› Por Roberto Samar*
A partir de discursos que se exaltan en otras latitudes naturalizamos la idea de que los conflictos se resuelven con violencia. Las películas y series sedimentan nuestra forma de ver el mundo y nos enseñan un binomio inseparable: ser varón es ser violento.
Golpearse pasa a ser una forma de comunicarnos, de definir nuestra identidad. Donde decimos acá estoy. Soy fuerte, puedo, me impongo.
En nuestro país este discurso de la masculinidad violenta dialoga y se fortalece con otro futbolero: la lógica del aguante.
Para esta lógica pelearse está bien y hasta es casi obligatorio. Esto se puede visibilizar en los ritos iniciáticos de la barra del fútbol donde se asocia su pertenencia con participar de un hecho de violencia.
El sociólogo Pablo Alabarces señala que “hay un momento en que hasta el hincha más probo, honesto, moralista y antiviolento se jacta de que su hinchada tiene aguante. Entonces, por más que sea incapaz de matar, participa de un clima moral dentro del cual ‘esos putos hay que correrlos’”. Asimismo, resalta que “el patrón que se repite es el patrón del aguante, que implica que el otro es aquel que debe ser humillado y vencido. La burla es parte de la rivalidad, pero cuando esa burla se convierte en humillación, sometimiento, superioridad y maltrato, finalmente se hace en violencia.”
Este discurso del aguante violento atraviesa a la barra. Se legitima desde la hinchada, se refuerza desde los medios y se reproduce en cultura machista.
El problema se complejiza cuando los trabajadores de la policía se ven atravesados por esos discursos. Lo cual se traducen en disputas de poder de la cultura patriarcal, donde se refuerza esa identidad.
Esta lógica del aguante, esta cultura machista violenta se refleja en muertes. Muertes de mujeres que se cosifican y que algunos varones buscan dominar.
También se refleja en muertes de varones, entre quienes se disputan identidades machistas. Según el Instituto de Investigaciones de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, el 87 por ciento de las víctimas de homicidios en la ciudad de Buenos Aires son masculinas, mientras que un 13 por ciento son femeninas. En relación a los victimarios, el 80 por ciento son hombres, el 4 por ciento mujeres y no se tienen datos en un 16 por ciento.
Quizás llegó el momento de que los varones problematicemos nuestras identidades y cuestionemos nuestra violencia culturalmente construida.
* Licenciado en Comunicación Social UNLZ. Docente de Comunicación y Seguridad Ciudadana (UNRN).
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