SOCIEDAD › OPINION
› Por Gustavo Sain *
Históricamente la tecnología siempre ha tenido relación con el erotismo y el sexo. Desde las revistas pornográficas, las películas XXX y los programas radiales eróticos de la era analógica hasta los programas televisivos de encuentros, las líneas telefónicas “hot” y canales de televisión “premium” de la década del 90. Con la digitalización de las comunicaciones y la aparición de aplicaciones multimedia, las tecnologías digitales transformaron el consumo y la difusión de contenidos sexuales. A diferencia de lo que sucede en los medios tradicionales donde las personas ocupaban el rol de consumidores pasivos –el lector para los periódicos, la audiencia para la radio y el espectador para el cine y la televisión– la expansión y auge de Internet en los últimos veinte años dio la posibilidad a los usuarios, no sólo de recibir contenidos, sino también de producirlos y difundirlos públicamente. Desde su apertura comercial, la red transformó el consumo del porno y la producción casera de contenidos. A partir de la popularización de la web como servicio más popular de Internet comenzaron a aparecer los primeros sitios pornográficos por suscripción y chats eróticos para el intercambio. Para el filósofo español Roman Gubern –autor del libro El eros electrónico– el anonimato que propicia Internet permite las relaciones entre extraños en tanto que cuando se tiene poca información sobre el interlocutor es fácil proyectar sus deseos o fantasías sobre él, de modo que un individuo sin rostro se le puede idealizar colocándole el más atractivo o deseado.
En el nuevo milenio, la llegada de los celulares inteligentes y la incorporación de cámaras en los mismos el intercambio de material íntimo se popularizó como práctica cotidiana. Esta tendencia lleva el nombre de “sexting” –derivado de las palabras “sex” y “texting”, en inglés– que denota la transmisión de imágenes de contenido erótico o sexual a través de servicios o aplicaciones de Internet. Consta del envío fotografías, videos y/o sonidos de producción casera obtenidos mediante autofoto o “selfie”, tanto así como filmaciones autoproducidas mediante computadoras, celulares u otros dispositivos. Las imágenes se caracterizan por contener escenas de desnudez o semidesnudez, retratos de autoestimulación y también de tipo pornográfico. Si bien suele relacionarse con los adolescentes, el sexting –al igual que las redes sociales de encuentros– es una tendencia que incluye a los adultos. En algunos casos esta tendencia se presenta como sustituto de las relaciones carnales y forma de sexo seguro, mientras que para algunos jóvenes oficia como etapa previa a la iniciación sexual por las inhibiciones que presenta el “cara a cara”. Asimismo, el intercambio puede utilizarse como un fin de estimulación propia –denominado en la jerga de Internet como “cibersexo”– o como estrategia de seducción.
Un estudio reciente de la Universidad de Drexter en Filadelfia afirma que el sexting mejora la vida sexual de las parejas adultas a partir del juego de roles que desata en una relación sentimental. Independientemente de los beneficios que puede acarrear esta práctica, la transmisión de estos contenidos a través de la red conlleva una serie de riesgos y peligros para las personas. Gracias a la filtración de material erótico o pornográfico se creó en los últimos años una nueva categoría dentro de los sitios web pornográficos: el “sexo casero” o “amateur”. Esto deriva de un fenómeno que en el lenguaje de la red se lo conoce como “porno venganza”, que consiste en la retrasmisión o publicación por parte de un tercero no autorizado de material erótico sin el consentimiento del usuario. Una vez que una persona utiliza los servicios y aplicaciones de Internet para intercambiar estos contenidos, pierde el control del mismo. El riesgo es la “viralización” o su reproducción en sitios web, redes sociales o programas de intercambio de archivos. Más del 90 por ciento de las fotos y videos pornográficos amateur que circulan por Internet son publicados por ex parejas, ex novio/as o conocidos. Por otro lado, existe el peligro de la “sextorsión”, una forma de explotación que consiste en el chantaje a una persona a partir de la posesión de una imagen desnuda o semidesnuda sin su consentimiento. Las motivaciones pueden ser el abuso sexual –obligando a la víctima a concertar un encuentro cara a cara con él–, el envío de dichas fotos o videos, y en menor medida, la solicitud de dinero, todo bajo amenaza de divulgar públicamente dichos contenidos.
* Especialista en cibercrimen y profesor de la Universidad Nacional de Quilmes.
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