SOCIEDAD
› UNA MIRADA CRITICA DE HORACIO GONZALEZ
“Cortázar burlaba siempre sus propios fundamentos”
El sociólogo sostiene que el autor de Final del Juego es hoy más estudiado que leído. Ese desplazamiento de la lectura real, argumenta, se debe al hecho de haber revelado los mecanismos de su literatura. Y ahora, Cortázar “está en el limbo esperando una decisión de los lectores”.
› Por Silvina Friera
Las efemérides literarias estimulan la construcción de relatos amables, que evocan a muertos inmaculados y prolijamente “embalsamados”, si el que los retrata, con la adulación del pintor que prefiere mejorar las imperfecciones del modelo vivo, pertenece al clan de fervientes admiradores. Pero muchos de esos muertos yacen en el sarcófago de una memoria ingrata, esquiva, que se despabila dando tumbos por las redacciones de los diarios y revistas argentinas con la premura de rescatar del caprichoso o merecido olvido a un escritor que supo ocupar, alguna vez, el centro del canon literario argentino. El próximo jueves se cumplen 20 años de la muerte de Julio Cortázar; más allá de los homenajes que se realizarán en Buenos Aires, Guadalajara y otras ciudades del mundo, el autor de Rayuela se encuentra inmerso, según opina el sociólogo Horacio González, en un acertijo literario. “¿Qué es lo que origina que un escritor desaparezca de la lectura real y se convierta en una lectura para estudiosos y ocasionales visitantes de museos? Lo que decreta la muerte de su lectura es bastante misterioso. Habría que pensar por qué le pasó a Cortázar. Quienes lo leyeron, y mucho, se sienten involucrados en una especie de delito que nadie va a condenar porque hay crímenes muchos más aberrantes. Lo cierto es que las obras de Cortázar se convirtieron en una literatura de gabinete para aquellos que se preguntan sobre los motivos que ocasionaron la cesación de su lectura, que por otra parte es un tema cortazariano”, plantea González en la entrevista con Página/12.
–¿Esta interrupción de su lectura es consecuencia de un proyecto literario ambicioso que fracasó?
–No. ¿En quién está Cortázar hoy? Tal vez en lo que escribe Nicolás Casullo, que tiene un cierto aire cortazariano. Pero no está en Ricardo Piglia ni en César Aira. Cortázar quiso hacer algo, que muchos persiguieron en distintas épocas: presentó un proyecto de novela correspondiente al nivel del problema filosófico de una época. Con Rayuela y otros escritos, se colocó como dilema novelístico la cuestión del tiempo, la identidad y la unidad de las cosas. Puso en crisis la lógica de la sucesión temporal y las conexiones espaciales, aspectos que responden a un momento de la literatura en donde aparece una suerte de genio loco o un matemático extravagante. Ese tipo de juego literario es el de un presbítero del desvarío. En la literatura de Cortázar prevalece la idea, muy típica de los sesenta, de que puede darse un sentido a los diarios. Esa idea, que fue un problema epistemológico, sucumbió. Rayuela, El examen y el Libro de Manuel tienen la estructura de un diario, que deliberadamente va obstruyendo las señales lineales de lectura. Los personajes son como periodistas enloquecidos que perdieron la brújula en sus itinerarios desbocados, asombrosos, pero también un poco estúpidos porque Cortázar tenía un primer nivel de estupidez para comprender las cosas. Cortázar fue un utopista del siglo XIX, pero en ese siglo escribía novelas Balzac. En Rayuela, el mundo podría replantearse con una apelación a un juego infantil universal, pero convertido en una epistemología de una realidad que no se sabía si pertenecía a la de un argentino o un francés. Este tema lo malquista con mucha gente que no quería poner en juego, hasta ese límite, su condición nacional.
–Pero en los setenta, la novela que más irritó a la izquierda fue Libro de Manuel...
–Porque ahí reúne todos los movimientos de su literatura en una fábula política que nadie le había pedido. Sin embargo, él se sentía obligado a decir que todo lo que estaba haciendo era un conjunto de piezas que desarmaban el mundo, pero eventualmente rearmado con un sentido inteligente, resultaría una crítica política al despotismo reinante. Toda la filosofía de alterar la unidad está siendo preparada en los años 60: launidad había que revisarla porque resultaba una mera apariencia, una forma de dominación o engaño. Cortázar lo implementó entre la seriedad y la broma y por eso molestaba. En los ‘60, alguien que pretendía ser de esa época, pero al mismo tiempo colocaba una incerteza muy grande entre la ironía y la realidad, se convertía en una persona molesta.
–“Mi ametralladora es la literatura”, solía repetir Cortázar para manifestar su adhesión a una lucha simbólica. ¿Por qué su visión del intelectual y de la literatura generaba tantas objeciones entre sus pares?
