SOCIEDAD › OPINIóN
› Por Ricardo Luis Lorenzetti *
La Encíclica del papa Francisco, denominada “Laudato si, sobre el cuidado de la casa común”, está dedicada a la cuestión ambiental, pero excede en mucho este tema, para abordar los principales aspectos de lo que numerosos autores presentan como un nuevo ciclo en el sistema de pensamiento.
Es lógico que las discusiones de coyuntura desplacen momentáneamente este tipo de análisis, pero, en algún momento, habrá que discutir estos temas que hacen a los problemas centrales del conjunto de la sociedad.
Nos detendremos en tres aspectos, sin perjuicio de recomendar la lectura de esta encíclica que, además, también excede los propósitos de un mensaje religioso y se dirige no sólo a los creyentes sino a todos los habitantes del planeta.
El primer tema importante es la redimensión de la “ética de los vulnerables”, que comprende no sólo los pobres sino a la propia naturaleza.
La historia del siglo XX estuvo caracterizada por la lucha distributiva, y por el ideal de la igualdad, que dieron origen a importantes movimientos sociales, políticos, revoluciones y teorías políticas articularon el sentido ideológico que aún poseen. En esa época hubo un gran debate en la religión católica, nacieron las encíclicas que dieron lugar a la doctrina social de la Iglesia, los textos de la Teología de la Liberación, los sacerdotes del tercer mundo, todo lo cual tuvo un gran impacto en nuestro país, sobre todo en los movimientos juveniles de los años setenta.
En el plano jurídico, ello tuvo reflejo en los derechos humanos, en los derechos fundamentales vinculados a la igualdad, y en toda una jurisprudencia relacionada con lo económico y social.
La base de todo este movimiento es la transformación social para lograr una mejor distribución de la riqueza y la tutela de los vulnerables. Esta vulnerabilidad es económica, es la desigualdad, es la exclusión social.
En el siglo XXI se ha identificado otro sujeto débil que es colectivo, que ya no son individuos, sino la propia naturaleza.
En el plano social existen movimientos en todo el planeta, existe un complejo desarrollo teórico, pero todavía no se han articulado los movimientos políticos y los canales institucionales para que se vuelvan una propuesta estable y transformadora
Esta comparación entre la lucha igualitaria y la lucha por la naturaleza, es advertida claramente por el Papa y, como debe ser, las relaciona.
Menciona que, así como escuchamos el grito de los pobres, hay que escuchar el grito de la naturaleza. Esta expresión, que hace un tiempo escuché a Leonardo Boff, inspirador de la Teología de la Liberación en Brasil, y cité en un discurso de la inauguración del año judicial, importa una ampliación muy importante en el enfoque de las luchas sociales. La defensa de la naturaleza es inseparable de la igualdad.
Ello se nota claramente en los problemas de justicia que menciona el Pontífice.
La equidad intrageneracional plantea el problema entre los países ricos, que lo son porque explotaron los recursos de los países pobres, y la deuda ambiental que tienen. Es un debate de gran dimensión geopolítica, porque, también lo dice la encíclica, los países desarrollados reclaman las deudas financieras, intentan controlar a los países con ese mecanismo, pero no reconocen su propia deuda ambiental. Si lo hicieran o si se planteara, el debate tendría otro nivel.
La equidad dentro de esta generación plantea también la cuestión de que los costos ambientales los pagan los países en desarrollo y los sectores más pobres. Existe abundante experiencia sobre los desplazados por las tragedias ambientales que muestran claramente esta cuestión. El reciente terremoto en Katmandú mostró los aspectos más dramáticos del impacto desigual de los desastres naturales.
La equidad intergeneracional también aparece en la encíclica planteando el problema de lo que le dejamos a los jóvenes. Dice el Papa que le vamos a dejar desiertos, basura, agua contaminada, lo cual es absolutamente cierto. Muchas veces hemos dicho que no podemos prometer un futuro a los jóvenes si no enfrentamos la cuestión ambiental.
Este enfoque vincula la lucha distributiva con la ambiental, como se ha dicho reiteradamente en el ambientalismo y también en nuestro país y en la propia Corte Suprema.
El segundo aspecto que nos interesa resaltar es que el texto señala que estos temas no están en la agenda internacional con el propósito de solucionarlos. Se los menciona, se los trata, pero todo termina en proposiciones declarativas y frustraciones.
La conclusión es que los vulnerables del siglo XXI siguen siendo los excluidos, los pobres, y se le agregó la propia naturaleza, y, como sucede frecuentemente, hay oídos sordos a estos reclamos.
La tercera cuestión relevante es que la solución de estos problemas requieren un cambio en la gobernabilidad global, algo que se viene diciendo reiteradamente en el ambientalismo. Ese cambio exige un nuevo ciclo basado en prevenir, antes que reaccionar, y en un pensamiento sistémico.
Este último aspecto es central en el diseño de la encíclica. El Papa no se dedica a un tema específico, sino que recorre los diversos factores que interactúan para producir el desequilibrio, y la solución que ofrece también es sistémica. Es un cambio en el modelo de desarrollo, en el consumo, en la educación, en las instituciones. Es claro cuando cita a Francisco de Asís y dice que “es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral”
Es un texto complejo, profundo, acorde con lo que se viene diciendo en las discusiones más actuales del ambientalismo, que plantea una revolución sistémica. Lógicamente que, cuando esto se plantea, cada uno toma la parte que le conviene, pero, poco a poco, vamos entrando en el pensamiento del siglo XXI.
Esta encíclica es un gran paso.
* Presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
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