SOCIEDAD › OPINIóN
› Por Mariano Molina *
Es difícil escribir sobre Walter Bulacio y tratar de generar una nueva reflexión o recuerdo a 25 años de su asesinato. ¿Se puede escribir algo nuevo? ¿Es necesario? Se escribe porque sucedió un hecho, en un momento particular de nuestra ciudad y nuestro país, que atravesó a una generación que asomaba. Walter es símbolo y también una marca.
Eran épocas en las que se imponía el neoliberalismo, el descreimiento generalizado en las posibilidades de transformación y el supuesto fin de la historia, junto a la apatía de participar en ciertas formas de la política. La música y muchos submundos culturales fueron refugios de resistencia. El rock también arrastraba su crisis y los Redonditos de Ricota eran una banda que asomaba como lugar de encuentro de diversas búsquedas libertarias. Hablaban de política pero no bajaban línea, denunciaban las atrocidades pero no militaban en términos tradicionales, cantaban al amor en medio del desamor y te instaban a defender el estado de ánimo por sobre todas las cosas, premisa trascendental para sobrevivir en esos años (y quizás estos que transitamos actualmente).
Y una parte de la sociedad necesitaba (y necesita) cercenar esos intentos en medio de la devastación. No se perseguía a la banda en particular, sino lo que representaba, en cuyos conciertos se respiraba una libertad imposible de encontrar afuera, se cantaba contra la policía, los indultos, la invasión norteamericana a Irak o la persecución por drogas a Maradona. Porque la noche impuesta por los noventa encontraba sus resistencias y estos recitales convocaban a los que ya transitábamos la adolescencia y la juventud descreídos de la promesa democrática ochentista y enfrentados al posibilismo de muchos adultos.
Y la policía te perseguía y te mataba (cómo sigue sucediendo en muchos lugares del país). Y si eras de un barrio pobre, aumentaban las posibilidades de caer en desgracia. Porque lo sabemos bien, en Argentina todos somos iguales ante la ley pero no tanto. Y si bien nadie pregona abiertamente el clasismo, los muertos por el atropello policial e institucional casi siempre pertenecen a los sectores más postergados de nuestra sociedad y muchas veces terminan en la impunidad.
Vale repetir entonces que la causa fue ninguneada en forma escandalosa por ese Poder Judicial que sobrevive en nuestros días, el Estado Argentino condenado en la CIDH y el comisario Espósito juzgado veintidós años después solo por privación ilegítima de libertad y no por lo que sucedió en la Comisaría 35ª: una tortura que derivó en muerte.
Y si donde hay dolor, hay canción, aquel 19 de abril podría expresarse en la poderosa imagen que transmite el comienzo del concierto, que arranca con Nuestro amo juega al esclavo, himno contra la represión cuyo estribillo precisamente es “Violencia es mentir”, que pertenece a un disco cuyo título explica algo del momento: “Bang Bang, estás liquidado...”
Walter Bulacio es bandera de una generación que tuvo que salir al mundo de la vida política y social a cómo se podía. Las imágenes de su abuela María Ramona al frente de las marchas para pedir justicia y de su padre (que murió al poco tiempo producto del dolor), los amigos de Aldo Bonzi, los estudiantes secundarios que acompañábamos atravesando las calles de la ciudad y su nombre hecho canción en cientos de recitales son experiencias que dejaron una huella. Si hubo alguna inocencia generacional de época, el asesinato de Walter la aniquiló. Pero la pérdida de la inocencia no significó olvido ni amnesia.
Y entonces... ¿cómo seguir escribiendo sobre Walter Bulacio? ¿Qué es escribir sobre él?
Escribir es recordar, gritar contra la impunidad y abrazarse a esas hermosas humanidades que transitaron esos años duros. Sin nostalgias ni anhelos por el pasado, pero comprometidos con esos juramentos que todos hemos hecho frente a brutales acontecimientos, que es una buena forma de mantener las canciones frente al dolor, abrazar a Walter, a tantas otras víctimas de la violencia policial y a los jóvenes que fuimos y debemos seguir siendo, si creemos que estas luchas no son modas pasajeras, sino compromisos que se asumen para toda la vida.
* Docente y periodista.
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