Mar 23.06.2015

SOCIEDAD  › OPINIóN

Algunas propuestas en el tema de la violencia doméstica

› Por María Cristina Ravazzola *

Temas y secuencias:

Desarrollo una pequeña introducción para pensar en qué y cómo nos implicamos quienes desde equipos de trabajo en salud mental lidiamos con los problemas de la violencia doméstica. Esto forma parte de nuestra búsqueda de formas de asegurarnos conciliar nuestras acciones con una ética del cuidado, que no convalide acciones destructivas, en todos los ámbitos de la vida, en especial los de la vida cotidiana. Consideramos este ejercicio permanente de auto mirada como uno del los ejes en la prevención del problema.

- Vivimos inmersos en tradiciones culturales que nos condicionan emociones, creencias, percepciones y acciones, de modo tal que, como le sucede al pez con respecto al agua –a la que da por sentado que existe y sólo registra si le falta– no nos damos cuenta de que eso que sentimos, vemos y creemos está sobredeterminado por construcciones culturales, y que nos es difícil movernos por fuera de esos condicionamientos. Podemos definir esas tradiciones culturales hegemónicas en las que navegamos como una cultura a predominio jerárquico, que supone personas superiores y otras que pueden ser consideradas inferiores, ubicadas todas en una estrecha escala vertical. Como corolarios de esta clase de cultura (que no percibimos como una entre tantas posibles sino que creemos que es la realidad de las relaciones), no se respeta al Otro considerado inferior, suponemos que tenemos que “ganarle” al Otro porque si no somos “perdedores”, creemos que los Otros son potenciales rivales, y no nos disponemos a sumarlos.

Desde esa escala jerárquica, supuestamente existirían formas ideales de familias que nunca alcanzamos. No nos damos cuenta de que esas categorizaciones ilusorias de ideales no dan lugar a considerar las diversidades, y que, en cambio, si nuestra realidad no coincide con el “ideal” –nunca lo hace– nos condenan a creernos siempre “en falta” o a pensar que “fallamos” en nuestras elecciones y en nuestra forma de vivir.

En otras palabras: No vemos que no vemos... lo que no estamos preparados para ver. (1) Cuando nos damos cuenta de esto (siempre en ocasión de algún encuentro con Otro/s) tenemos oportunidad de acceder a una perspectiva diferente y de movernos de las que nos dejan en mayor rigidez.

¿Cómo se relaciona este condicionamiento con la violencia doméstica? ¿Cómo se relaciona con las diversidades de género?

¿Cómo se puede ayudar a las personas que quedan atrapadas en estas dinámicas relacionales tan nefastas?

- Podemos pensar que en el entramado de un sistema de relaciones que se sostiene en el tiempo, como son las familias, si cambia uno de los componentes del sistema, el sistema cambia.

Desde el esquema recortado y simplificado de un hombre irritado, a merced de sus impulsos, descargándose en su mujer y en sus hijos, seres más indefensos, es importante encontrar variables que complejizaran ese esquema, ya que en él sólo caben cambios en uno u otro de los polos de la interacción, el actor perpetrador y la víctima: o cambia él o cambia ella. Si ampliamos la mirada, aparecen otros actores, tal vez menos protagónicos, terceros actores, testigos, cuyas acciones u omisiones cuentan. ¿Quiénes son estos terceros actores? Son otros que saben de la violencia, a veces profesionales consultados, a veces familiares (aun hijos pequeños) o vecinos.

En la búsqueda de otras variables a considerar que nos aportan complejidad vemos que estas personas sostienen creencias, emociones, acciones, discursos que permiten entender el circuito de la violencia repetitiva como un entrecruzamiento de tres actores por un lado, con las creencias, las acciones y las estructuras a las que esas personas pertenecen por el otro. Siempre pude agregar y modificar partes de esta propuesta ante formas inesperadas y diferentes de estos entramados. Por ejemplo, se puede observar que, de alguna manera, cuando la violencia continúa sin resolverse, las creencias de los mencionados tres actores acerca de temas de los roles familiares y la organización cotidiana eran coincidentes. Una clásica es la creencia de que sin la presencia de un padre varón no hay familia y que esto es perjudicial para la crianza de los hijos, cuestión que lleva a madres agredidas por sus esposos a sostenerles un lugar valioso para los ojos de sus hijos a esos mismos hombres que las maltrataron y de los que a veces han conseguido separarse, y a representantes de la Justicia a proponer revincular con sus hijos a padres que nunca se han comportado como tales y que han agredido y dañado a esposas e hijos.