–A Cortázar se le ocurrió llamar novela a una especie de revisión de un juego. Su visión de la literatura es asociarla al juego y muy posteriormente la relaciona con la política que estaba en juego. Por lo tanto, su politización de la literatura sólo podía molestar a los que pensaban que la politización se parecía más al compromiso sartreano. Sartre, finalmente, es un dialéctico. Y Cortázar, en cambio, no lo era porque como traductor utilizó todas las figuras políticas de la traducción. Politiza la traducción y la convierte en transfiguración, en transmutación, en metamorfosis, en traslado brusco de un tiempo a otro sin ningún tipo de mediación, en traslado de un espacio a otro.
–David Viñas sostenía que Cortázar representaba el viejo mito argentino de la santificación de París...
–”Los dos paños de Cortázar” es una interpretación de gran lucidez. En esos dos paños no sólo se mueven París y Buenos Aires sino el personaje equívoco que juega a que todas sus afirmaciones sean perdonadas porque nunca están hechas en el lugar que corresponde: siempre están en otro paño. Cuando se quería debatir con Cortázar, en el supuesto paño desde el cual hablaba, él ya estaba en otro. Cortázar siempre estaba burlando sus propios fundamentos. Cada vez que Viñas dice qué es lo que no soporta lo expresa con una pieza enjundiosa y profunda de su pensamiento. Ese es uno de los grandes debates de los setenta. Creo que Viñas utiliza la idea del paño para poner la rayuela en un juego de adultos, en el billar. Le responde con un juego de adulto al juego de un niño. Cortázar incorporó en el sistema de su literatura todos sus odios y fervores: el contraste infantil del más allá y el más acá, lo aceptable y lo enloquecido, lo grosero y lo refinado, pero lo enuncia burlándose de su propia imposibilidad de decir algo.
–¿Coincide, como muchos críticos han señalado, en que lo mejor de Cortázar son los cuentos?
–Sí. De los cuentos que recuerdo me detengo en los de Bestiario, lo más relevante de su obra, que curiosamente se produjo cuando era antiperonista y le molestaba la Argentina en serio. Para mí el cuento de su visión de la sociedad argentina no es Casa Tomada sino Las puertas del cielo. El doctor Hardoy (“un abogado que no se conforma con el Buenos Aires forense o musical o hípico y avanza, todo lo que puede por otros zaguanes”) tomaba notas sobre la vida popular. Este personaje anticipaba mucho de lo que sería la vida política argentina: los doctores en filosofía y abogacía registrando asombrados esa vida popular, colocándola en un panteón disecado, pero al mismo tiempo enamorados de ese mismo acto de disecar la vida popular. En ese cuento “anuncia” a los doctores haciéndose Montoneros.
–¿Cuáles serían las causas que desplazaron la literatura de Cortázar de la lectura real?
–Quizá porque reveló demasiado cuáles eran los métodos de la época. Rayuela es una obra inconcebible. Recuerdo a la novela por sus momentos luminosos, pero después se torna agobiante. Imaginar que existe un método para leerla homologando un juego infantil era el extremo de lo que él pretendía con su literatura. Me acuerdo de un momento interesantísimo de esa novela: cómo enderezar un clavo. La descripción de lo difícil de enderezar un clavo es un párrafo que se enrarece según los martillazos.Cada relato alteraba el proceso de su propia comprensión con el absurdo de la realidad. Era la novela que quería novelizarse en sí misma. Que eso haya sido aceptado es milagroso. Las izquierdas de los sesenta eran las únicas que lo podían entender y al mismo tiempo el uso del metalenguaje lo mató. Su problema literario, incluso, estaba en su cuerpo con esas células extrañas que lo hacían parecer un viejo con rostro infantil.
–¿Por qué piensa que a Cortázar le costaba asumirse como intelectual latinoamericano?
–Su latinoamericanismo fue el de un traductor de los organismos internacionales, con una cultura sustentada en el surrealismo francés. El debate que proponía Viñas habría que revisarlo. ¿Era necesario realizar el pasaje por Francia, que generó tantas tensiones en la cultura argentina? Esta cuestión la veo con mucha condescendencia hacia Cortázar, la condescendencia que provocan estos años que han pasado y el fracaso de la lectura de Cortázar.
–Sin embargo fue uno de los escritores argentinos que más apeló al lector.
–Pagó el precio de haber revelado los mecanismos. Borges reveló los mecanismos pero se cuidó muy bien de no hacer metaliteratura. Los autores más leídos hoy no son cortazarianos. Borges les pasó el trapo a todos y esto en sí mismo es un tema fuerte. Borges es una lectura viva: tiene administrador de su lectura, pero al mismo tiempo tiene lectores reales. Cortázar tiene apenas algunos pocos administradores. Habría que ver qué fue olvidado del conjunto de la literatura de la época. La muerte de un escritor es un problema para el lector, que tiene que decidir si lee a un muerto o a un vivo. Los muertos célebres se leen en cualquier momento. Cortázar es un muerto que está en el limbo esperando una decisión de los lectores que no sé si va a ser favorable.