeza cómo será la actividad futura. Por otra parte –y de forma complementaria–, también puede examinarse aquello que se denomina como sismología volcánica, que analiza la actividad sísmica que presenta el volcán en relación con la geoquímica de los medios (gases volcánicos y agua). En todos los casos, se requiere de investigación y monitoreo para interpretar los rastros y las pistas que la naturaleza deja a cada paso. En la actualidad, aun en la zona geográfica que comprende la cordillera de los Andes continúa en actividad un número considerable de volcanes. En este sentido, si bien la mayor parte se encuentra en Chile, también, están los ubicados en el límite fronterizo como el Copahue (Neuquén-Región chilena de Bío-Bío) y el Peteroa (Mendoza Región chilena del Maule). En Sudamérica, los procesos de subducción tienen como protagonista a la placa tectónica del Pacífico que genera diferentes mecanismos que producen la fusión de rocas en la zona del manto; luego, ese material se aloja en la corteza y asciende a la superficie en forma de lava, cenizas volcánicas y gases.
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