En cuanto a las estructuras, es ahí donde aparecen claramente los contextos que favorecen la violencia, contextos propios del orden jerárquico autoritario. La familia fue históricamente patriarcal, un grupo conviviente con UN jefe hombre que toma decisiones, siguiendo un estereotipo de género que le autoriza la conducta dominante, unido a una esposa que comparte esa noción estereotipada de género, funciona con gran dependencia de él, de sus decisiones y de sus aportes, sin entrenamiento en el ejercicio de su propia autoridad. Si bien este modelo está en transición hacia modelos más democráticos de relación, las familias en que ocurre violencia hacia sus miembros más indefensos no están aisladas en el mundo social sino que son representativas de las concepciones de familia predominantes en todavía muchos sectores de las culturas a las que pertenecemos.

Es en este punto en que los estudios de género nos ayudan a entender que ese orden jerárquico propone hombres superiores y mujeres inferiores, estereotipos culturales de género que siguen organizando nuestros pensamientos y emociones más allá de lo que nos damos cuenta. Y esas rigideces nos dañan. Esos hombres y esas mujeres están en relaciones de dominio y subordinación que a su vez desencadenan otras consecuencias lamentables en las relaciones. Darnos cuenta de cómo los estereotipos nos dañan, nos limitan y nos constriñen hasta en lo insospechado es una tarea personal y social ineludible para contener impulsos que pueden perjudicar a otros, a veces a otros a quienes amamos y necesitamos.

La violencia doméstica es el paradigma del daño que no sobreviene por azar; lo producimos los humanos en el seno de las relaciones que consideramos más relevantes para nuestras vidas.

¿Qué fue ocurriendo en este campo desde entonces a ahora?

Podemos consignar lo que se logró:

1. Una mayor visibilización del tema como problema (en la actualidad se registran los femicidios como tales, se conocen las fugas de hogar de adolescentes por maltratos, se habla de los abusos sexuales, de los embarazos adolescentes, se reconocen los maltratos psicológicos y sus consecuencias, etc.).

2. La creación de centros de atención a mujeres maltratadas en algunos municipios con personal de distintas disciplinas y variada capacitación, y muy pocas iniciativas de atención a hombres maltratadores,

3. la promulgación y difusión de la Ley de Violencia de Género, que ha sido construida con aportes de especialistas prestigiadas/os en el tema

4. Cierta mayor sensibilización de la comunidad a la problemática, que hace que nos indignemos y no culpemos a la persona que ha sido victimizada ni pensemos en automático “por algo habrá sido”.

5. Alguna creación de redes todavía insuficientes que permitan acciones coordinadas de asistencia y de contención.

6. Alguna asignación de recursos todavía insuficientes y poco garantizados.

7. Algunos focos de capacitación de operadoras/es también todavía insuficientes.

¿Qué falta?

1. Poner en marcha programas de prevención (2).

2. Más programas de asistencia también para niños (hijos, víctimas) y para hombres con conductas violentas.

3. Mayor y mejor capacitación de operadores (especialmente en comunicación para conversaciones reflexivas y en temática de género).

4. Mayor divulgación y promoción de derechos.

5. Programas de cuidado de los operadores (por los riesgos de burn out a los que están expuestos).

6. Poner mayor foco en el rol de los medios (creación de conciencia en periodistas).

7. Poner en marcha campañas nacionales y locales de concientización y visibilización del tema en universidades, sindicatos, escuelas, clubes deportivos y sociales, organizaciones barriales, organismos policiales, de la Justicia y de las Fuerzas Armadas, etc.

8. Promover y lograr cambios en la operatoria de la Justicia y la policía.

9. Poner más énfasis en la ética y las políticas de cuidados en las organizaciones de la sociedad civil y en las carreras profesionales.

10. Promover programas de apoyo a la creación y sostén de redes profesionales capacitados en el tema.

No estamos como en los ’80, pero todavía falta mucho por hacer. Y la enorme respuesta popular al horror del extremo femicida de la violencia concretada el reciente 3 de junio, con movilizaciones en todo el país, da idea de que el tema salió de la anestesia y puede convertirse en un foco de cambios en todos los ámbitos de la cultura.

Depende de todas y todos nosotros.

1 Heinz von Foerster, en Nuevos Paradigmas, Cultura y Subjetividad, comp. Dora Schnitman, Paidós Buenos Aires, 1994.

2 Los programas de Democratización de las Relaciones Familiares desarrollados en México desde 2001 por equipos coordinados por la Dra. Beatriz Schmukler, socióloga, en los que participé y participo, proponen un desarrollo aplicable a las necesidades en Argentina.

* Terapeuta familiar. Supervisora general de la Fund Proyecto Cambio y directora de los equipos Piaff.

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