Mié 01.07.2015

SOCIEDAD  › OPINIóN

Serenidad

› Por Carlos Greco *

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Las ideas simples no son más
que simplificaciones
Gaston Bachelard
The New Scientific Spirit

La Asamblea General de Naciones Unidas instauró, en diciembre de 1972, al 5 de junio como Día Mundial del Medioambiente, día en que se celebró la Conferencia Mundial sobre el Medio Humano en Estocolmo, antecedente del conjunto histórico, que el Informe Brundtland consolidaría en 1987, conocido como desarrollo sustentable. Espectro de una linealidad que impide volvernos contemporáneos de nosotros mismos, este último proyecta en el presente la sombra de una suficiencia convenientemente suficiente (“Hipótesis de un nuevo desembarco”, Página/12, 5 de junio de 2014) y cuya insuficiencia tenemos la angustiosa libertad de comenzar a pensar como tal.

Como idea simple, el desarrollo sustentable, tan familiar como ajeno, hace crujir su propio texto con una de sus construcciones más mimadas: el contenedor de desechos “reciclables”, resaltador verde de los párrafos más sobresalientes de la Declaración de Estocolmo.

Pensar el reciclado es hacer a la causa polemizar con el efecto, hacer estallar las correspondencias tranquilizadoras que cruzan las propuestas de la conferencia de 1972, dejando expuestos en sus fragmentos, los puntos de fuga que corroen los cimientos de su actor protagonista. Por ejemplo, para la separación domiciliaria que el reciclado exige, la fracción seca (plásticos, papeles, metales, etc.) debe estar limpia, es decir, los envases deben ser lavados antes de su disposición en el contenedor verde, lo que implica uso de agua y detergentes. ¿Qué es “mejor”, entonces, reciclar lavando, ahorrar agua (recurso no renovable) y evitar una sobrecarga de detergentes al sistema (nótese que se habla de cantidad, no de calidad (biodegradabilidad)) o, lo que es más inquietante, ninguna de las dos? ¿En qué es más conveniente transportar los productos que se compran en el supermercado, en bolsas de telas reusables, en bolsas de plástico reciclable o en bolsas de ácido poliláctico de maíz (PLA) biodegradable? La tentación es grande en aceptar la profusión de bucles que ofrece la discursividad académica, para terminar de cerrar alguna solución que nos permita seguir buscando “lo mejor”, mientras evitamos decidirlo. Hay algunas puertas, en ese ámbito, que se suelen tocar para consultar estas dudas. En principio, la del Análisis del Ciclo de Vida. El ACV lo que hace es tomar un producto, por ejemplo, una botella de aceite, un pañal descartable o una lata de atún y lo estudia en sus implicancias sistémicas, desde que nace hasta que muere (estudio “de cuna a tumba”). Sin embargo, este análisis no puede más que arbitrar un ciclo ya que, una botella de aceite, un pañal o una lata de atún saben esconder muy bien sus partidas de nacimiento y colocar sus tumbas en parajes medanosos (no nacen en la fabricación, ni mueren en la disposición final).

Quedan un par de laboratorios más para buscar respuestas, pero no hay suficientes renglones disponibles en este texto para entrar en ellos y quedarnos a debatir. Digamos que en el de termodinámica, se puede escuchar al reciclado pidiendo a gritos una oportunidad y, en el de economía ambiental, un par de ecuaciones juegan al frontón en la pizarra de la Bolsa, con las botellas de plástico y las hojas de diario hechas un bollito.

Esta consulta nos deja en la orilla de una inmensidad invencional, con una pila de documentos, en los cuales la ciencia muestra su excelencia como sistema de manipulación y disimula sus perplejidades como sistema de comprensión.

Desarticulados de la fascinación de lo impropio, errando por los huecos del conocimiento, podemos intentar la serenidad heideggeriana, es decir, pensar no a partir de la amenaza de la tecnología sino de lo tecnológico como amenaza y, desde el interior de la misma, en donde el cálculo busca licuar la diferencia absoluta (lo que más nos singulariza y más nos puede unir), desocupar a la decisión de cualquier solución epistémica que pretenda desparramarse en todo su espacio.

Hospedarse en la serenidad (Gelassenheit) propone “dejar ser” (activamente) al ente (en este caso, el reciclado), es decir, recuperarlo del silencio que le impone su emplazamiento tecnológico para que nos pueda devolver toda la gravedad de la palabra, palabra que la Conferencia de Estocolmo (y el Informe Brundtland) colmó de inocencia, absolviéndola de responsabilidad.

* Ingeniero agrónomo, vinculado al Proyecto de Transformación de Residuos, INTA.

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